15 de junio de 1990. Pabellón Central de Cartagena en la calle Wsell de Gimbarda. Lleno hasta la bandera. 3.500 aficionados rugiendo al grito de 'Cebé, Cebé'. Todas las entradas vendidas y olor a humo de tabaco -entonces se permitía fumar en los pabellones-. Un equipo hecho para ascender a Primera B, la LEB Oro de hoy, se jugaba el ascenso. La ciudad ya había tenido muchos años antes, en los setenta, un equipo en la misma categoría que estuvo a punto de dar el salto a la División de Honor -aún no existía la ACB-. Cartagena había sido la capital baloncestística regional hasta ese momento, pero la irrupción del Júver Murcia, que justo un mes antes, también en 1990, logró el primer ascenso de su historia a la ACB, le dejó en el segundo peldaño.

Antonio Miranda y un grupo de empresarios de la ciudad había convencido a José Luis Belda, propietario de la constructora Proexinca, para patrocinar un ambicioso proyecto que tenía como único fin ascender a Primera B. El capitán, Marcos Molina Molina, Primi Abad y Paco Carmona eran los jugadores de la casa a los que se unieron otros con gran trayectoria como Paco Guillem, Modesto Carvajal, Pepelu y dos jóvenes procedentes de potentes canteras nacionales, Javi Rebollo y Lalo Madrigal. Un uruguayo hasta ese momento desconocido, Pablo Ventoso, llegó a prueba y se quedó. Y en la segunda vuelta también se incorporó un alero valenciano, Mariano Villagrasa. Pero la estrella era Miguel Tarín, un catalán de 2,17 metros de estatura, hasta ese momento el techo del baloncesto español, que después de pasar por varios equipos de ACB bajó hasta aquella Segunda División que tenía incluso más nivel que la LEB Plata actual. Arrasaron en la competición regular y se plantaron en la fase de ascenso, que se disputó en Cartagena gracias a la apuesta que realizó el Ayuntamiento. El resultado fue el salto de la categoría después de perder el primer partido ante el Azuqueca y ganar los siguientes, el último frente al Calella.

Pencho Madrid fue el entrenador que dirigió la nave. «El equipo se hizo para ascender y había mucha presión desde el inicio», recuerda el cartagenero, quien en la actualidad es el secretario general de la Federación de Baloncesto de la Región de Murcia. «Los resultados acompañaron desde el primer momento pese a que era un equipo nuevo. Menos Marcos, Primi y Carmona, cada uno venía de su padre y de su madre», dice.

«Ese ascenso es el mejor recuerdo que tengo de mi vida deportiva junto al que conseguí como segundo entrenador con el CB Murcia a la ACB», dice Marcos Molina, quien en la actualidad es jefe de Sección de Deporte Escolar del ayuntamiento de Murcia. «1990 fue uno de los mejores años de vida porque en abril nació mi hijo. Recuerdo que estaba entrenando y me llamaron para decirme que mi mujer estaba dando a luz a Marquitos», apunta.

El valenciano Paco Guillem había logrado varios ascensos, uno de ellos a la ACB con el Valencia Basket. El director deportivo y entrenador en la actualidad del UPCT Basket Cartagena, de Liga EBA, incluso se quedó a vivir en la ciudad, donde se casó. «El ingeniero fue Pencho Madrid. Aquel equipo era un zoo. Y Marcos Molina tenía un papelón porque era el capitán tanto dentro como fuera de la pista. Él y Primi nos hicieron sentirnos como uno más. Con los años he valorado que los roles estaban muy bien definidos, porque todos sumaban, como el 'mudo' Carmona, que cuando cogía la racha las enchufaba todas, pero es que éramos un auténtico zoo», dice.

Muchas miradas estaban en torno al jugador más mediático, Miguel Tarín, un hombre al que descubrió un ojeador del Barça un día paseando por las Ramblas, donde se pasaba los días tocando la guitarra con Loquillo. El catalán había sido portada en revistas de la época como Nuevo Basket y Gigantes. Su altura no pasaba desapercibida en baloncesto patrio con ausencia de pívots grandes, pero para un equipo de Segunda adaptarse a su juego fue complicado: «Te aportaba mucho pero también te restaba en otras cosas. Había que saber llevarlo, era muy especial, pero los compañeros lo aceptaron», dice Madrid. Su fichaje también fue una estrategia de márketing. Un representante se lo ofreció a Alfonso Martínez Zamora, gerente del club, y este le trasladó la posibilidad tanto al entrenador como a los directivos. Al patrocinador le encantó la idea. Y así apareció por Cartagena un hombre de 2,17 metido en un Ford Focus que conducía desde el asiento de atrás porque las piernas no le cabían. «Él jugaba de cinco y yo de cuatro. Era un tío muy peculiar, nos llevábamos muy bien y tengo muchas anécdotas con él. Muchas veces, en el descanso de los partidos, me pedía que me metiera más dentro de la zona que él me la iba a dar. El contacto y el golpe lo llevaba muy mal, era un estilista», comenta Marcos Molina.

«Tarín, aparte de grande, tenía otras cosas que igual no se le han valorado. Le pedían que se pegara debajo del aro, pero él era un pasador increíble y como decía Moncho Monsalve, el foco del equipo. Era el mediático, el grande, el jugador al que vigilaban los rivales», apunta sobre el catalán Guillem, que fue el base que más minutos jugó de esa plantilla y que tuvo una aportación clave en ese ascenso al igual que Modesto Carvajal, «que era un super clase y le decíamos el Banesto porque le iba dejando siempre dinero a los compañeros más jóvenes que iban más justitos. Luego estaba Pepelu, con un gran corazón. Lo que te decía, un auténtico zoo».

