Con el primero se les agotó la paciencia tras 23 jornadas, al segundo le entregaron plenos poderes y estuvo a 20 segundos de llevar al club a la división de plata, y ahora pretenden que a la tercera vaya la vencida con un técnico con poco bagaje en los banquillos y una amplia experiencia bajo los palos. Paco Belmonte y Manolo Sánchez Breis encaran su cuarta temporada desde el inicio en las oficinas del Cartagonova ante la necesidad de sacar de una vez por todas al club del pozo de la Segunda B y llevarlo hacia cotas más altas. Con la ambición intacta, pero con la moral de la afición muy tocada, la directiva confía en que el uruguayo consiga lo que no consiguieron sus antecesores en el cargo, aunque uno anduvo mucho más cerca que el otro. Olvidadas las vicisitudes económicas de los primeros tiempos, el presidente y el director general del Cartagena aspiran a crear un nuevo proyecto ganador sobre el campo, manteniendo intacta la idea futbolística, para que compita durante toda una temporada por la primera posición, pero que no se quede a las puertas del ascenso una vez más.

En 2015, tras escabullirse 'in extremis' del descenso a Tercera, Breis y Belmonte le entregaron el timón de la nave albinegra a un mito como jugador en la ciudad portuaria, como Víctor Fernández. El extremeño, que había labrado durante años una exitosa carrera como futbolista en el Valladolid y el Villarreal, apuró sus días vestido de corto en el Cartagena, y se convirtió en el ídolo de un afición que vivía sus días más gloriosos entre 2009 y 2011. Su proyecto en el banquillo generaba ilusión por la grandeza de su figura, pero las cosas no funcionaron. Víctor no supo llevar al equipo al objetivo para el que se le había contratado, y en febrero de 2015 fue despedido después de tres derrotas consecutivas (la última ante el Sevilla Atlético) y siete jornadas sin conocer la victoria. Solo 6 victorias en 23 partidos y una decepcionante decimotercera posición fueron las causas de su fulminante despido.

Belmonte y Breis asumieron que su primera apuesta no había funcionado. Dos días después de echar a Víctor, firmaron a Alberto Monteagudo con el objetivo de alejarse de las posiciones de descenso e iniciar un proyecto partiendo de cero la temporada siguiente. El manchego cumplía uno a uno con cada una de las tareas que se le encomendaban. Un año después de su llegada a Cartagena, el equipo era primero y aspiraba seriamente al ascenso a Segunda. El tramo final emborronó una magnífica campaña 2016-17, y aun así se quedaron a solo dos eliminatorias del ascenso.

Los jerarcas de la entidad albinegra confiaban a ciegas en la figura del entrenador manchego; al menos, eso repetían una y otra vez en sus declaraciones ante la prensa. La política de fichajes, la complicidad entre directiva y cuerpo técnico, y la atractiva apuesta del técnico de Valdeganga hacían presagiar que la temporada pasada era la definitiva.

El cruel desenlace de Majadahonda y la posterior derrota ante el Extremadura dejaron el proyecto de Alberto Monteagudo herido de muerte. Ambas partes llegaron a un acuerdo para rescindir el contrato, y el manchego se marchó de la ciudad portuaria con la tranquilidad que da el trabajo bien hecho pero con una espina que será difícil de sacar.

Una apuesta arriesgada

Una apuesta arriesgadaComo Manuel Sánchez Breis reconoció hace unos días, «entrenar al Cartagena es un pequeño marrón». Un marrón que le corresponde al uruguayo Gustavo Munúa, cuyas posibilidades de superar a Alberto Monteagudo solo pasan por un ascenso de categoría. El uruguayo es un técnico de carácter, como demostró en su etapa como guardameta en el Deportivo, el Málaga y el Levante. Bajo los palos demostró ser un fantástico portero: estuvo en el Mundial 2002 con Uruguay y defendió su meta en 140 ocasiones en Primera División. Pero en los banquillos no hizo campeón a Nacional (uno de los grandes de Uruguay), tuvo un decepcionante paso por Liga de Quito en Ecuador, y se ha ganado esta oportunidad gracias a su excelente labor con el Deportivo Fabril la pasada campaña.