Así como Roma negó la recompensa a los asesinos de Viriato por traidores, el fútbol penaliza tanto la dejadez como la imprevisión, la contumacia en los absurdos, las huidas hacia adelante y la desunión que generan. O lo que es lo mismo, la traición a los principios de toda entidad que se precie. Lo más parecido al Barça actual.

Cuando se juega en torno a un jugador, pierde sentido cualquier equipo, sobre todo si ha sido durante años su santo y seña, pero arropado por compañeros de primerísimo nivel que ya lo dejaron y al artista empiezan a pesarle más los años que los kilos. Y eso no sucede de una temporada para otra, es un lastre que como las peores enfermedades no dan la cara hasta que ya es tarde. También aquí, el Barça retratado.

Y el colmo del disparate ocurre cuando dada la inmensa categoría de un jugador que durante años ha sido el mejor del mundo, Messi, es él quien más autoridad impone, aunque lo niegue, porque no hay un mando superior incontestado. Alguien con más prestigio en el imaginario colectivo de sus seguidores. Otra vez el Barça.

Decíamos que algo así ocurrió en el Madrid de Di Stéfano, pero estaba Bernabéu. Y ha vuelto a ocurrir con el de Cristiano, pero manda Florentino. Y en el propio Barça de Cruyff, pero estaba fuerte Montal, como después ocurrió con Maradona y Núñez, aunque el argentino estrambótico durara un rato. Ahora, sin embargo, el club azulgrana es un erial a nivel directivo y de dirección deportiva. A Bartomeu no lo respetan ni los suyos y Abidal es un espectro que vaga desangelado sin nadie que lo escuche. Quedaría el técnico, más Setién llegó con la vitola de inapropiado y segundo o tercer plato y así sigue, si no peor: ni lo miran sus futbolistas.

Así que a pocos puede extrañar que en seis partidos haya cedido seis puntos al Real Madrid de Zidane, que tampoco es que sea nada del otro mundo. Más resultados que juego y más lucido en defensa que en ataque. Nada que ver tampoco con lo que siempre fueron los merengues, aunque hayan cosas que lo distinguen en este tiempo raro que atravesamos con la megafonía de fondo, los estadios vacíos y la televisión de prima donna.

La primera ventaja competitiva de los de Florentino es que su prestigioso y eficiente técnico tiene a veinte futbolistas enchufados en una dinámica ganadora. Y eso, con el añadido de los cinco cambios, hace que roten casi todos y mantengan el nivel, por mediano que sea. Solo hay cuatro fijos: Courtois, Ramos, Casemiro y Benzema, que son el pasillo de seguridad del francés, que diría Luis Aragonés. La segunda es la perseverancia del hombre orquesta blanco, Pérez, en dirigir el club como mejor se dirige cualquier empresa: dirigiendo su futuro. Jugadores jóvenes que puedan llegar a ser grandes y un flamante nuevo estadio. Hace tiempo que no se habla de grandes fichajes ni desfichajes, lo contrario del Barça. Y la tercera, que nadie discute las decisiones ni la autoridad de quien manda; la antítesis de los culés.

Y ahora llega lo gordo. Sin Liga, con pocas opciones en Europa dadas sus circunstancias y de remate el runrún de la huida de Messi. Si a tan nefasto tinglado le unimos que los ruidos de cuchillos por la próxima presidencia resuenan como martillazos patibularios, la maldición del faraón se ha trasladado de las regias tumbas egipcias a los aledaños de Can Barça; ni agua, toneladas de papel higiénico y pies para qué te quiero.

Florentino Pérez aguantó la travesía desértica de la salida de Cristiano sin despeinarse, por mucho frío que hiciera sin sus goles y el ruido mediático que generó, amén de lo mal que gestiono tan descomunal embrollo, y ahora le sonríe la inmensa suerte de la descomposición de su eterno rival.

Los hay con suerte, pero hay que reconocer que su plan estratégico se acelera por la negligencia barcelonista; sin arriesgar nada, empieza a ver frutos antes de lo que nadie podía prever.

Y es que, a veces, la diosa Fortuna sonríe a quienes apuestan poco. Bastó con hacerle un simple esmerilado de válvulas al bólido blanco, cambiar un par de manguitos y recauchutarle las ruedas.

A ver si en Europa corren también para hacer como aquel que le gustaba jugar al póker y perder; porque ganar, se sorprendía con los ojos como platos, ¡sería la leche!