El Mérida, un equipo que hasta ayer solo había ganado un partido en casa y tres en total, pintó la cara al Real Murcia. Un mal día lo puede tener cualquiera, defenderán algunos. Pero no solo fue un mal día. La derrota frente al Mérida, hundido en la clasificación, es la tónica de los granas cada vez que toca competir con rivales de poco nombre o de la zona baja de la tabla. Porque lo que se vivió ayer en el Romano es lo mismo que sucedió frente al Talavera, al Don Benito, al Sanluqueño o al Villarrubia.

Como esas personas que ponen fotos en sus redes sociales para ocultar el aburrimiento de su día a día, el Real Murcia se ha convertido en un equipo que solo da la cara en las grandes citas, cuando las exigencias las tienen otros, cuando los focos lucen a todo gas y cuando los titulares ocupan cinco columnas. Porque el equipo que ganó al FC Cartagena, al Córdoba o al UCAM es el mismo equipo que ayer fue de paseo a Mérida, o que no compitió frente al Talavera o que no pasó del 0-0 contra al colista Villarrobledo.

Porque cada vez que el Real Murcia consigue una gran victoria, esa semana, Adrián Hernández, en vez de elevar los entrenamientos para corregir los múltiples errores que todavía quedan pendientes, en vez de autoexigir a la plantilla, se entretiene mirándose al espejo, haciendo cábalas pensando en el futuro lejano y releyendo los titulares que claman por su todavía no renovación. Porque, para un sector, la conclusión siempre es la misma, cuando el Real Murcia gana es por Adrián Hernández y cuando el Real Murcia pierde es por los jugadores.

Pues si el entrenador murcianista fue el que lideró a los suyos a un claro triunfo frente al UCAM, a una victoria contra el Córdoba o a un cuchillazo en la aorta del FC Cartagena; el preparador murciano es el que consiente que sus jugadores se empeñen en arrastrar el escudo de un equipo centenario por campos como el del Mérida, el Don Benito, el Villarrobledo, el Villarrubia...

Porque si el murcianismo anda tranquilo y paciente es solo porque desde el minuto 1 se pusieron unas exigencias tan bajas, que llegar a la jornada 27 con 36 puntos ya parece suficiente para repartir notables. Sin embargo, en una Segunda B que cada temporada que pasa es más floja, el Real Murcia se permite cada vez más veces dejar de competir, como ocurrió ayer en Mérida, donde la única ocasión clara llegó en la segunda parte con una media chilena de Alberto Toril; o como ocurrió ante el colista, el Villarrobledo, al que no se le metió miedo ni por equivocación.

La falta de exigencia y el conformismo se han convertido en los peores enemigos de un Real Murcia que, eso sí, pese a lo que se pensaba en verano, prácticamente no ha sufrido en la clasificación. Andan tranquilos los murcianistas, en una zona de confort donde las aspiraciones son nulas. Están sobreviviendo y para ellos es suficiente. Ven una isla al fondo, pero en vez de nadar para intentar alcanzar objetivos mayores, se dejan llevar por la corriente.

No hay nada que reprocharles. Si se lo consienten hacen bien en dejarse llevar, pero no es menos cierto que desde los despachos de Nueva Condomina se afirma que la próxima temporada los objetivos serán mucho más ambiciosos, y viendo la actitud en los partidos en los que no hay grandes focos, pocos podrán llamar a la puerta para reclamar un contrato que les permita asegurarse el sitio para el siguiente reto.

Y es que desde que el Real Murcia consiguió tres victorias consecutivas, la consigna es demostrar la 'Cara B'. Festival de fallos frente al San Fernando (3-3), ridículo en casa contra el Talavera (0-1), sonrojo en el campo del colista (0-0) y ayer, en Mérida, se dio oxígeno a un equipo que solo había logrado un triunfo en el estadio Romano en esta campaña. La única alegría, casualidad o no, llegó en el encuentro donde se encendieron todos los focos. En el derbi ante el UCAM, el Real Murcia se dio una fiesta (3-1), demostrando que le encantan las grandes noches, los días de titulares.

Decía el viernes Adrián Hernández que esta semana no iba a ocurrir lo mismo de siempre. Que veía a sus jugadores preparados para no volver a las andadas en Mérida. Pues no se pudo equivocar más el técnico grana. Otra vez tropezaron los murcianistas en la misma piedra, en la piedra que ellos mismos se ponen y que es la de dejar en el vestuario la intensidad y la pelea.

Se desconoce cuál era el plan, porque la realidad es que en el Romano no hubo plan. Jugar con Chumbi es jugar con uno menos. Y ocurrió una vez más. En noventa minutos y ante un rival que está en el podio de los que más encajan solo tuvieron una ocasión clara de gol los granas. Un remate de media chilena de Alberto Toril que acabó en las manos del portero local. El resto fue ceder el balón al Mérida, se supone que con el objetivo de salir a la contra. Pues ni una contra se vio en todo el encuentro.

En el minuto 1, Tanis ya había salvado el primer gol. Luego la cosa no fue para tanto. Pero al Mérida le bastó con querer un poco más, dado que el Real Murcia no quería nada. O sí, quería que pasasen lo más rápido los noventa minutos, sumar un punto, que eso siempre es motivo de alegría en un club en el que se han empeñado en empapelar las paredes con la palabra conformismo, y volver a casa a mirarse el ombligo y pensar en renovaciones y esas cosas.

Hoy ya están en casa, pero con 0 puntos. Y es que un gol de Espinar fue suficiente para que el Mérida pintase la cara a los granas. La única duda es si alguien pondrá fin al 'todo vale' que se ha instalado en el club y de una vez por todas esta derrota servirá para que los murcianistas pasen por lo menos unas horas en el rincón de pensar.