La fiebre del baloncesto se había desatado en la ciudad. El club jugó en Primera B, pero hizo casi borrón y cuenta nueva con aquella plantilla para un año después, tras una épica permanencia frente al Tenerife, vender la plaza. Antonio Miranda, el presidente y gran alma del proyecto, había fallecido y algunos directivos aceptaron 10 millones de pesetas del Melilla por la plaza en la categoría.

«No se tuvo paciencia, no aprendimos de que habíamos hecho un gran equipo. No hacía falta cambiar a tantos jugadores, pero dentro de la directiva había alguno con aires de grandeza», dice con resignación Pencho Madrid, quien no siguió como entrenador tras el ascenso: «No quería renovar, no estaba a gusto. Quizás como era de la casa siempre me discutían», comenta. «Las personas que se encargaron de capitanear el buque vieron demasiadas estrellas en el horizonte. Conmigo hablaron y me dijeron que querían jugadores profesionales, pero yo no estaba dispuesto a dejar mi trabajo. Querían meterme en el cuerpo técnico, pero la cosa se quedó ahí y después no contaron conmigo. Esa temporada en Primera B recuerdo de ir a algún partido y escuchar en la grada cómo los aficionados coreaban mi nombre. Un día casi me hicieron llorar», dice Marcos Molina.

El único que se quedó fue Paco Guillem. «Cartagena fue muy importante para mí porque era la primera vez que salía de mi zona de confort. En Valencia tenía mucho nombre y me respetaban, pero aquí la gente me acogió de una forma que no podía pensar. Incluso nos guardaban el sitio para aparcar junto a la Uva Jumillana, donde teníamos el piso», dice el valenciano, que durante la temporada 90-91 hizo la mili y compartió el puesto de base con el malagueño Carlos Sánchez-Pastor.

Al final de esa única campaña en Primera B, el equipo se vendió. Cartagena dejó pasar un tren que ha sido incapaz desde entonces de volver a coger. «Nunca se ha trabajado con patrocinadores con proyección de futuro y siempre se ha pensado en el día a día. En Cartagena cada uno crea su club en lugar de tener paciencia. Durante estos años ha habido muchos reinos de taifas, pero nunca se ha llevado a cabo un proyecto único», dice Madrid, quien recuerda que «cuando se vendió la plaza al Melilla todo el trabajo y la afición se fueron al garete. Intentamos después con el Mare Nostrum volver, pero no había los mismos apoyos».

«Desde entonces el baloncesto está malvado en una ciudad futbolera, pero tuvimos gran tirón. No fuimos inteligentes para captar a esos aficionados y cada uno tomó por su camino», apunta Molina, quien fue el director deportivo del Myrtia -ahora Real Murcia- que logró el ascenso a LEB Plata.

«Yo estaba haciendo la mili y una mañana nos dijeron que han vendido el equipo. Me han contado muchas historias, como que había un grupo de empresarios comprometidos para seguir con el proyecto, pero que cuando fueron a reunirse ya estaba vendido todo», señala Guillem. «A mí me avisaron tarde. Hice negociaciones para que el club siguiera, pero cuando me enteré que estaba vendido, me quité de enmedio. Llegué a hablar con bastantes empresarios para hacer algo modesto y continuar, pero me dijeron que no me molestara más porque ya habían cogido el dinero», dice.

Pencho Madrid no ve en el horizonte un equipo profesional en Cartagena: «A corto plazo no lo veo, pero debería haber un equipo en LEB Oro y más teniendo en cuenta el nuevo Palacio de los Deportes, que no todas las ciudades lo tiene. Instalación hay para tener un buen equipo. Si está Almansa, ¿no puede Cartagena conseguirlo con trabajo?», afirma Madrid, quien mira con envidia a Murcia, donde reside en la actualidad, que tiene un equipo en ACB y otro en LEB Oro después del ascenso del Real Murcia.

«Una de las buenas opciones sería que el FC Cartagena, en caso de ascender a Segunda División, asumiera el baloncesto entre sus secciones», apunta Marcos Molina, quien señala que «la plantilla se podría hacer con gente de la Región, aunque también haya que traer a alguien de fuera. Yo hice del Myrtia con once jugadores de la tierra y ascendimos a LEB Plata», puntualiza.

Paco Guillem, desde el UPCT Basket Cartagena, se ha encontrado siempre con las limitaciones económicas para hacer crecer ese proyecto: «En nuestro club nos falta estructura y, sobre todo, economía. En Murcia han hecho muy bien las cosas, han crecido y han podido coger todo lo bueno de la Región, pero a nosotros se nos va cayendo todo el trabajo entre los dedos porque se van jugadores de aquí», dice el valenciano, quien recuerda que «cuando llegué al equipo de EBA solo había tres jugadores de Cartagena. Como se levantó la alfombra y se comprobó que la crisis económica era importante, llegamos a tener ocho y jugamos una fase de ascenso a LEB Plata, pero a la temporada siguiente, como premio, se bajó el presupuesto», dice el técnico, quien ha visto como su hijo Kiko también emigra para jugar en Plata. «la clave es que nunca ha existido unión», termina diciendo.