Víctor Gálvez se encargó el domingo de acabar de un plumazo con la ceguera de los pocos seguidores murcianistas que aún creían en él. Si la escena del balcón en la junta del 4 de septiembre, cuando los consejeros disfrutaban de como un grupo de aficionados increpaba y amenazaba a García de la Vega, les dejó tocados; y los impagos de las nóminas a jugadores y empleados había supuesto un golpe a su credibilidad; la decisión del presidente de encararse con los seguidores que se concentraban pacificamente en la explanada de Nueva Condomina pidiendo que asumiera los pagos y los compromisos firmados, ha supuesto la estocada definitiva a un consejo de administración que en los seis meses que lleva al frente ha demostrado su inexperiencia y su incapacidad para torear el miura que tienen entre manos.

El gesto de Gálvez, con el que llamaba caraduras a los aficionados, y su posterior huida del palco cuando los jugadores, en un acto para la historia, se plantaban durante unos segundos sobre el césped, se han convertido en el último de los muchos bochornos protagonizados por los actuales gestores granas. Y es que desde que en el mes de marzo Miguel Martínez, entonces presidente, y Deseado Flores, consejero de la entidad, decidiesen dar un golpe de estado para secuestrar al Real Murcia, expulsando a Mauricio García de la Vega, el murcianismo no ha ganado para disgustos. Esos sentimientos quedaban perfectamente reflejados en el lema de la pancarta que lucieron durante la manifestación del domingo, en la que se podía leer ´Gracias por hacernos sentir vergüenza´.

Mientras Víctor Gálvez, impulsado sobre todo por su hijo Víctor Valentino, ha decidido agarrarse con todas sus fuerzas al sillón de mando, ignorando las protestas de los aficionados y, sobre todo, las quejas de unos jugadores y unos empleados que acumulan varias mensualidades sin cobrar y que no entienden cómo se ha llegado a esta situación si en verano el club ingresó más de un millón de euros, nadie sabe ahora mismo qué futuro inmediato le espera a la centenaria entidad. Lo que no se descarta es que en los próximos días se sigan viviendo capítulos del esperpento que comenzó en marzo y que, pese a ya no estar en la historia, sigue teniendo a dos protagonistas principales.

Sin la inestimable colaboración de Miguel Martínez, presidente de la entidad durante ese mes, y de Deseado Flores, el Real Murcia nunca se habría visto envuelto en la doble venta que abrió la pelea por la propiedad entre Mauricio García y Víctor Gálvez; y en la posterior gestión del oriolano, quien, pese a hablar de músculo financiero y alardear de que iba a fichar a los mejores del mundo y de que asumiría el pago a Hacienda de los millones que hiciesen falta, se ha quedado sin liquidez a las primeras de cambio, gastando en apenas dos meses todo lo generado en la campaña de abonos.

Todo comenzó en el mes de marzo. De la Vega se quedaba con las acciones de Raúl Moro sin tener que pagar al extremeño ni un euro -la deuda generada por el cacereño llegaba a los dos millones-, lo que llevó al en ese momento ex presidente a dar un golpe al timón. Y para ello contó con la ayuda de Deseado Flores y Miguel Martínez. Aunque su relación se había deteriorado, de hecho el hostelero fue el que apartó del cargo al máximo accionista del club, todos se unieron para eliminar a un enemigo común. Y es que De la Vega no solo había dejado sin acciones a Moro sino que también iba a dejar sin cargo a Flores.

Mientras el norteamericano contaba con el voto favorable de dos consejeros -Gabriel Torregrosa y Juan Merino se ajustaron a la legalidad y a la validez del contrato de compra firmado en diciembre por las partes-, el extremeño arrastró a Deseado Flores primero y posteriormente, después de jugar a dos bandas y de comprometerse con unos y con otros, a Martínez. Siendo mayoría, no dudaron en dar un golpe de estado para secuestrar el club, expulsando a De la Vega de las oficinas, y en favorecer la entrada de Gálvez Brothers, defendiendo que habían pagado una nómina a una plantilla harta de los impagos.

A partir de ahí, Nueva Condomina ha sido el centro de una batalla en la que la palabra legalidad nunca ha existido. Se firmó una doble venta, pasando las acciones de Moro a Gálvez e ignorando el acuerdo con el mexicano; se confeccionó un consejo en una junta llena de irregularidades y a la que Miguel Martínez impidió el acceso a la prensa; se hizo caso omiso al laudo arbitral en el que el TAS da la razón a De la Vega, así como a la decisión del CSD de autorizar la inscripción de las acciones a favor del norteamericano.

Y si faltaran ingredientes, Víctor Gálvez se ha encargado de bañar en barro el escudo de Nueva Condomina con sus continuas salidas de tono. En una rueda de prensa para la historia llamó golfo y amenazó al su adversario con una frase recordada por todos -«te voy a morder la yugular»-; en la junta de septiembre, el consejo disfrutó desde el balcón de como un grupo de aficionados radicales increpaban al verdadero propietario grana y el domingo, en ese mismo balcón, el oriolano se encaraba con los seguidores que le exigían que pagara las nóminas y que demostrase dónde está el dinero de los abonos. Si faltaban pocos ingredientes, el alicantino también vivía en primera persona el plantón de la plantilla, algo que no se producía en la entidad grana desde la década de los noventa.

Poco tiene que ver el escenario con el que tanto Miguel Martínez como Raúl Moro pintaron en marzo, cuando sacaron de Nueva Condomina a De la Vega para apostar por Gálvez. «Hemos hecho lo mejor para el Murcia. La prioridad es que entre dinero, que los jugadores cobren y que sigan jugando, que los empleados cobren, que las bases cobren, que el club pueda seguir funcionando en su día a día, con nueva gente en el consejo», decía el murciano tras la junta en la que el oriolano salía como presidente. Un mes antes, justo el día en el que Mauricio García era expulsado de las oficinas, Moro indicaba que había apostado por Gálvez Brothers porque «lo primero es el Real Murcia. Aquí hay que venir a sumar y a trabajar. Hay que poner dinero para cumplir los pagos».

Seis meses después, Víctor Gálvez ya ha dejado claro que no va a poner un euro de su bolsillo. Del dinero ingresado por el club en verano y que ha ido a parar a una empresa de Toni Hernández tampoco nadie sabe nada. Como también se ignora por qué desaparecieron los datáfonos de las taquillas y se exigió pagar en metálico. A la espera de respuestas, Raúl Moro guarda silencio, y Miguel Martínez y Deseado Flores andan en paradero desconocido.