Agotados sus esfuerzos por aparentar normalidades endebles, listo y observador, sabe desde la derrota liguera ante el Barça que su tiempo pasó. Por eso, tantas cosas.

Se siente futbolista, como demuestra la piña con su plantilla sabiendo que es manifiestamente mejorable, y no quiso a nadie en diciembre porque solo él y sus profesionales están en el secreto del vestuario.

Los capos del grupo que ganaron tanto en dos años, desde el pretérito machaque culé, no quieren que asomen por allí carismas diferentes que zarandeen la ´omertá´ impuesta y aceptada por los demás como aquellas ofertas irrechazables del Padrino. Tampoco las nomenclaturas establecidas. Ni los esfuerzos medidos, que los años pesan. Ni los círculos viciosos. Ni los intereses creados. Ni nada.

En definitiva, y paradójicamente por su calidad, vuelve a cumplirse la inexorable ley asociativa de los mediocres: saben sus limitaciones, pero unidos por éxitos grupales pasados recelan de nuevos aportes revitalizadores; si son brillantes, más. En el fútbol, la veteranía miope agarrota futuros. Y la historia, esa película tan real desde la distancia, lo ha demostrado en todos los clubes; pequeños y grandes. Cuando la treintena mengua el relieve de sus figuras simbólicas, si son raciales, no hay técnico ni presidente que pueda barajarlos, salvo con látigo de varias puntas, porra o guadaña inmisericorde. Y en esas estamos.

Ancelotti tomó partido por los jugadores y Florentino no lo perdonó. Benítez, al contrario, lo hizo por su libreta y por el jefe y las figuras lograron que también lo largara. Y Zidane, que sí es un hombre del presidente y lo conoce como pocos, tomó antes de navidad la decisión de irse en junio porque la humillación culé conlleva guillotina ´florentinesca´. Y enseguida, conocedor profundo también de ciertos códigos futboleros, se alineó con sus consentidos para tener aliados. Pérez, como Roma, no paga a traidores, pero él se sentía fuera y decidió envainar la espada ejecutiva que su piramidal cargo requiere. Prefirió el diferido laurel de valiente por mantener su postura si alguna flauta sonara. Y solo queda una.

Mantengo una duda shakesperiana: el ser o no ser del hacedor de la presente plantilla madridista, aunque tengo sospechas fundadas por algunas informaciones internas. Como la clave está en los goles, reiteraré dos casos paradigmáticos. Florentino repescó a Morata de la Juve para revenderlo, pero la ilusión del canterano, el acertado consejo de Zidane y sus goles frenaron varias operaciones en su momento. Después, por la desilusión de jugar poco sabiendo que tenía a otros por delante con menos méritos y más dinero -las apuestas del ojeador, mandamás deportivo y omnímodo Pérez-, cogió el olivo. Y Mariano, según el presidente, tampoco daba la talla y era carne de negocio blanco. Desconcertado -el rostro en Cornellá cantaba-, Zidane lamenta mustio tales ausencias, pero su lealtad impedirá que largue. Tampoco lo hará después. Se irá como el señor que es, tanto con el señorito como con sus chicos.

Y ahora repasemos a los artistas. Cristiano es insustituible y no entra en guerras ajenas a sus intereses, salvo cuando le tocan los bemoles; caso de Mourinho. Ramos es el hechicero y sí manda romana, prohijando como llueca a sus fieles con la inestimable ayuda del torpedo Marcelo, que diría Chiquito. Isco, aunque le sobre clase, no es jugador para el Madrid porque ralentiza el juego y le traiciona su narcisismo, por mucho que lo aclame parte del Bernabéu; esa masa borreguil que sustituyó el legendario ¡hala Madrid! por el cutre ¡vamos campeón!; la matraca de los campos y patatales menores. Asensio todavía tiene que mejorar; su individualista partido en Cornellá destapó carencias. Kovacic haría un magnífico papel en cualquier equipo mediano. Kroos está de perfil y Modric tampoco quiere guerras. Nacho, Casemiro, Lucas y Carvajal son clase obrera, y Llorente, Ceballos, Vallejo, Theo, Achraf y Mayoral harían mejor yéndose. Llegaron en el peor momento al ring más difícil. Keylor también se sabe minusvalorado, Casilla vive sus últimas lunas y Bale o Benzemá, o los dos, servirán de contraprestación al enorme desembolso que prepara el despechado Florentino.

El Madrid de Zidane, aunque elimine al PSG, escucha en capilla los trajines patibularios. Con goles hubo alegría, que decíamos; su único sistema. A otra cosa no ha jugado nunca. Y estos años no ha sido poco.

Y aunque todavía puede hacer historia en la Champions, no lo den por muerto, que es el Madrid; quien sustituya al francés portará navaja cachicuerna ´ansoniana´ -por don Luis María-.