Durante más de una década, Andrés Díaz fue una de las caras más reconocidas del deporte español. El coruñés formó parte de una generación de oro en la prueba reina del atletismo español, los 1.500 metros, distancia en la que ostenta el vigente récord de Europa bajo techo y en la que ganó un bronce mundial 'indoor', además de ser quinto en el Mundial de Sevilla de 1999 y séptimo en los Juegos de Sídney 2000. Más de 15 años después de su retirada en 2003, ya reconciliado con su nueva vida, ejerce de entrenador personal en su ciudad natal entre el anonimato y la leyenda. "¿El récord de Europa de qué?", recuerda entre risas una conversación con una clienta. "Una amiga le había preguntando quién era su entrenador personal y cuando le dijo mi nombre, esta le contestó que yo seguía teniendo el récord de Europa y ella no podía estar más sorprendida". Es solo una anécdota de quien ha sabido reciclarse y encontrar nuevas metas.

La vida deportiva, inevitablemente, tiene un final. Antes o después. De manera forzada o natural. "Y llega más rápido de lo que parece", advierte. Él no estaba preparado para ello. "Fui al psicólogo y al psiquiatra". No tiene vergüenza en reconocerlo. "¿Por qué? Yo ya estaba acostumbrado a trabajar con ellos en mi carrera deportiva y me parece una parte importantísima del rendimiento. Mi familia no me vio bien y me recomendó que fuera a ambos, y entre los dos logré salir de la depresión", confiesa. "Sabía que iba a ser duro pero no me imaginaba que tanto. Te encuentras totalmente perdido". De repente, tenía 35 años y estaba de nuevo en casa, una A Coruña que había dejado muchos años atrás para entrenar con la elite del alto rendimiento en Madrid. Sin estudios, sin su vida planificada cada segundo, sin metas, sin experiencia profesional. Todos sus compañeros de generación estaban ya asentados en sus trabajos. Él tenía que empezar de cero. "El sistema te deja tirado", se queja, "estás solo".

Lo importante era "reorganizar la esfera de motivaciones". Sin saberlo, la vida deportiva también le había dado las herramientas para salir del bache. "Sabía cómo controlar la ansiedad, mantener la concentración, hacer visualización de objetivos€", enumera. Así que lo primero era terminar lo que había dejado de lado por el atletismo, la carrera de INEF. "Todo el personal me facilitó la integración en el ámbito académico", agradece. Y mientras estudiaba, empezó a trabajar de entrenador personal. Un poco también por obligación. "No tenía ni un día cotizado con 35 años". Lo hizo sin darse publicidad, porque quería que los clientes fueran por su trabajo, no por quién era. Una década después, su día a día sigue entre las paredes de una sala, con clientes que quieren ponerse en forma o simplemente mantener una actividad deportiva, alejado de los focos, a veces reconocido, "aunque cada vez menos", comenta entre risas, porque lo cierto es que se siente agradecido por el cariño que siempre le ha devuelto la ciudad.

Los recuerdos ya no le hacen daño: "Al principio sí, no te dejan avanzar. Ahora soy feliz por haber podido vivir todo aquello". El gusanillo de la competición, de momento, no ha vuelto a aparecer. "Como retirado solo participé en dos carreras. Y fue duro. Porque mis piernas estaban retiradas, pero mi cabeza no. Salí a por todas... y lo pasé mal. Así que me dije que nada de competición. Solo entrenar por placer". Pero no era tan fácil, le costaba también olvidarse del crono y "disfrutar del hecho de correr". Con 51 años, no le tienta la competición máster, pero se empieza a vislumbrar el día de volverle a ver con los tacos. "Igual para la categoría de 55 años para arriba... aunque cuando cumpla 55 seguro diré que para los 60", bromea. Su regreso a las pistas está más cerca como entrenador porque ha empezado a colaborar con un prometedor atleta coruñés de medio fondo, Elian Numa López, llamado a ser su sucesor, con quien trabaja la musculación. "El primer consejo que le he dado es que ni se le ocurra dejar los estudios", avisa.