Donde Alejandro Valverde pone el ojo, pone la bala. Aunque para ello tenga que pasar el tiempo que haga falta. El murciano soñaba con dormir un año vestido de arco iris, lo llevaba buscando desde no se sabe ya cuanto tiempo, y a sus 38 años ha convertido su gran sueño en realidad. Se le escapó en 2003 en Hamilton, en 2005 en Madrid, en 2006 en Salzburgo, en 2012 en Valkenburg, en 2013 en Florencia y en 2014 en Ponferrada. Pero Valverde no muere nunca. Valverde será eterno. Y esta tarde lo ha vuelto a demostrar. Ha sido en Innsbruck donde el murciano se ha coronado campeón del mundo. En un esprint que controló de principio a fin, en una recta final en la que parecía que la subida a la pared de Gramartboden había sido cosa de niños, en unos metros finales en los que Woods, Bardet y Duomoulin se rindieron al talento y la veteranía del ciclista de Las Lumbreras, Valverde levantó los brazos. El sueño por fin era realidad. Bardet era segundo y Woods, tercero.

La pared de Gramartboden no defraudó. Como se esperaba, el muro de 2.800 metros al 11,5% de desnival y rampas de hasta el 28% decidió el Campeonato del Mundo de Ruta que se ha disputado en Innsbruck (Austria). Los supervivientes del tramo final del recorrido tendrían el premio del podio, y así fue. Nada más afrontar los últimos diez kilómetros, los nombres de los elegidos pronto quedaron claros, y ahí estaba Alejandro Valverde. Con la sangre fría que le caracteriza y la veteranía que le ha permitido llegar en plena forma a los 38 años, el murciano no cejó en su empeño de conseguir la medalla de oro que le faltaba en su palmarés, un metal que le diera el deseado jersey arco iris. Aguantó brillantemente la subida de la pared de Gramartboden, donde tuvo como compañeros de viaje a Woods y Bardet. El podio parecía claro, solo faltaba el color de las medalla que se colgaría cada uno. Sin embargo, Duomoulin intentaba reaccionar desde atrás y sumarse al grupo para dar batalla.

Los kilómetros iban transcurriendo y el trío de cabeza se vigilaba más que nunca. Nadie se atrevía a saltar. Los nervios y la proximidad de la meta convertían los últimos metros en una cacería. A falta de 1,3 kilómetros, Duomoulin se sumaba a Woods, Bardet y Valverde. Las miradas de reojo iban aumentando a cada metro. Todo se jugaría en el esprint. Arrancaba el murciano, desde lejos, y no falló en el disparo. A sus 38 años, Alejandro Valverde conseguía su gran sueño, el de vestirse de arco iris, el de colgalse al cuello la medalla de oro que le acredita como campeón del mundo. Una carrera entera buscando un metal, y por fin era suyo.

El oro logrado en Innsbruck se suma a las platas en Hamilton 2003 y Madrid 2005 y los bronces de Salzsburgo 2006, Valkenburg 2012, Florencia 2013 y Ponferrada 2014.