La Santa Biblia y la biblia del futbolero tienen algo en común. Los domingos son sagrados. Si Dios construyó el mundo en seis días y al séptimo descansó; los aficionados al balompié sufren sus trabajos de lunes a viernes, y se dejan para el último día de la semana su gran pasión, la de celebrar, ya sea desde el sofá o ya sea desde la grada, de los goles de su equipo. Si embargo, el Real Murcia de Víctor Gálvez ya no respeta ni los domingos. No son nuevos los problemas institucionales de la entidad grana. No sorprende a nadie la gran deuda que arrastra una institución centenaria. Sin embargo, hasta hace unas semanas, los aficionados que cada día se madrugaban leyendo titulares cada vez más vergonzantes sobre sus gestores disfrutaban de una tregua los días en los que su equipo saltaba al césped.

Ahora, ni eso. Si hace quince días el presidente murcianista daba la nota al responder a los gritos que recibía de los peñistas, y los jugadores hacían un plante en toda regla sobre el terreno de juego; en el día de ayer, y sin importar que el encuentro se hubiese trasladado de domingo a sábado, el juego volvió a quedar en un plano tan pequeño que un segundo después de que el colegiado pitase el final del encuentro, nadie era capaz de recordar lo que había visto. A nadie, tal es la situación, le importaba la derrota viendo que lo que realmente está en juego es la supervivencia de un Real Murcia al que Víctor Gálvez está condenando a una muerte lenta pero segura.

Después de mil y una promesas, el oriolano no solo no pagó a los futbolistas y empleados, sino que además no dio la cara. Los que tienen todo el derecho del mundo a irse son los futbolistas, pero ellos si se presentaron sobre el terreno de juego. Con una alineación en la que las únicas novedades eran las vueltas de José Ruiz y Héber Pena, los granas querían olvidarse de todos los problemas y disfrutar regalando una victoria a una afición que les apoya y les respalda. Pero pronto se vio que las cabezas, por mucho que se intente, estaban muy lejos de césped. No se puede reprochar nada a los granas. Compitieron, lo intentaron, apenas dieron opciones al ataque del Granada B, sin embargo, en ningún momento hubo chispa. No estaban las cosas para imaginación, y no tardó en comprobarse.

Tras noventa minutos, el juego ofensivo del Real Murcia fue nulo. Julio Delgado no pudo encontrar el camino nunca; Héber Pena ni se conectó; Dani Aquino lo intentó con dos disparos lejanos y poco más; y Manel Martínez, de nuevo titular, nunca encontró el apoyo de sus compañeros.

Teniendo en cuenta que el Granada B tampoco encontró la página en la que se enseña a utilizar los cohetes, los aficionados vieron ayer el peor partido del curso en Nueva Condomina. Ni Mackay sufría ni Lejarraga tenían trabajo. Mucha intensidad en el centro del campo y poco más. Solo una acción a balón parado podía cambiar el marcador, y ahí los visitantes obtuvieron el premio. Andrés, de falta, batía al meta grana en el minuto 54.

Intentó Herrero activar a los suyos. Eliminó el técnico grana una pieza defensiva y apostó por Curto y Chumbi -ayer debutó con los granas- en el ataque, pero el desánimo del Real Murcia era tan grande que los jugadores no pudieron encontrar ni una pizca de rabia para desnudar a un Granada B muy sólido atrás.