O la buena gente. El viernes me reencontré con el uruguayo James Cantero en Moratalla. El motivo fue un recital poético en el teatro Trieta, del que fuimos coprotagonistas Juan Ignacio de Ibarra y un servidor junto al académico Marcial García, con el virtuoso Pepe Vélez a la guitarra y José Ludeña 'Junior' al piano, y un grupo de amigos de un auténtico poeta de raza, Diego Gómez -«me mate la vida, que no la muerte», decía-, a quien se le homenajeaba entrañablemente por su fallecimiento.

Fue una agradabilísima sorpresa que James asistiera con su esposa, y cuando lo abracé tras tantísimos años y pude sentarlo después junto al Maestro Ibarra, recordamos cosas de aquel otro tiempo de todos a una para salvar al Real Murcia.

Cantero era un delantero centro clásico. Siempre con la caña puesta para pescar cuantos goles pudiera. Poderoso de cabeza, hábil de piernas, desmarques inteligentes y gran definición. Pero la excepcionalidad de James eran su calidad humana y su enorme espiritualidad. Y pude constatar que conserva ambas cualidades. Circunstancia que le corroboró el Maestro Ibarra, y quizás no sepa él hasta cuánto, cuando le aclaró el porqué de sus críticas positivas de entonces hacia él como futbolista: «Yo siempre hablo bien de los buenos», le dijo. Y es que, ahora, cuando alguien hace diez o doce goles en Segunda B dicen que es bueno, y James, aunque hizo una veintena aquella temporada de 1993-94, era mejor persona y compañero que futbolista. Como anécdota, su compañía de viaje en los desplazamientos era una biblia. Vida ordenada, cordura en lo económico, simpatía, compañerismo, esfuerzo máximo en los entrenos y entrega sin límites en el campo; honradez y bonhomía a carta cabal. Comparen ustedes con demasiadas realidades penosas que vivimos en el mundo del fútbol actual y tomen nota los aspirantes y profesionales.

Gabriel Correa era un mediocentro típico, uruguayo también, que junto a James y al valenciano Julián arriba -quien marcó otro disparate de goles-, el vitoriano Juanjo en el centro de la defensa con los murcianos Camacho y Juanma en los laterales, Abellán en la portería, Eugenio en el medio campo y el sevillano Juanito, y posteriormente el balear Pepe Crespí, al que fichamos del Burgos de Primera, formaron la base del equipo que nos hizo campeones del grupo y de la liguilla de ascenso con Vicente Carlos Campillo de técnico, tras tener que prescindir del mítico y caballeroso Peiró. Elche, Hércules, Levante, Cartagena, Granada, Baracaldo o Getafe fueron algunos rivales nuestros.

Cito a Gabi Correa porque en el debate que se avecina sobre el medio centro del Madrid era de pierna dura, como Casemiro, y compartía su sentido táctico e incluso marcaba goles importantes. Fue mundialista con Uruguay y le cabe el honor de haber goleado al propio Real en el Bernabéu con el Valladolid del añorado Felipe Mesones. Un técnico de tanta raza y longevidad como buen recuerdo, que repitió en varios equipos a lo largo de los años con varios ascensos a primera. Mahón, Cartagena, Murcia, Tenerife, Elche -el técnico que más veces lo dirigió-, Valladolid, Salamanca y Granada fueron sus clubes.

Y llegamos a Marcos Llorente. No tiene la potencia de Correa o Casemiro, pero es difícil clasificarle porque tampoco es de físico limitado ni de pocos toques y distribuidor sobre todo, tipo Guardiola, Milla o Celades -de la escuela del Barça-, aunque comparta con ellos el sentido de la anticipación. Y tampoco llega de momento a los de pierna sabia, como Fernando Redondo o Marcos Senna, ni por supuesto a la excelencia de Busquets, por nombrar notables. Pero es joven, ambicioso, inteligente y excelente profesional y, como los grandes de cualquier cosa, para trabajar no ve pared entre el día y la noche. Genes tiene para llegar a donde quiera: Gento y Grosso son sus ancestros y la prodigiosa familia deportiva Llorente sus congéneres. Casi nada. Ahora bien, tal vez debería sosegarse y aprovechar sus portentosas condiciones atléticas: resistencia, elasticidad, rapidez adecuada y ritmo continuo, y su buena visión de juego y atrevimiento para cubrir plenamente su parcela y apoyar sin demoras, o asistir y llegar al área en situaciones oportunas sin perderse en esfuerzos baldíos ni en carreras y conducciones inútiles. Con sus indiscutidas honradez y humildad, y la cabeza y carácter que se le adivinan tiene posibilidades y tiempo para encumbrar. Está en el sitio y el momento. Solo necesita desearlo, perseverar y suerte.