Cuando los astros confluyen para romper a malo todo es melancolía. La pregunta sería quién desató la epidemia que asola a los culés. Ya no basta ser primeros alternos en liga ni estar bien en Europa. Ni siquiera tener al mejor del mundo como seguro de vida. No. Ahora es el momento de los nervios, silbidos y pañuelos; el desconcierto, en suma.

Es evidente que la planificación deportiva se fue por el desagüe del tonteo Neymar en verano. Y por esa misma maloliente cañería se fue también Valverde, víctima colateral de tanto desvarío, que tampoco hizo nada por enmendar la plana a los lumbreras diseñadores de la plantilla para este año. O eso pareció, al menos.

El Barça acabó la pasada Liga con chirríos en su estructura. Tampoco bastó ganar sobradamente la Liga tras la debacle de Liverpool. Y es que, cuando la soberbias se alinean en paralelo cualquier golondrina hace verano. Messi luce sus penúltimas lunas como el incontestable artista mundial del balón. Y en esos estados anímicos hasta la timidez más emblemática, que era su caso, se torna en desconfianza. Bien podría recordar el argentino aquello del incombustible Giulio Andreotti en la política italiana: «Tengo conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y luego están los compañeros de partido». Dentro del Barça anidan quienes deberían quitarle el sueño. Y él lo sabe. Unos, los más comprensibles, son y serán quienes lleguen de corto para discutirle el liderazgo en el césped, que eso ha pasado en todos los equipos de élite cuando las cosas se tuercen y al figurón de turno empiezan a pesarle más los años que las botas. Y otros maquinan en los despachos para evidenciar que por muy bueno que sea un futbolista no es el alma del club ni pesa más que su historia. Bartomeu ha llegado al final de su tiempo queriendo figurar por derecho propio en el parnaso de los grandes dirigentes culés. Y para tan ególatra fin no escatima hogueras ni taladros. Tanto le dio hacer un equipo de baloncesto tirando de deuda como aparentar que podía fichar a quien quisiera, de hecho lo hizo con Griezmann aun bajándose los pantalones, sin reparar en que tiene las finanzas blaugranas hechas unos zorros. ¿Objetivo? Ganar una Champions con protagonismo presidencial para indicarle a Messi que sus goles desde el despacho pesan tanto o más que los suyos.

El problema es que en el altar de esa vanidad se sacrifica a cualquiera que pase por allí sin santiguarse ante el presidente. Lo mismo da un simple directivo que un vicepresidente o un futbolista sin cualificación que cualquiera de los capitanes del equipo. Piqué se percató hace tiempo y de ahí sus desencuentros con el gerifalte, otros fueron dimitiendo y Messi está cayendo ahora del burro.

El problema del argentino es que ha vivido por y para el balón sin necesidad de mirar hacia el palco. Y ahora, cuando se remanga en cuestiones que por desacostumbradas le vienen grandes, empieza a vislumbrar el cachondeo de Bartomeu con el asunto Neymar; una sugerencia ilusa del futbolista queriendo potenciar la plantilla con su amigo brasileño sin calibrar más. Ese fichaje ni quería ni podía ni debía hacerlo el presidente. Por haberlo dejado en la estacada -con el consiguiente y ruinoso desacierto de Coutinho y Démbéle-, por falta de dinero y por el escarnio judicial en el que tiene sumido al club. Pero no hubo explicaciones oportunas, que hasta él hubiese entendido, sino un montaje para hacerle creer que deseaba atender su petición, avalada por su mejor socio: Suárez, quien en el pecado de su frágil rodilla lleva seguramente la penitencia de algún ensoberbecimiento.

Al hilo de esa opereta bufa se encadenan los sucesivos desastres cuasi goyescos que ahondan la crisis del club. Los vodeviles Pujol y Xavi, el de Valverde, el de no prever la falta de delanteros largando hasta a Carles Pérez, la empresa filtradora de rumores y maldades de quienes molesten a la soberbia majestad del presidente, el último plato Setién, la apatía de los jugadores, la descompostura del segundo Sarabia, los gestos de algún notable como Alba, los pitos precoces de la grada, los pañuelos y gritos de dimisión en la tribuna y la sensación de que al Barça ya no le valdría un solo título, y menos si es el doméstico.

Ese es el preocupante Barçavirus como herencia de Bartomeu para su sucesor, porque él ya no cuenta, con el anochecer de Messi en lontananza. Tierra quemada.