O flojeras, inútil o canalla; calificativos al gusto. Pero no todo debería valer, como tampoco descalificar o injuriar a la oposición con insidias trasnochadas y vaguedades. Los españoles deberíamos ser más exigentes con nuestros representantes políticos porque su responsabilidad es seria y les pagamos bien.

Igual en el fútbol. Las disputas entre Federación y Liga son tan vergonzantes como lamentable la desidia de la autoridad política para atajar tantos chiringuitos y egos desmesurados. Así ocurrió con el fallido intento de Rubiales de ajustar todavía más la asamblea federativa a su medida para asegurarse el puesto en las próximas elecciones; como si tuvieran pocos agarres ya en sus cortijos federativos. Ahora tenemos por delante qué hacer con las competiciones. La primera en la frente son los test sobre el covid-19, y la autoridad gubernamental tampoco aclara. El fútbol no debe ser privilegiado, pero sí tratado como locomotora del resto de deportes. Y, además, se debe jugar hasta el último partido. Líos e indolencia política a la vista.

Por otra parte, cualquier decreto gubernamental o ley debe hacerse con equidad y sensatez atendiendo al interés común. Pero también, ojo, pensando en quienes esperan la ley para explotar la trampa. Aunque hay diferencias.

No es igual un chorizo callejero o un don nadie que cualquier notable. Cuando se permite la circulación de mercancías, por ejemplo, es previsible que los narcotraficantes aprovechen para seguir distribuyendo. Y las autoridades deben evitarlo. Pero lo desvergonzado es que responsables públicos aprovechen las circunstancias para medrar descarados. O que utilicen esta dramática situación para levantar la patita y mear rescoldos egoístas o aldeanos. También hay quienes han hecho sus deberes admirablemente. Véanse el ayuntamiento de Madrid, los socialistas de Costa en Portugal o Merkel en Alemania.

Según algunos apoyos de Sánchez, el Ejército, la Guardia Civil y la Policía Nacional son fuerzas de ocupación y deben largarse por lo que simbolizan de poderes centralistas del Estado. Pero esto también lo han apoyado coaligados de gobierno; Iglesias el primero. Y que algunas atribuciones estatales de urgencia menoscaban la soberanía competencial autonómica, como también denuncian otros irredentos que viven muy bien contra España. A favor no mola y quizá no serían nadie.

El régimen autonómico estuvo bien concebido por la mayoría de constitucionalistas del 78. Pero otros entrevieron un camino con final oculto. Recuerdo al ínclito Pujol renegando del calificativo de separatista con tanta racionalidad como vehemencia y convicción. Mentía o disimulaba sus intenciones al tiempo que era fundamental para el equilibrio español con González, Aznar y con la propia Corona, siendo cercano al mismísimo Juan Carlos I. Y dirigentes vascos como Arzallus igual, pero más sibilinos: simularon no comulgar con la Constitución. Participaron, pero no la suscribieron y se han aprovechado mejor: véanse fueros y concierto fiscal exclusivo.

No obstante, es difícil hacerlo peor que este Gobierno. Su única contundencia es el confinamiento, aunque les sobrevino una desafortunada e imprevisible catástrofe. Y también es loable su esfuerzo de comunicación con explicaciones diarias, lo que les cuesta mostrar vergüenzas. A ese respecto, recordemos los seis primeros meses de Rajoy -2012- en otra crisis global, solo que requetesabida -desde 2007-. Con mayoría absoluta, estuvo mudo hasta las elecciones andaluzas para terminar haciendo lo contrario de lo prometido durante años: subir impuestos, habiendo ganado un año antes unas elecciones municipales y autonómicas, por lo que fue ridículo alegar desconocimiento. Y así acabó; también desaparecido y con el centro derecha partido en tres. Ahí tiene Casado su verdadero reto, al margen de oponerse al Gobierno como obligación: recomponer lo unido por Fraga y Aznar. Mientras no lo consiga gobernarán los socialistas. La palabra pactos, a uno y otro lado, debería grabársela a fuego.

Por eso, desde la crítica razonada al Gobierno: dilación en tomar medidas disponiendo de información anticipada; mascarillas generalizadas -ahora sí, antes no-; negligencia en protecciones a sanitarios, que todavía no llegan, o los test, sus precios y las reiteradas estafas sufridas, con escándalo flagrante por el suministrador elegido; el desvarío rectificador con autónomos y ahora con niños; las ayudas a empresas en manos privadas -bancos-, porque financiarán solo la solvencia holgada o cubrirán sus riesgos; dudosos datos oficiales de la pandemia; censura encubierta o divisiones internas; Sánchez no es la única goma para nuestra leña. Hay más bajo la bolaga.

Tiempo habrá de votar cambios, llegado el caso. Pero ahora, aparte de denunciar desgobiernos: acuerdos, solidaridad, inteligencia y leña al coronavirus, que es el hijoputa.