En esta bendita pasión que es el fútbol, las verdades y las mentiras también dependen del color con que se miren. Cualquier aficionado tiene opiniones tan respetables en su mayoría como las de otro. Y engancha tanto porque, además y al margen, se es de un equipo u otro desde niño por pura emoción y sentimiento. Cuando se habla de fútbol, no de equipos concretos, no hace falta ser profesional ni muy entendido en la teoría para razonar con criterio los aspectos comunes del juego más seguido del planeta: todos tenemos recuerdos que rememorar para apoyar nuestras afirmaciones.

Aunque la mejor parte la encontramos cuando los profesionales razonan con sentido común, más allá de sus intereses, reconociendo cuestiones tan básicas como corrientes. El partido de Champions entre Real Madrid y Manchester City nos dejó opiniones y tensión por igual. Zidane fue criticado por su alineación y gestión de los cambios, y algunos volvieron a reconocer a Guardiola el magisterio que nunca perdió. Sin embargo, el catalán volvió a hacer un ejercicio de sensatez afirmando que si el Madrid hubiese marcado el segundo tanto, el petardo hubiera sido él. Y es así. Misma alineación, mismos cambios, y el encumbrado hubiese sido el francés si Vinicius llega marcar la ocasión que tuvo con empate a cero en el marcador. Ingleses y españoles hubieran salido igual en la segunda parte, y tal vez el resultado hubiese sido distinto. Es el fútbol mismo. Y son los goles, como siempre, quienes dictan las crónicas, las censuras y las alabanzas.

También suele manejar el gol la clasificación, que es quien manda. Pero para ganar hay que llegar al balón antes que el contrario, que también decía el doctor Ripoll, y acertar más en la portería del arquero menos conocido, que escribió Di Stéfano, o correr para no jugar andando, que decimos muchos, y meter la pierna, y ser más veloz, y no escatimar esfuerzos, y echarle corazón y bemoles, puesto que es un deporte de choque, y jugar con cabeza para no correr sin ella, y estar concentrado e intenso hasta el final, etc.

Es cierto que extrañó la ausencia de Kroos, pero salió Modric, que no es un piernas. Aunque también es verdad, como comentaba con algunos amigos al comienzo de la segunda parte, que quizás debió cambiarlo antes porque ya no llegaba. Pero también es verdad que hubo circunstancias fundamentales en el desarrollo del partido que inclinaron el resultado. Empujar por detrás con las dos manos a un defensa, como Grabriel Jesús a Ramos, por leve que sea, no es una jugada permitida en el reglamento. No es lo mismo, por inesperado, que hacerlo de frente o lateralmente. No suelo criticar con frecuencia a los árbitros, ni abono los lloros de los grandes, pero si anulan el empate, que bien pudo hacerlo el pintoresco colegiado griego o sus colegas del VAR, seguramente también estaríamos hablando de otra cosa. A un Madrid guardando una mínima ventaja no es fácil hacerle daño; es de los equipos menos goleados de Europa. Ni se habría partido el equipo ni Sterling hubiese hecho tanto daño ni Carvajal se hubiera visto tan comprometido para hacer el penalti ni Casemiro hubiera regalado el balón para atrás que ocasionó la expulsión de Ramos. Y con esto no estoy llorando ni justificando nada. Sé que puedo nadar contracorriente, pero el fútbol tiene estas cosas. Ni estoy menospreciando a Guardiola, cuya gestión fue excelente, de hecho el mejor del Madrid fue Courtois, ni tampoco salvo la responsabilidad de Zidane. Es más, concluyo que ganó el mejor, pero aún así, el fútbol también es veleidoso. La suerte puntual influye tanto como la bondad u orfandad del juego.

Escribo esta columna antes del clásico. ¡Emoción, bendita futbolería! Salvo hecatombe del Madrid o Barça, circunstancias improbables por mediocridad compartida, aunque ojalá me equivoque, el postpartido tendrá parecidas circunstancias. Decidirán detalles y pocos goles, pese a la superioridad que otorga Messi; la gran ventaja competitiva culé. Ambos saldrán precavidos porque se juegan mucho, sobre todo el Real Madrid.

Además, Zidane, en este partido y en el de Manchester, se juega la continuidad, aunque es lógico que despeje insinuaciones morbosas. Pero él lo sabe. Dos temporadas de ayuno es demasiado para el Real. Florentino acecha con cara de circunstancias, por mucho que lo ratifique, aunque también aquí juega la elegancia del tricampeón de Europa; su propia responsabilidad dictaría sentencia.

Ganará quien menos falle, o el favorecido por la suerte.