Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Lo que no significa que en un momento determinado, tu mascota pueda sacar su mal genio. Hay razas que incluso viviendo en nuestras casas y durmiendo en nuestras camas siempre serán potencialmente peligrosas. Algo parecido pasa con los gatos. Por muy bonitos que salgan en los vídeos de youtube, jamás podremos borrar su instinto agresivo. Solo hay que verles jugar con las uñas fuera o esconderse detrás de un sofá como si estuvieran cazando en la mismísima selva. No consigue sacar ese carácter salvaje el Real Murcia. Pese a que por su coste todo hace indicar que es un equipo con uno de los pedigrís más importante de la categoría, si no el que más, en su documento de identidad, de momento, aparece catalogado como uno de esos ositos de peluche a los que da gusto abrazar. Si no se lo creen, pregunten a la defensa del San Fernando o ayer a la del Marbella, por no ir unas semanas más atrás. Solo hay que ver la falta de maldad de los de Herrero tanto a la hora de pensar como en el momento de actuar.

Son ya ocho jornadas las transcurridas, y cuando al Real Murcia le toca atacar, sus jugadores tiemblan. Unas veces se paran, como si lo de marcar goles no fuera con ellos, algo que le volvió a suceder ayer a Héber Pena nada más comenzar el partido; otras veces definen mal, y en algún que otro caso se encuentran con el portero rival, que también juega. Todas las posibilidades se dieron ayer sobre el césped del Marbella, como si en el vestuario grana no hubiera llegado esa frase que dice que de los errores se aprende.

No jugaron los granas un buen partido. Sin embargo, se quedaron al borde del aprobado. Porque pese a entrar en el encuentro a trompicones; a no aparecer por ningún sitio Corredera, quien ya suma dos incomparecencias; a depender de un Héber Pena al que se le apaga la luz cuando hay que desenfundar el revólver y apretar el gatillo; a colgarse de las espaldas de un Dani Aquino que está tan lejos del área que por mucho que destaque nunca será suficiente; o a perder por lesión a Jesús Alfaro y contar con un hombre mermado como Víctor Curto, el Real Murcia fue el único que ayer mereció sonreír. Pero, como nos demuestra la vida cada día, una cosa es merecerlo y otra, conseguirlo.

Se presentaba el partido como la primera prueba de fuego del Murcia de Manolo Herrero. El Marbella, pese a su irregularidad en el inicio liguero, siempre es un rival a tener en cuenta, y el campo de los andaluces nunca deja buenos recuerdos en la memoria de los murcianistas. Además, los impagos por parte del club grana tampoco ayudan a que las mentes estén donde tienen que estar. Todo influyó, posiblemente, para que los de Herrero se comportaran como un equipo cabizbajo, con pocos recursos e impulsado por algunos detalles de un Dani Aquino que prefiere destacar en la zona cómoda del campo antes de dar el paso al frente y gobernar entre tiburones.

No se vio a Corredera frente al San Fernando y tampoco ayer en Marbella. Y sin el jugador que debe sacar la brújula y enseñar el Norte, el Real Murcia se pierde, o se enreda en sus propias decisiones. Pero hasta en reserva, los granas fueron mejores que un Marbella que nunca supo entender cuál era su objetivo, si el empate o la victoria.

A los siete minutos, Héber Pena demostró que sus poderes acaban cuando pisa el área; y en el trece, Wilfred salvó un disparo a bocajarro de Víctor Curto. El partido se jugaba en las inmediaciones del área defendida por los andaluces. Pero los de Padilla en ningún caso sintieron miedo. Daba igual los saques de esquina que lanzaran los murcianistas o las faltas que el árbitro señalase en esa zona del campo, en el Real Murcia nadie ha entendido la importancia de las jugadas de estrategia en una categoría como la Segunda B. Cuando apuestan por no salirse del guión, nadie remata; cuando se aventuran en alguna probatura, tiemblan. Ayer se vio cuando regalaron alguna que otra contra al Marbella o cuando nadie fue capaz de entender que era lo que intentaban hacer.

Con la bondad de un lindo gatito que ha sido castrado y que mira la vida desde lo alto de un sofá, el Real Murcia fue menos peligroso que nunca. Solo jugaba a chispazos, y hasta eso se acabó cuando en el minuto 24 Jesús Alfaro abandonaba el terreno de juego sin ni siquiera apoyar la pierna. No fue la ausencia del extremo lo que afectó las mentes de los de Herrero, sino más bien el miedo que deja en los cuerpos una mala noticia, en este caso, con casi toda seguridad, una grave lesión.

Los veinticinco minutos siguientes se pueden resumir en tres palabras: no sucedió nada. Por destacar algo, una falta suavecita lanzada por Juergen que permitió estirarse a un Mackay que hasta ese momento era un simple extra.

Poco cambiaron las cosas en la segunda parte. Ni el Marbella se daba cuenta de la depresión que pasa factura a los jugadores granas, que por muchas ganas que pongan no son capaces de encontrar el camino; ni el Real Murcia entendió que elevando un poco más el ritmo podría volver a casa con tres puntos en el bolsillo.

Con Víctor Curto renqueante desde la primera parte por un golpe en el tobillo -no fue sustituido hasta el minuto 69- y el centro del campo sin vías por las que hacer correr el agua; otra vez quedaba todo en manos de Aquino, Héber Pena y Josema.

El muleño aprobó con nota. Siempre se ofreció por banda, no le temblaron las piernas a la hora de centrar e incluso tuvo el gol. Fue en una bonita jugada, con pared incluida, en la que Víctor Curto le dejaba los deberes hechos, como cuando un amigo te presenta a esa chica perfecta que quieres que se convierta en la mujer de tu vida. En el mano a mano con Wilfred, Josema se atrevió, fue valiente, probó con una vaselina, con la mala suerte de que el meta marbellí acertó sus intenciones y el esférico se marchó fuera rozando el palo (54'). El canterano comprobó en un suspiro que el auténtico amor pocas veces llega en el primer intento.

Hay personas que se crecen ante los golpes y otras que se vienen abajo cuando llegan las adversidades. Al Murcia le pasó lo segundo. Como el gol no llegaba, los granas prácticamente renunciaron a seguir luchando.

Saltó al terreno de juego Manel Martínez, que puso lucha entre la defensa rival; se fueron sucediendo nuevos saques de esquina y faltas que nunca tuvieron historia; y se llegó al final de un partido en el que el Real Murcia confirmó una vez más que su ataque es tan tierno como un osito de peluche.