El Barça pudo y debió golear al Atlético de Madrid por juego y ocasiones, pero acabó perdiendo de una manera tan inexplicable como justificada por diez minutos durmientes. Y lo que siguió es otra forma del repertorio de tópicos futboleros y el petardazo final de un sonado que ejerce de presidente, de vicepresidente y director deportivo y atiende por Josep María Bartomeu.

Entre los disparates: lección de Simeone frente al desmayo de Valverde, encomio de la fe atlética frente al conformismo culé, repetición de las historias negras blaugranas de Roma y Liverpool, y que el inmejorable Oblak pudo con el magisterio de Messi. Conclusiones más falsas que el beso de Judas. Y todo eso a causa de un milimétrico fuera de juego, porque si ese gol no lo anulan, ya podía el esloveno parar hasta el AVE que al Barça no se le escapa el partido ni durmiendo la última media hora. Pero también es verdad que la suerte en el fútbol es tan determinante como la calidad; por eso es tan imprevisible. Y de tan nimio detalle, que a la postre hizo posible la extraordinaria remontada del Atléti, se han elaborado tantas teorías como interesante fue el partido. Sin ese pelín de suerte, esos mismos teóricos hubieran dado leña sin cuartel al corajudo Simeone y a sus jugadores y hasta al utillero. Porque el partido que hicieron fue realmente infumable, salvando solo alguna fenomenal parada del portero, como acostumbra, y saber aprovechar los dos últimos regalos que les hicieron Griezmann y Piqué. Todo lo demás, incluyendo el planteamiento, para olvidar. Durante ochenta minutos largos parecieron un equipo de Segunda B frente a un Primera División, de tal suerte que mediada la segunda parte lo normal es que fueran perdiendo por tres o cuatro goles. Solo había que ver la desesperación de Simeone en la banda.

Todo lo contrario de lo que hizo el disparado Madrid frente al Valencia, con un recital de fútbol digno de mejor competición. Por eso mismo de los tópicos, con ese mismo juego y si no hubiesen ganado, se hablaría de dominio infructuoso, fuegos de artificio y empanada de Zidane por sus cinco centrocampistas y un solo delantero. Lo que nos refrenda la única vedad irrefutable: los goles mandan. Y el trágala del portero del Valencia en el primero abrió la lata de las esencias blancas, elevando de paso a su técnico al parnaso de los grandes cuando hace poco era pasto de crítica. Cosas del fútbol, que también es para listos como demostró Kroos.

Y llegamos a la ocurrencia gilipollesca de Bartomeu, buscando entrenador para ya mismo a mitad de una temporada en la que encabezan la liga y andan bien en la Champions con Valverde de cuerpo vivo y presente, y sin que quepa reprocharle nada en el desdichado partido; si acaso, mala suerte y mal fario en otros partidos decisivos. Ni él regaló ningún balón ni fue blando a ningún cruce. Pero como el fútbol también es así, el runrún de la grada y los sambenitos de perdedores, como superstición, acaba devorando a los técnicos.

El petardazo de Bartomeu, deslegitimando al entrenador que debe conducirles hasta el final de temporada, puede hacer que el final sea catastrófico. Y si eso sucede, aparte del probo Valverde, que ya es historia y bastante tiene, los socios culés deberían echar también a gorrazos al lumbreras que emula a su homónimo blanco como hombre orquesta, que a su lado es Di Stéfano. Puyol le dijo que no, Xavi, prudente, que tampoco -menudo riesgo de quemarse antes de tiempo- y a este paso va a terminar con el santuario blaugrana. Ya echó a Zubizarreta y abrasó a Valdés, trajo a Abidal y Kluivert, que durarán poco, a Amor de vocero y brujulea perdido por el marasmo del panteón de culés ilustres. Todo un prenda, como demostró también con el culebrón Neymar este verano; que repetirá. Como algunos notables, Bartomeu no es tonto sino primo; un soberbio enciclopédico con desprecio absoluto hasta los lindes de su ego.

La final fue de chichinabo con dos equipos fuertes atrás y sin luces arriba. Un aburrimiento hasta los últimos minutos de la prórroga y la emoción de los penaltis. Realismo puro hasta en el campeón. El Madrid, como casi siempre en lo decisivo, demostró por qué es Real. Y Zidane a lo suyo; otro trofeo a la chepa y ya van nueve. ¿Flores dice usted? ¡Venga ya, hombre!