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Doce jornadas después de que comenzase la liga regular en el Grupo IV, Manolo Herrero sigue sin ser capaz de encontrar la vacuna que acabe con la falta de gol que acusa a los suyos. Solo hay que ver los números para que se activen todas las alarmas. Tres encuentros sin marcar, un gol en los últimos cinco partidos y nueve dianas en lo que va de campeonato. Las cifras, además de poner a temblar a cualquiera, son más de descenso que de ascenso. De hecho, solo el colista Atlético Malagueño tiene peores dígitos que los murcianos. El problema no es cosa de un día. Viene ya de largo. La diferencia es que las distintas medicaciones que ha probado Manolo Herrero para devolver la salud a sus atacantes solo han traído consigo efectos secundarios. Si hace unas semanas la falta de gol quedaba maquillada con el buen juego y las ocasiones generadas, a día de hoy el Real Murcia no solo no juega a nada sino que además los minutos en el área contraria son cada vez menores.

Es tal la gravedad de la enfermedad, es tan importante la crisis que afecta a toda la plantilla, que Manolo Herrero está más que superado, aunque la palabra también podría ser desquiciado. Quedó patente ayer sobre el césped del estadio del Don Benito. Veinticuatro horas después, pocos pueden descifrar que intentó el preparador murcianista. Pasadas setenta y dos horas, el sudoku seguirá sin resolverse. Y es que, después de los retoques del preparador andaluz, ya no solo es que el Real Murcia no tiene gol, es que ahora no hay ni chispa ni juego ni caminos abiertos. Porque si algo faltaron ayer son vías de escape. Ya se encargó Manolo Herrero de ello. Con un sistema cada vez más defensivo, el Real Murcia apareció en el césped con overbooking en el centro del campo y desnudo por las bandas, como esos niños pequeños a los que sus padres dejan vestirse solos por primera vez con el riesgo de que el destrozo sea importante. Pues algo parecido le sucedió a los granas. Armando y Maestre se repetían, Corredera está dejando claro que la versión actual es realmente la auténtica, que lo de las primeras jornadas fue una utopía; y Miñano nadie sabe muy bien cuál era su función. Por bandas ni se le vio, por el centro se solapaba con sus compañeros, y así ni una cosa ni otra. Como siempre, la única alternativa era Dani Aquino. El murciano, muy lejos del protagonismo que debería tener, demasiado abajo en la lista de 'pichichis', es el único que intenta activar a sus compañeros y encender la luz en medio de la noche para que los fantasmas abandonen la sala. Ayer fue clave en las mejores jugadas de los granas, aunque su participación no valió para dar puntos.

Si los dio Mackay. Se vinieron muy pronto abajo los murcianistas. Los primeros fallos en el área del Don Benito fueron como una losa sobre sus cabezas. Lo aprovechó el equipo extremeño para tomarse un respiro, y con balones colgados o a golpe de estrategia presionar a la retaguardia grana. Tuvo dos claras ocasiones en la primera parte, sin embargo el guardián del muro murcianista se estiró primero para frenar un disparo malintencionado de Bernal y posteriormente ganó por rapidez a Agudo, que se quedó con la miel en los labios. Lo mismo le pasó a Abraham Pozo. Le caía el rechace al pacense, quien tenía toda la portería libre para hacer gol, pero su disparo se marchó alto.

Estaba KO el Real Murcia. La depresión era importante. Nadie era capaz de poner orden, de garantizar cordura, de bajar el balón y tocar, algo que en las primeras semanas salía demasiado fácil. La defensa va por un lado; el centro del campo por otro; Manel Martínez se pelea con el contrario y Dani Aquino intenta encontrar la inspiración. Muchos deberes individuales, poco trabajo de equipo.

El paso por vestuarios volvió a centrar a los murcianistas. Salieron otra vez con la puerta contraria en la mente. Dani Aquino tiraba de los suyos. Lideró una contra y se plantó delante de Leo. Pese a su hambre constante, el murciano no miró a puerta. Fue generoso. Vio a su derecha a Manel Martínez y le cedió el premio, sin embargo Mario se cruzaba en el camino del esférico para enviarlo a córner. Era el minuto 46.

Diez minutos después, la historia se repitió. El Torito volvió a coger la batuta y dio la orden de que sonase la música, pero el acompañamiento volvió a fallar. Esta vez el murciano servía a Migue Leal, que estrelló el balón en Leo.

Es el Real Murcia un equipo débil mentalmente. Es como esos niños que ante la primera caída de la bicicleta, prefieren no volver a probar. Cuando el gol no llega, se desconectan, se sumen en una crisis de la que son incapaces de salir. Ocurrió en la última media hora. No ayudó la incapacidad de Manolo Herrero, su lentitud para intentar cambiar lo que no funcionaba. Tampoco suma que la delantera del Real Murcia esté casi de pretemporada -Víctor Curto se quedó en casa por lesión, mientras que Chumbi acaba de superar su segunda lesión de gravedad- ni que Dani Aquino esté siempre demasiado lejos del área, en una zona en la que ya hay demasiados jugadores como para ponerse de acuerdo. Ayer incluso el Don Benito se pudo relajar por banda.

Los granas, por decisión técnica, desaprovecharon las alas, tan importantes en algunas de las batallas más importantes de la historia. Desnudos por la derecha y por la izquierda, con laterales de larga distancia que apenas intervinieron, el Murcia fue más frágil que nunca y el gol estuvo más lejos que nunca.