María del Mar Martínez Franco (Murcia, 9 de mayo de 1964) participará el 8 de marzo en la Carrera de la Mujer en una de las sillas joëlette de Zancadas sobre Ruedas. Con 17 años sufrió un accidente de tráfico que le cambió la vida, pero pese a ello ha hecho esquí alpino, esquí acuático, hípica, parapente, espeleología, bádminton y pádel. Desde Aspaym ayuda los discapacitados a integrarse.

¿Ha estado vinculada siempre al deporte?

He sido siempre una persona muy activa. Con 17 años tuve el accidente, era bailarina y mi futuro iba ser eso. Yo siempre iba por Murcia en bicicleta. Ese verano me iban a enseñar a hacer windsurf. Me gustaba practicarlo todo, pero verlo en la tele no.

¿Qué accidente sufrió?

Yendo con mis compañeros de ballet a una fiesta de Carnaval en Varadero, nos encontramos que varios compañeros no tenían disfraz y yo tenía unos en Torrevieja, en casa de mis padres. En el desvío a la altura de Campoamor, quien llevaba el coche se le fue en una curva y en la siguiente recta pegó un acelerón, salimos volando y el coche, que era un Renault 5, se partió en dos y yo salí volando. El chico que conducía salió del coche, la chica que iba detrás quedó aplastada y falleció allí, y a mí me recogieron de la carretera. El conductor decía que estaba bien, pero en la sala de espera falleció porque se había roto el bazo.

¿Cómo asumió una chica con 17 años tan activa quedarse en una silla de ruedas?

Me pasé los tres primeros años de mi vida queriéndome morir, buscando todo tipo de formas de suicidio. Además, descompuse la vida familiar porque mis circunstancias fueron particulares, ya que mi padre enfermó cuando tuve el accidente y mi madre había fallecido antes.

Y se fue a Toledo.

Sí, después de estar un mes en la UVI, donde no daban ni un duro por mi vida, me fui a Toledo. Recuerdo que pensaba que allí iba a volver a andar, pero empecé a notar que no sentía las piernas ni nada. No me planteaba que no iba a volver a andar en mi vida, que estaba allí para recuperarme, pero empecé a oír a los compañeros y los médicos hablar. Encima, un médico le dijo a mis hermanas que se dieran por contentas si me podía sentar en una silla de ruedas. Mi lesión fue a la altura de la cadera, pero en la UVI, no se sabe por qué, faltó oxígeno y la lesión subió hasta la altura del pecho. Provocó problemas respiratorios y falta de musculatura, perdí la voz y me dañaron las cuerdas vocales.

¿Su familia cómo se recompuso?

Fue una situación difícil. Mi hermana mayor, recién casada, se vino para estar conmigo, y la otra, que era azafata de vuelo y estaba en Inglaterra, dejó su trabajo y su carrera para venirse. También tenía una hermana pequeña que se fue con la mayor... Era un caos y todo eso yo me sentía culpable porque mi situación había provocado todo eso y pensaba que si no existía, mis hermanas enderezaban todo eso.

Fue cuando pensó en suicidarse.

Yo no quería vivir, no podía volver a andar y bailar, que era mi vida. Ese mismo año me iba a estudiar Diseño a Madrid y mi idea era terminar y volverme a Murcia y trabajar en la academia de Ballet. Pero eso se había roto. No quería seguir viviendo, pensé en todos los métodos de suicidio.

¿Y lo intentó?

No lo llegué a intentar por miedo a quedarme peor. El espíritu de superviviencia del ser hurmano es grandísimo y yo quería encontrar un sistema que no fuera doloroso y efectivo.

¿Qué pasó para que hoy en día esté aquí ayudando a tanta gente a través de Aspaym?

