El conservadurismo de los árbitros se manifiesta en jugadas que aúnan lo falsario de sus rutinas. Al empezar la temporada, algunos se toman al pie de la letra los cambios producidos sobre la anterior, pero en cuanto sus decisiones levantan polvareda vuelven a refugiarse en zonas confortables.

Aparte de la polémica por las agresiones en los tendones de Aquiles, también empezaron mostrando tarjetas por cualquier mano, intencionada o no. Ahora tampoco, sobre todo si es en la primera parte. En cuanto a los agarrones, lo mismo. Y pregunto: ¿el reglamento es distinto según en qué periodo sea? Sin embargo, cuando se trata de codazos o golpes con brazos o manos en el rostro de los contrarios al saltar, se sancionan con rigor desde el principio. ¿Qué ocurre? Pues muy sencillo, que los braceos indiscriminados individuales se producen más fuera de las áreas y sancionarlos tiene menos repercusión en el marcador. Y que en las manos, al no ser tampoco jugadas de penalti fuera de las áreas, no entra el VAR. Y también, que la mayoría piensan que son mejores árbitros cuantas menos tarjetas saquen y cuantos menos expulsen.

También hay jugadas generalizadas, como el acoso a un contrario por atrás, en las que se aplican diferentes criterios. Si el que acosa es un defensa, parece un lance lógico del juego y se deja pasar, ahora bien, si es un delantero, falta al canto. ¿En qué se diferencian? Pues también es fácil de analizar. Si se dejara de pitar falta al delantero en cuanto eche el vaho en la nuca del defensa, se podrían originar jugadas de gol e influirían poderosamente en el resultado. Sin embargo, sancionar al delantero no tiene ninguna influencia inmediata. ¿Solución? Pues la rancia conservadora que aplican. Los delanteros son unos acosadores natos, cual machos asilvestrados, y los defensas simples víctimas de la violencia de aquellos. La prueba más evidente, les faltaría por añadir en su falsaria arbitrariedad, es la gran cantidad de defensores que se lesionan cada año por la violencia innata de los atacantes. Que se sepa, el único defensor que tiene bula, y dentro del área pequeña, es el portero, al que casi no se le puede ni rozar. Todo lo demás señala lo ambiguamente correcto de la mayoría de colegiados, quienes parece que les dicen sus rectores como nos decían nuestros padres a quienes íbamos a la antigua mili: cuanto más desapercibido pases, mejor.

Cambiando de tema, el domingo asistí como accionista a la Asamblea General del Real Murcia, en la que se debatían dos cuestiones fundamentales: un cambio de estatutos para impedir que nadie ostente más del cuarenta y nueve por ciento de la propiedad, con un máximo del veinte por ciento de representatividad, y una ampliación de capital para acabar la temporada dignamente e iniciar una etapa esperanzadora. Y me fui meditando la mansedumbre de esta asamblea, como por otra parte es la tónica generalizada en la mayoría de cualquier índole. No hay nada más fácil que manejar que una asamblea desde su mesa presidencial cuando no hay oposición organizada.

De todos modos, les recomendaría que no impidieran el debate ni intentaran ponerle sordina; es la salsa de una asamblea y debería ser el marchamo de lo que ellos mismos preconizan. Daba grima percibir los reiterados intentos en ese sentido desde la mesa.

La idea del método alemán para dirigir un club de fútbol es tan loable como ilusionante para los murcianistas; hartos de que los saltimbanquis de turno manoseen el club por sus intereses personales. Se trata, básicamente, de que la propiedad y la gestión estén en manos de sus socios accionistas y no de ningún amo. Ahora bien, en el caso del Murcia está utopía está lastrada por la penosa realidad. Pensé que lo plantearían con una primera solución en la mano: señores, esta es nuestra idea y tenemos a una docena de murcianos, como mínimo, que están dispuestos a poner doscientos mil euros por cabeza, por decir algo, y después lo que haga falta para asegurar la supervivencia del club; y ninguno de ellos quiere ser dueño absoluto.

Pero la ambigüedad de tirar para adelante con tan hermosa idea, y si después no sale volver a cambiar los estatutos para permitir la llegada de un señorito antes de enterrar al Real Murcia, ni es serio ni tiene un pase. Aun así, se aprobó la propuesta por una mayoría abrumadora.

Mucha suerte y que Dios nos pille confesados.