El tren que todos los nadadores jóvenes de este país anhelan coger pasó hace dos años por la puerta del domicilio en la barriada de Urbincasa de Alberto Martínez Murcia (Cartagena, 27 de julio de 1998). La Federación Española no becaba a deportistas de la modalidad de aguas abiertas, pero decidió hacer una excepción.

Había visto algo especial en un espigado chico criado en el modesto club Marina Cartagena bajo la atenta mirada de Margarita Cabezas, trabajadora incansable, pionera de la natación y reconocida en una ocasión como mejor técnico del país.

Y Alberto no ha defraudado a quienes confiaron en su día en él, esos que creyeron que becar a un chico que había sido campeón de España pero que carecía de currículum internacional, algo lógico en ese momento por su edad, era lo apropiado. Pero tampoco fue fácil para él abandonar su zona de confort.

En casa estaba cómodo, con todas las atenciones y la complicidad de entrenadores que conocía desde que era un niño. El francés Fred Vergnoux, uno de los técnicos con mayor reputación del mundo, el 'creador' de Mireia Belmonte, le esperaba en el CAR de Sant Cugat, donde ya no iba a recibir una palmadita en la espalda ni el consuelo de su familia en esos días malos que todos los deportistas de alto nivel tienen.

«Lo más difícil fue no estar con mi familia. No era lo mismo. Me lo tomé como si fuera una concentración más de las que estaba acostumbrado a realizar, pero era muy larga y no acababa nunca. Me tuve que acostumbrar a entrenar casi ocho horas diarias, un ritmo muy duro, cuando en Cartagena, como mucho, podía hacer seis horas», recordaba un año después de hacer las maletas y tras darse a conocer internacionalmente con un brillante décimo puesto en el Campeonato de Europa con solo 20 años de edad.

El primer test fue sobresaliente, incluso por encima de lo esperado para un nadador tan joven en una modalidad como las aguas abiertas donde el fondo es primordial y la madurez en los deportistas no es tan prematura como en la piscina.

La evolución de Alberto Martínez no se ha frenado. Todo lo contrario. Ha ido a más en un tiempo récord. Comenzó al año ganando los Campeonatos de España y una medalla de bronce en la LEN Cup francesa, donde sacó el pasaporte para el Mundial de Corea del Sur a las primeras de cambio, sin esperar a esas molestas repescas que alteran la preparación de los deportistas para las grandes citas.

En Gwangju se presentó como uno de los competidores más jóvenes. La inexperiencia era un hándicap importante cuando a su lado nadaban como rivales campeones del mundo y europeos. Él, que en 2016 'explotó' con un subcampeonato nacional absoluto y júnior, estaba ante un reto mayúsculo solo tres años después. Sin embargo, en la prueba de 10 kilómetros, distancia olímpica, logró una octava plaza espectacular, convirtiéndose en el más joven del 'top 10'.

La recompensa, asegurarse con un año de antelación su presencia en los Juegos de Tokio 2020, con todo lo que supone de tranquilidad para realizar la planificación. «Me sentía muy cómodo en el agua», recuerda sobre la prueba. «Agarraba, tenía fuerza y mi peso era el idóneo, no se me iba de las manos. Estaba en plena forma y me sentía rápido, con buenas sensaciones. Sabía que iba a salir, solo tenía que creer que iba a pasar. Ahora confío mucho más en mí. Psicológicamente he dado otro paso, me siento más maduro», dice un deportista con una madurez impropia para su edad.

La realidad es que Alberto Martínez ha estado acostumbrado a ir por delante de la edad que refleja su DNI desde que con cuatro años se lanzó por primera vez a una piscina. Fue en el Arsenal de Cartagena, donde acompañaba casi a diario a su hermano mayor. Solo dos después estaba compitiendo, aunque aún no tenía le edad mínima para ello.

«Me equivoqué al decirle a los entrenadores mi año de nacimiento y me apuntaron a la Travesía a Nado del Puerto de Cartagena», recuerda. Aquel día se llevó a casa su primer trofeo, el correspondiente al nadador más joven de la clásica competición cartagenera. Ahí empezó todo, aunque entre medias se cruzó el fútbol sala en su vida.

Pero solo estuvo una temporada dándole patadas a un balón porque en realidad él quería nadar. Con David Victoria aprendió a dar sus primeras brazadas y a sentir el cosquilleo que produce la competición, para poco después llegar a las manos de Margarita Cabezas.

Y así, paso a paso, hasta llegar a Barcelona, al CAR de Sant Cugat, donde viven y trabajan a diario los mejores nadadores del país, donde todos los días se lanza a las seis de la mañana a la piscina, donde trata de mejorar a diario sus marcas después de pulir técnicamente una brazada de gran intensidad.

«Solo pienso en los Juegos», dice, aunque en 2020 también habrá un Europeo, que «solo prepararé cuando se acerque la fecha, aunque si gano en los Europeos una medalla tampoco estaría mal», afirma con una ambición que desata cuando visiona Tokio 2020. «El principal objetivo es un diploma olímpico -estar entre los ocho primeros-, pero tengo que aspirar a lo más alto, ir al por el oro», asegura sin titubear.