Me vine de Toledo y notaba que empezaba a mejorar con el fisioterapeuta con el que estaba trabajando. Él me sacó adelante porque tuve la suerte de que se vino para acá, a San Javier, y me fui detrás de él. La vida me ayudó en ese sentido. Nos habíamos dado un margen de cinco años. Los tres primeros fueron con depresiones continuas, pero era muy independiente y no quería vivir con mis hermanas. Cada vez que tenía una depresión gorda me daban unas fiebres muy altas, de 41º, pero tal y como venían se iban a los cinco días. Después de una bronca gorda con mis hermanas, me propusieron irme a Pamplona con un cura a unas jornadas. Yo había renegado de la religión porque no entendía que estuviera así. En aquel grupo iban tres drogadictos y varias personas más con discapacidad. Como me había peleado con mis hermanas, me fui para demostrar que podía irme sola. Hasta ese momento, cada vez que salía era con mis hermanas porque también habían desaparecido todos mis amigos. Dije que aunque fuera con esos, me iba y se apuntó mi hermana pequeña en mi coche, que lo había adaptado.

¿Cómo fue esa experiencia?

Los primeros cinco días fueron horribles, me pasó de todo. Me había puesto una sonda permanente para no tener problemas a la hora de entrar al baño y, encima, la persona que me animó a irme, que era el futuro cuñado de mi hermana, me caía muy gordo. Veía a gente discapacitada con grandes problemas y no entendía cómo eran felices. En ese momento no paraba de pelearme con Dios, pensaba que si era tan bueno, no sabía por qué había permitido que yo estuviera así. No encajaba allí y el cura me dijo que me volviera a Murcia. Ya lo tenía decidido, pero esa noche hicimos la oración aparte y nos impusieron las manos. En ese momento, el chico paralítico, al que no se le entendía nada, empezó a decir de forma clara 'cantar más fuerte que está aquí, que lo siento'. Yo alucinaba y en ese momento le pedí a Dios que me dejara sentir lo mismo que los otros. Seguidamente noté como si entrara una luz por la cabeza y empecé a llorar como nunca en la vida, pero sentía que estaba relajada, tranquila, como en paz, limpia. Me acosté y al día siguiente me levanté sin pensar en la silla. A partir de ahí empecé a ser feliz, una cosa muy extraña. Me di cuenta que no me iba a suicidar y que si era feliz, mi familia iba a estar tranquila. Tenía que tirar para adelante y darle algún sentido a mi vida. Durante esos años salía a la calle, pero me daba vergüenza porque me caía cada dos por tres.

¿Y qué hizo?

Pues tenía un perro y me ayudó muchísimo porque me obligaba a salir a pasearlo al parque y allí conocí gente. Creamos un grupo y hacíamos excursiones donde me sentía muy bien porque no solo se buscaban sitios para llevar a los perros, sino también para que fuera yo. Eso me ayudó a salir adelante y poco a poco conocí la asocación Aspaym, aunque yo no quería relacionarme con otra gente discapacitada para no encasillarme.

Pues se convirtió en activista total.

Pues sí, empecé a ayudar a mis hermanas e incluso era canguro de mi sobrino. Empecé a dar charlas en los colegios de prevención y seguí en el grupo religioso, algo que me hizo ser más abierta y me ayudó a hablar en público.

¿Cómo entró en contacto con Zancadas sobre Ruedas?

Por mi prima. Me habló de este grupo. Yo había hecho esquí alpino, esquí acuático, montar a caballo, parapente, espeleología... Lo único que no he hecho ha sido buceo y estoy empeñada en eso. Me dijo que tenían esas sillas joëlette y a veces les faltaba gente para poder utilizarlas. Un día hicimos una carrera en Alcantarilla y empecé a conocer a la gente. Me dio mucho gusto ver a personas que podían hacer solas eso que les entusiasmara ayudar a otros a cumplir un sueño. Después me dijeron que iban a hacer una carrera a Castellón, pero yo pensaba que era por la playa o asfalto, no por montaña, pero eso lo supe cuando estábamos allí. Fue una experiencia preciosa. Le decía a Juan Ernesto Peña que me sorprendía que se desgastaran de esa manera tirando de nosotras, pero él me contestaban que no me podía ni imaginar la adrenalina que suponía para ellos. Entendí que ellos disfrutaban con lo que estaban haciendo al margen de la labor social.

¿Y qué experimenta cuando hace deporte?

