Se busca y no se encuentra el UCAM Murcia. Es preocupante la falta de claridad de ideas, y especialmente, la ausencia de ambición que ha mostrado el equipo universitario en multitud de las catorce comparecencias que ya se han esfumado en Liga. No da con la tecla, por tanto, el técnico Lluís Planagumá, el encargado de hacer que sus futbolistas saquen lo mejor de sí mismos cada siete días.

Eso sí, no se le puede discutir al entrenador catalán su afán por intentarlo. Los cambios y variantes tácticas aplicadas por Planagumá no pasan desapercibidas, pero reiterando la primera idea, lo que más se extraña en una plantilla que acumula talento y experiencia en la categoría es la codicia, el ansia por ganar. Porque la realidad es que puedes caer derrotado, pero no tras rendirte en el césped. El UCAM Murcia, de nuevo, se dejó llevar en el partido, sin el convencimiento necesario de querer agradar, de pretender dar un golpe sobre la mesa en este Grupo IV tan igualado. Y, especialmente, de hacerlo de una vez por todas en La Condomina, ante los dos mil y pico fieles que le sigue cada semana.

Una afición que, como es obvio, se cansa. Se escucharon los primeros pitos de la temporada en el estadio universitario, y más que hacia la figura del técnico, pareció verterse sobre la poca sangre mostrada por los jugadores. La calidad se impone ante equipos peores, aunque tampoco haya sido de la forma más autoritaria. Ante los ´cocos´ del grupo, este equipo está destinado a sufrir sino revierte la situación desde ya. Y es que seis son pocas victorias, y 22 de 42 puntos se consuman como un bagaje pobre para un equipo que buscará el ascenso en junio. A día de hoy, y no porque la clasificación lo diga, este UCAM no es de play off.

La sensación tras el duelo frente al Extremadura dejó el mismo regusto amargo que la derrota frente al FC Cartagena, hace más de un mes. Con los distintos y obvios condicionantes que presenta cada partido, al UCAM se le vio la misma predisposición sobre el césped. La distancia entre líneas y la ausencia de figuras fiables en el centro del campo dieron facilidades frente al Extremadura, contemplando así a un equipo plano, que se limitó a mantener el balón en su línea más atrasada y dando rienda suelta a la inventiva de los hombres de arriba.

Las superioridades por los costados por parte extremeña fueron una constante durante todo el partido. Y por el medio, el centrocampista visitante Fran Miranda se convirtió en el cerebro que todo entrenador desea para su equipo. Miranda se dejó la voz durante los noventa minutos, ordenando, corrigiendo y espoleando a unos compañeros que le siguen tanto a él como a su entrenador, Manolo Ruiz. Circunstancias que, por una cuestión u otra, no se ven plasmadas en el bloque que conforma el UCAM Murcia.

Se ensanchó sobre el campo a más no poder el Extremadura durante todo el primer tiempo. El ritmo de juego impuesto por los visitantes, traducido en la verticalidad de Jairo y Kike Márquez en las bandas, otorgó toda la tranquilidad del mundo al equipo de Almendralejo. Sin prisa y con convicción, embotelló al UCAM con una tranquilidad pasmosa. Y a partir de ahí, dio paso a la vorágine. Sin efectuar ningún vendaval de ocasiones, mantuvo en tensión constante a toda la zaga universitaria. Solo el canterano Javi Fernández irrumpía con fuerza, con seguridad, ante las intentonas visitantes. Pero en poco tiempo los negros nubarrones derivaron en tormenta. Jairo ofreció un anticipo a los doce minutos. Recortó en la derecha a Dani Pérez, al que llevó de cabeza, y disparó con la izquierda desde el vértice del área. En el 19´, jugada calcada que terminó siendo el primer gol del partido. Tuvo fortuna, eso sí, ya que el esférico tomó un efecto endiablado hacia arriba, tras rechazar levemente en un defensor, y que permitió al balón alojarse en la escuadra ante la imposibilidad de Germán para detener el lanzamiento.

Dio el UCAM Murcia un leve paso hacia adelante, propulsado por la inercia de verse detrás en el marcador. Pero no fue más que un espejismo, un querer y no poder. Solo Víctor García, en jugada individual, fabricó algo de peligro por banda derecha. Con Marc Fernández desaparecido, Quiles en otro planeta durante todo el partido, y Urko reteniendo el balón en sus pies hasta límites insospechados, pocas armas tenía el UCAM para dar un giro de tuerca la dinámica del partido. De ese modo, a un Extremadura con el tanteo a favor y ordenado bajo un rigor táctico impecable no le vas a hacer daño. Sin ocasión de variar antes del descanso, los jugadores no dieron el do de pecho cuando les tocó hacerlo. Ni ofrecimiento, ni creatividad, ni control sobre la situación. Solo pitos por parte de una afición que exigía, con razón, más implicación.

Tras verse sobrepasado en el primer tiempo, el UCAM encontró después el modo de desfogarse sobre la figura del colegiado. Muchas amonestaciones para los universitarios, varias de ellas por protestar, y un Víctor García que acabó expulsado por cortar cualquier atisbo de contragolpe. Antes de esa expulsión, que fue en el minuto 81, el UCAM se aproximó en diversas fases del segundo tiempo más por inercia que por atributos de juego.

Varió el dibujo Planagumá, dando entrada a Arturo y dibujando un 4-4-2 sobre el tapete. Reclamó Quiles una pena máxima tras recibir un gran pase por encima de la defensa de Marc Fernández. El delantero onubense controló mal dentro del área, pero cayó al suelo ante la salida del meta Manu García. El colegiado le amonestó por simular penalti en lo que fue la única ocasión de peligro de los universitarios en todo el partido. Entre amonestaciones, interrupciones, cambios y contragolpes que la zaga del UCAM achicó de buena manera, el Extremadura lo tuvo claro. La entrada de hombres veloces como Willy y Valverde podían rematar la faena, y así fue. En el minuto 84, el primero relanzó la contra en tres cuartos de campo para el segundo con un buen toque de cabeza. Valverde, por bajo y a placer, dio por concluido el partido. Lo que no concluye aún es la Liga, sin duda la mejor noticia para el UCAM tras este primer tercio de temporada. No se asciende en noviembre, pero la senda escogida para alcanzar tal fin, y a la vista está, no está siendo la idónea.