Que levante la mano quién no ha sentido alguna vez una descarga eléctrica al tocar un objeto de metal o incluso al rozar a otra persona. Pocos de ustedes podrán decir que desconocen una sensación tan habitual como sorprendente. «Me has dado calambre», es la frase que solemos lanzar cuando sentimos esa sacudida tan especial para unos y tan desagradable para otros. Pues ese latigazo que apenas dura unos segundos pero que nos pone en alerta es lo que le faltó ayer al Real Murcia en su debut en Nueva Condomina. No lo consiguió Dani Aquino, demasiado ansioso en su reencuentro con la afición murcianista; tampoco Jesús Alfaro, al que Isma le quitó el gol en una de las pocas ocasiones clarísimas que se vieron en el encuentro; incluso Manel Martínez, que a los dos minutos del encuentro ya había avisado, se deshizo como un azucarillo cuando entra en contacto con el café. Y sin ese gol que hubiese destrozado los planes del Villanovense, más preocupado por defender el 0-0 que por probar la seguridad de Mackay, el dominio murcianista en la parte tranquila del terrero de juego fue mentiroso.

Sin exigencia por parte visitante, los de Manolo Herrero se emborracharon de balón. Su dominio fue aplastante. Ni Corredera ni Maestre tuvieron que esforzarse demasiado para ganar cualquier batalla a Pajuelo, Borja García y Poley. Por esa zona había una baja importante en el bando grana. No por lesión, sino por decisión técnica. Porque ayer, la sorpresa en el once titular fue la ausencia de Armando Ortiz. El jugador que se ha ganado la renovación en los despachos y en los juzgados, poniéndose al servicio de Víctor Gálvez, perdía su sitio en el campo a las primeras de cambio. Maestre era el elegido para comandar el equipo desde el medio, una posición en la que Herrero tiene tantas alternativas que cuando le toca mirar a otros puestos es más que probable que le entre la depresión.

Todo parecía destinado para que el Real Murcia olvidase sus miedos en Nueva Condomina y continuase con su inicio victorioso con un segundo triunfo en dos partidos.

Con el Villanovense atrincherado, tocaba asedio, y Herrero lo tenía claro. Paciencia y posesión. Pocos errores cometieron los granas, pocos balones ganaron los visitantes, que eran incapaces de dar tres pases seguidos, pero la superioridad murcianista acababa cuando había que entrar en una zona cargada de bombas. No es que no se llegase a puerta, de hecho hubo muchísimos disparos, sin embargo la claridad nunca apareció.

Todo era demasiado previsible. A Dani Aquino le podía la necesidad de agradar, Héber Pena deberá mejorar mucho para que las apariencias no se conviertan en realidad y los laterales nunca enseñaron el cuchillo entre los dientes, y así la telaraña tejida por los visitantes fue fortaleciéndose conforme avanzaba el reloj. Y eso que Manel Martínez solo necesitaba dos minutos para poner a temblar a Isma con un disparo cruzado que se marchó rozando el poste.

Fue un espejismo. El Murcia nadaba cómodo en aguas tranquilas, pero nunca más allá de la línea marcada por José Manuel Roca. Como el colegiado cuando saca el spray y señalaba la raya que no pueden sobrepasar los futbolistas que se colocan en las barreras, el técnico del Villanovense aleccionó a sus jugadores para amurallar las inmediaciones del área defendida por Isma, y minuto a minuto fue sobreviviendo hasta volver a casa con un punto en el bolsillo.

Tuvo el Real Murcia acciones para hacer saltar por los aires todo lo planeado por su rival. Las constantes faltas permitían que Aquino fuese colgando balones al área o que incluso lo intentase de forma directa, con poco acierto. La mejor ocasión de la primera parte llegó a la media hora, cuando Isma reaccionó rápido a un remate a bocajarro de Jesús Alfaro.

Los de Herrero hacían los deberes. Mantenían bajo control su territorio -los visitantes no dispararon a puerta en toda la primera parte-; no se ponían nerviosos con el balón en los pies y no temblaban a la hora de mirar a puerta, pero siempre lo hicieron sin la chispa necesaria para dejar de lado esa rutina que afecta hasta a las parejas más felices.

«Antes o después llegará el gol». Esa era la frase más repetida en la grada. Posiblemente fue la que los jugadores se decían a la vuelta del vestuario. Y Hugo Álvarez fue el siguiente que la pudo hacer realidad. A la salida de un córner y después de que Charlie Dean tocara hacia atrás, el central vigués cabeceó con intención, obligando una vez más a reaccionar a Isma, que se estaba convirtiendo en el salvador del Villanovense.

Aquino se probaba desde todas las distancias, Charlie Dean enviaba por encima del larguero, Corredera lo intentaba desde muy lejos y Julio Delgado se estrellaba en el lateral de la red... Así una y otra vez, con más insistencia que peligro, y todo ante un Villanovense cada vez más encerrado, ante un rival que no encontraba desahogo ni en los contragolpes -su única ocasión llegó pasados los 70 minutos-.

Necesitaba el Real Murcia un revulsivo, uno de esos calambres de los que hablábamos al principio. Pero ni Alfaro ni Héber Pena eran capaces de encender la luz para ayudar a Aquino y a Manel Martínez. Tampoco los laterales, a los que apenas se vio en ataque -más a Forniés que a José Ruiz-.

Solo quedaba recurrir a ese jugador que siempre aparece cada temporada y que se gana el cartel de 'revulsivo'. Pero por mucho que Herrero miró al banquillo, no lo encontró.

Mucho centrocampista, poca chispa y ningún delantero. Apostó, ante la falta de '9' -Víctor Curto se quedó fuera al seguir recuperándose de unas molestias y Chumbi todavía no está listo-, por revolucionar los extremos. Salió el canterano Josema y saltó al terreno de juego Julio Delgado.

El Real Murcia siguió metiendo centros y tirando demasiado rápido, incluso reclamó dos penaltis, pero el reloj no tuvo piedad de los granas, sin inspiración ni ferocidad. Y como el marcador no sabe de dominios, solo de goles, el Murcia cerró su estreno en Nueva Condomina sin los tres puntos, algo que ya es demasiado habitual cuando se juega en casa.