A mí me ha ayudado a hacerme sentir que vuelvo a integrame más natural en la sociedad donde, por desgracia, tuve que salir del accidente. Me costó trabajo que la gente viera quién soy, que soy María del Mar, que seguía sintiendo y quería divertirme fuera de lo que puedan ser las reuniones o la parte más laboral. Me ha hecho ver la parte más agradable de la vida, como es la vida y las relaciones sociales. El deporte también me ha ayudado muchísimo a romper la barrera social, la imagen que tienen los humanos de los discapacitados. Demostrar que podemos jugar al tenis, al bádminton y hacer cualquier tipo de deporte, la gente muchas veces se sorprende. Hoy en día las cosas son más fáciles para la gente nueva discapacitada, pero creo que hemos logrado mucho y me siento orgullosa de haber sido partícipe de ese avance.

¿Mujer y discapacidad es una doble discriminación?

Sí lo es. Yo no me he sentido discriminada porque ya me he encargado de ello. Por ejemplo, con el tema de los hijos y el sexo, siempre ha sido sexualidad y paternidad. Siempre se habla de la disfunción sexual para el hombre, para la mujer, nada. Explicaban la planificación sexual a los hombres porque la mayor parte de las parejas, casi todas, el discapacitado era el hombre. Hoy en día cuesta menos, pero las mujeres discapacitadas solían quedarse solas porque los hombres las abandonaban. Por supuesto, encontrar pareja era muy difícil. Una vez fui a una charla de un médico parapléjico en Cieza y allí le expuse que hablaban mucho de los hombres, ¿pero qué pasa con las mujeres? Él me decía que las mujeres no teníamos problemas, pero no es así, porque debemos tener cuidado con los embarazos, cuando ya estás cerca de dar a luz puedes romper aguas y no enterarte... Y, sobre todo, con las relaciones sexuales no tenemos problemas, pero hay que informar de la parte masculina y femenina, como la sensibilidad, las formas de sexualidad que puede haber, de todo. Es más, en todos los equipos multidisciplinares en los hospitales había médicos de todas las especialidades menos ginecólogos.

¿Pero hemos avanzado?

Sí. En Madrid tenemos una compañera tetrapléjica que ha tenido gemelos y también otra en Alcantarilla. Hemos avanzado, pero seguimos necesitando más pasos.

¿El deporte ayuda a que mujeres discapacitadas se integren más en la sociedad?

El deporte ha ayudado muchísimo. De hecho, la chica que tuvo los gemelos y yo jugábamos al bádminton, ella se quedó campeona de España y yo subcampeona. Empezamos así, pero también he hecho pádel, aunque yo lo tuve que dejar porque me fastidié la muñeca, pero a mí no me gusta la competición, me gusta jugar para divertirme. Tenemos también una socia que a través del deporte ha dejado la silla eléctrica y ha cogido la manual. Ayuda mucho porque te integras y en el caso de las mujeres siempre hemos ido a remolque. Yo también hice vela, que es un deporte que te hace sentirte más libre, pero también es verdad que necesitamos muchas ayudas porque para hacer todo eso necesitamos gente formada y preparada.

Pero todavía hay mucha gente discapacitada que no sale de su casa.

Sí porque cuando el discapacitado es hombre, suele estar al cuidado de él una mujer. No sé por qué los familiares de las mujeres tienen tendencia a que se queden en casa. De hecho, el afán de mi hermana mayor era que yo estuviera cómoda en mi entorno pero que no me preocupase y que no sufriera. Las grandes discapacidades tenemos muchas dificultades para integrarnos. Un hombre también tiene problemas, pero parece que es más necesario que trabaje que una mujer.

Así es, si puede trabajar bien, pero si no, que se quede casa.

De hecho, cuando yo tuve el accidente no fui a juicio, pero el miedo que tenía mi abogado es que el juez que tocaba, por aquél entonces, concedía más indemnización a los hombres que las mujeres, porque ellas tenían que quedarse en casa. Las ideas entonces eran otras y por eso me metí en la asociación, para que la gente pudiera seguir estudiando, porque yo, por ejemplo, tuve que dejarlo porque en el instituto que iba no quisieron bajar las clases a la planta de abajo para que yo pudiera acceder. Tampoco había una ley que lo obligara y yo he luchado por eso, para que la gente con discapacidad pueda seguir teniendo vida.