"Pa ver cuatro espigas arruyás y pegás a la tierra€" Eso escribía nuestro Vicente Medina en su Cansera; un precioso e intimista poema en murciano dando voz al alma vieja de un huertano depresivo. Como ahora están los madridistas: esmirriaos y mustios.

Pero no hay que desesperar. Tampoco es el momento de añoranzas ni lamentos por lo que Pérez no previó en su día, al decidir que el malestar de Cristiano siguiera su curso cuando aún estaba a tiempo de reconducirlo. Y es que, las promesas hay que cumplirlas o, si se consideran inapropiadas por inmerecidas, explicarlo y tener una alternativa sólida; exceso de confianza o un asomo insensato de prepotencia. Otro más. Este con visos de llanto y crujir de dientes.

Empezó ilusionante la apuesta de Lopetegui; enganchaba. Pero en el fútbol no funciona nada sin goles. Ahora hay que seguir a Kipling y reedificar un club desde sus brasas, camino de una travesía desértica como advertimos hace tiempo. Ocurrió igual cuando se marchó Di Stéfano, el primer monstruo, a primeros de los sesenta del siglo pasado.

Tres años en blanco hasta que un Madrid reconvertido ganó su sexta copa de Europa con aquel equipo ye-ye del 66 y solo el vestigio de Gento respecto a las cinco primeras. Es difícil inventar nada en un juego más que centenario. Ni siquiera para una mente tan prodigiosa en los negocios como ramplona en lo deportivo. Don Florentino, siguiendo a Homero, debería explicar a los suyos que el gozo debe estar en el camino más que en la meta. Aunque sea zozobroso y estéril y otros ocupen el lugar señero acostumbrado. Como la vida misma.

En todo caso, es difícil entender que alguien ducho en estrategia empresarial no previera con tiempo las consecuencias de dejar el cuerpo muerto. Benzema y Bale, sus apuestas, no eran alternativas para cincuenta goles. Como tampoco ganar cuatro Champions de cinco debería tapar las evidentes carencias que reflejaban en liga; los goles de Cristiano tapaban algunas. Y también cuesta comprender cómo se obnubiló tanto con sus dos éxitos consecutivos, los de Figo y Zidane, y, sin embargo, no aprendió nada de sus subsiguientes fracasos, que es el pozo de sabiduría de los sabios, según Goethe. Ya le costó irse en el 2006 y a punto estuvo antes de la pírrica décima Champions. Lo impidió el celebérrimo cabezazo de Ramos en Lisboa.

Ahora toca levantar los ánimos y reinventar un equipo bajo mínimos. No creo que sea problema de entrenador, por mucho que a Lopetegui le tengan ganas tantos por su deserción de España. Jugadores tiene para pelear por todo. E ideas futbolísticas también; hemos visto fases brillantes de juego. Solo falta que lo dejen hacer con confianza y muchos ánimos. Pero temo que la guadaña de su soberbia majestad no soporte una pañuelada en Chamartín. Los brillos madrileños sugieren que la torva guadaña presidencial siegue de nuevo. Una lástima, porque hay mimbres para enhebrar un equipo de futuro brillante.

¡Tengo una cansera€!

Y así acababa el insigne lírico archenero su poema. Esa misma que rumian los murcianistas por lo institucional y económico, ahora que lo deportivo ilusiona.

Y vuelvo a la misma pregunta de hace unas semanas. ¿Qué hacen dos personas aparentemente lúcidas peleándose por una ruina? ¿Tan listo fue Moro para liarlos a los dos y largarse de fiesta? Más pronto que tarde saldremos de dudas; lo que hoy no se sabe por dinero, mañana se conoce gratis. Y entonces sabremos quién fue el ingenuo, el tonto y el golfo.

Gálvez y De la Vega deberían sentarse y mostrar sus cartas antes de que diluvie. No atisbo otra solución que negociar hasta el límite de la honra del Real Murcia. Ese club tan grande, capaz de superar los diez mil abonados en una categoría impropia con todos sus pesares, que ha resurgido de sus cenizas demasiadas veces. O tal vez sea el momento de que alguien venga con el mazo y separe el grano de la paja para garbillar después los restos, si es que queda algo tras la tragicomedia que nos deprime.

¿Y por Cartagena? Pues que no es el momento de alardear de dinero y sí de rearmar morales desde la humildad. No sea que se oscurezca la excelente gestión de Belmonte y Breis y al final no haya ni estaca.

Mientras, el UCAM de Mendoza, de austero a sencillo, haciendo camino como Machado; con palos y cañicas sigue encumbrando. Y que dure.