José Luis Sampedro escribió una novela estupenda, El río que nos lleva, sobre los gancheros del Tajo, y Luis Aragonés diseñó para el Europeo de 2008 el fútbol que desde entonces nos lleva, el de nuestros bajitos y su tiquitaca, que después nos llevó también a la gloria con Del Bosque en el Mundial de 2010 y en el Europeo de 2012. Y como el fútbol son goles, no olvidamos el de Torres a Alemania, el de Iniesta a Holanda y la goleada a Italia con Silva de estrella, aunque los más viejos también recordamos el de Marcelino a la URSS en el lejano Madrid de 1964 para ganar nuestro primer Europeo.

En Rusia puede volver la magia y ojalá que algún gol para el recuerdo. Ese halo de fútbol exquisito que atesoran nuestros futbolistas porque continúan Silva, Iniesta, Ramos, Piqué, Busquets, Reina y Alba, y se han agregado Thiago, Isco, Asensio, Koke, Carvajal, De Gea, Odriozola, Nacho, Azpilicueta, Monreal, Kepa, Saúl y Lucas Vázquez que poco o nada tienen que envidiar a los que estuvieron entonces, salvo a Xavi, que es insustituible. Y mención aparte para los delanteros. Lopetegui sigue buscando a su Villa. Ese delantero que pueda acercarse a la efectividad del máximo goleador histórico de la selección. Es el reto de Costa, Rodrigo y Aspas, que debería ser titular siempre por detrás del punta de referencia, aunque será difícil que alcancen la excelencia del asturiano errante, quien después de golear en el Sporting, Zaragoza, Valencia, Barcelona y Atlético de Madrid, anda haciendo lo mismo con casi 37 años en el New York City. Por el camino de la selección se han ido quedando Torres, Llorente, Soldado, Negredo y ahora Morata, aunque este todavía es joven y puede volver a intentarlo. Como antes se quedó el también inolvidable Raúl, que nunca alcanzó en el combinado nacional el relieve conseguido con el Real Madrid y sus clubes posteriores.

Lopetegui tiene la apasionante misión de equiparse a sus dos antecesores. No será fácil, por supuesto, aunque el sendero que le ha llevado hasta Rusia es más que prometedor. Y la función empieza el próximo viernes 15 ante la Portugal de Ronaldo a las ocho de la tarde. Ese día sabremos cosas.

Aún recuerdo la triste premonición en los comienzos del primer partido del Mundial de Brasil de 2014. El balón era esquivo a nuestros futbolistas y nos goleó Holanda; parecían llevar muelles y plomo en las botas porque escupían el balón y jugaban andando. La lentitud y las imprecisiones presidieron nuestra nefasta participación. Dos, cuatro y seis años antes calzaban alas, seda e imanes por cómo se anticipaban, amortiguaban el impacto y se cosían la pelota a los pies para conducir o combinar a uno o dos toques; pura delicia.

En Sudáfrica, contra Suiza, también debutamos perdiendo, pero con buenas sensaciones. En cuanto empiece a rodar el balón frente a los portugueses saldremos de cuentas. Si se imanta en las botas de los nuestros, iremos bien. Si rebota, mal asunto. Y si en los primeros toques nos quedamos cortos o demasiado largos en la entrega, lo mismo; la falta de confianza es el principio de los males futbolísticos. Ahora bien, si los primeros pases son tan firmes como bien dirigidos estaremos en el camino de reverdecer laureles. Y si llegamos antes que los contrarios a los primeros balones disputados también será buen presagio. Si no, lagarto, lagarto.

Como aviso, una copia mala de aquel fútbol que añoramos la tuvimos el sábado contra Túnez. Jugar andando es sinónimo de fracaso, y por ahí anduvieron los sobones Thiago -qué absurdo empeño de Lopetegui con retrasar su posición al medio centro- e Isco, quien se estorba con Iniesta, y hasta Busquets, que en lugar de faro parecía freno y solo estuvo cómodo con Koke. La clase lenta es para veteranos.

Si quieren emocionar y ganar algo deberán aunar calidad, corazón, velocidad y cabeza, que como en todo deporte y en la vida siempre es lo primero. Y eso se verá cuando afronten las cuestas arriba y las abajo. Saber manejar la pérdida, la ganancia, el tiempo, la suerte y hasta las decisiones arbitrales, ahora más con el VAR, es parte del otro fútbol; como la picardía. Ese que tan sabiamente inculcaba Luis.

En definitiva, Lopetegui debería mirar más a la portería contraria que al sobo, que sin un Xavi de uno o dos toques picantes es estéril. Tiene alas, interiores verticales y gol.