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Cuando el reloj marcaba las doce menos cuarto de la mañana y la afición del Real Murcia tomaba asiento en su butaca de Nueva Condomina, ninguno esperaba que en las horas siguientes pudiera observar algo más feo y vergonzoso que el césped del estadio murcianista. Césped por llamarlo de alguna manera, porque menos hierba, había de todo. Desde que el recinto murciano fue inaugurado en 2006, el terreno de juego ha dado mucho que hablar. Son muchos los empleados a los que se intentó sacar los colores y a los que se acusó de jugar a jardineros, sin embargo doce años después se ha demostrado que cualquier tiempo pasado fue mejor.

No jugaron Real Murcia y Jumilla sobre una alfombra. Tampoco sobre algo parecido a césped. Tuvieron que competir en un terreno de juego que era un auténtico estropajo. Pero después de ver en acción a los granas durante 90 minutos, lo del vergonzoso césped quedó en una simple anécdota. Y es que los aficionados murcianistas solo necesitaron un rato para comprobar que el terreno de juego no iba a ser, ni por un momento, la peor noticia del día.

Consiguió Dani Aquino maquillar durante unos instantes la depresión que afecta al Real Murcia y que parece no tener cura. Tras una jugada interminable, que parecía que no iba a llegar a ningún sitio, como cada vez que Corredera intenta coger el timón, el Jumilla comprobó en sus propias carnes que los buenos jugadores siempre tienen un momento de inspiración. No está siendo la temporada de Aquino. Toda la purpurina que acompañó su fichaje ha desaparecido en apenas unas jornadas. Hace una semana ni fue convocado frente al UCAM -se desconoce si por lesión o por decisión técnica-, hasta ayer solo llevaba tres goles en su cartera -le faltan 27 para cumplir con la promesa que hizo a Gálvez en su presentación-, pero como el genio de la lámpara en la película de Aladdín surgió cuando más lo necesitaba su equipo.

No encontraban los granas el hueco. Con la defensa adelantada, con las líneas muy bien dibujadas, al Jumilla de Pontes no le costaba mantener maniatados a los murcianistas. Ni un acercamiento hasta el cuarto de hora. Se conformaban los granas con mover y mover el balón en la zona de confort, en ese espacio en el que solo los cobardes se sienten cómodos. Pese a disponer de los jugadores más caros de la categoría, ninguno era capaz de aportar verticalidad. Tanto, que Corredera prefiere andar hacia atrás y Jesús Alfaro está tan desaparecido que en muchos minutos parece hasta transparente. Solo Josema, aunque con más pelea que creatividad, intentaba tirar del equipo. Un pase del murciano a Aquino cambió el partido. Fue un pase simple. De apenas unos pocos metros. Sin arriesgar nada. Un pase del que no se podía esperar nada, pero Aquino lo convirtió en una asistencia perfecta. El Torito recibió el balón, se dio la vuelta y con un disparo perfecto e intencionado, de esos que los expertos en el FIFA huelen desde lejos, batió a un Ruddy que en esos momentos todavía no había visualizado al rival.

Quedaban 30 minutos de la primera parte y 45 de la segunda, pero el Real Murcia sintió que ya era suficiente. Estaban tan cómodos los granas que decidieron volver a mostrar todos sus defectos. Tardó el Jumilla un mundo en reconocerlos, en ver que con un poco de mala idea podía hacer mucho daño, por eso los vinícolas solo se llevaron un punto. Fueron inocentes los de Pontes. Muy inocentes. Tuvieron el control del centro del campo en algunos momentos, sin embargo nunca miraron a los ojos a Forniés, un amigo para los ataques rivales; ni apretaron las cuerdas a Miñano, que ayer era la novedad en el once. Poco o nada ofrecían unos y otros. El objetivo era ganar en fealdad al césped, y lo consiguieron.

Si el Real Murcia se olvidaba de la portería de Ruddy, Mackay vivía una tarde más que tranquila; si Pontes tenía que sustituir a Stevenson por lesión, Manolo Herrero quitaba a Aquino por unas molestias; si Donovan se peleaba con el mundo a la espera de que sus compañeros olieran la sangre, Chumbi era una isla en el lado contrario. La igualdad no podía ser mayor. La única diferencia estaba en el marcador. Y así se llegó a la última media hora. Ahí cambió todo. Pontes sabía que era ahora o nunca y sacó la artillería que tenía en el banquillo -Carlos Álvarez y Óscar Rico-. Por su parte, Manolo Herrero volvió a demostrar que los cambios no son lo suyo y decidió dar señas de cobardía -Armando y Juanma saltaban al campo-, invitando a su rival a afilarse las uñas.

Fue en una jugada de estrategia. Una falta innecesaria y tonta cometida por José Ruiz era la señal que necesitaban los vinícolas. Óscar Rico, un experto en situaciones de este tipo, puso el balón al centro y Carlos Álvarez, aprovechándose de la descomposición grana, cabeceaba a la red. Sorpresa en la Nueva Condomina. Aunque viendo los números granas en casa, de sorpresa nada de nada.

Si alguien esperaba la reacción grana, es que no ha visto demasiado al Real Murcia. Porque lo que ocurrió fue todo lo contrario. Si alguien pudo ganar, ese fue el Jumilla. En una contra de Carlos Álvarez, el asturiano prefirió ceder a Donovan cuando podía haber sacado la ametralladora para disparar a Mackay. Se complicó la jugada, pero el inglés supo salir de tal manera que anuló hasta al meta murcianista. Solo quedaba matar, pero cuando ya pensaba en cómo celebrar el gol de la victoria en Nueva Condomina, Armando, como un portero de balonmano, sacó una pierna providencial para, bajo palos, salvar a un equipo grana tan frío, pálido y descompuesto, un cadáver en el que cada día confía menos gente.