Cuentan que la vida es un estado de ánimo. Y el Real Murcia se ha empeñado en confirmarlo. Como un niño capaz de superar sus miedos a la oscuridad, los granas demostraron ayer en la ratonera de El Palmar, que ya no le tiemblan las piernas cuando toca buscarse la vida a domicilio. En el momento clave de la temporada y cuando los rivales apretaron al no fallar ninguno, el ejército de Vicente Mir se puso las pinturas de guerra para, desde el minuto 1, dejar claro que no iban a Sanlúcar de turismo. Sus armas, de primer nivel, también ayudaron, por eso la estrategia del coronel del banquillo murciano no pudo salir mejor. En un césped en el que intentar jugar iba a ser más un lastre que una virtud, las ideas estuvieron claras desde el principio. No hizo falta que nadie gritase desde la banda, solo escuchar el pitido inicial, los granas se metieron en su trinchera, y de allí no salieron. Tampoco lo necesitaron. Y es que, cuando tienes armas de destrucción masiva, con solo apretar un botón es suficiente para volar a cualquiera por los aires, y más si enfrente tienes a una defensa que, cuando le toca defender a más de dos soldados a la vez, se pone a tiritar. Eso ocurrió en el minuto 38. En la posiblemente primera acción en la que los murcianistas pisaban el área, los locales empezaron a descubrir sus verdaderos defectos. Víctor Curto se quejaba de un codazo, y el colegiado no dudó en señalar el punto de penalti. Con la misma calma con la que el árbitro hacía sonar el silbato, el delantero catalán del Real Murcia, al que Guardiola había cedido el honor de tirar la pena máxima, golpeó el esférico como el que se acaba de tomar una tila, consiguiendo un gol que significaba más de medio partido.

Porque, teniendo en cuenta lo que se había visto en los primeros cuarenta minutos, a los de Mir les bastaría con bailar apretaditos y con la concentración al cien por cien para no sufrir ante un Sanluqueño que solo pudo jugar en la zona marcada desde el principio por los granas. Sin necesidad de utilizar el spray del árbitro, Mir lo tenía todo bien definido, y sus jugadores demostraron que ahora escuchan más que antes. Pese a los intentos de los locales, con el descenso llamando a su puerta, pese a que ganaban las batallas individuales y a que tenían esposados a Curto y Guardiola, hasta el punto de desesperarles, los de Falete siempre se quedaban a las puertas de la defensa blindada del Real Murcia. Simón, de hecho, casi ni se enteró en los primeros cuarenta y cinco minutos.

Pero como los 'hackers' que aprovechan el más mínimo agujero en la seguridad en los sistemas informáticos, Mawi puso a temblar a todo el murcianismo cuando superó por alto a un Simón que se quedó entre la espada y la pared tras un desajuste defensivo (70). Previamente, en una falta, el meta murciano ya había tenido que estirarse más de la cuenta para callar de golpe a Ceballos.

Si en cualquier otra circunstancia el Real Murcia hubiese caído víctima de una gran depresión, ayer nada de eso ocurrió. Y eso que todo quedó más o menos igual. No se volvieron locos los granas en busca del ataque, tampoco Vicente Mir, que se limitó a apostar por Elady en vez de Alarcón, sin embargo las alegrías no tardaron en llegar. Justo el tiempo en el que los granas volvieron a pisar área con cierta presencia.

Quedó demostrado cuando Sergi Guardiola encontró toda la colaboración del mundo. No de los suyos, que también -ahí está el remate de Josema-, sino de Ceballos y Diego García. Entre el defensa y el portero, que no fue capaz de blocar el esférico, el delantero murciano volvió a demostrar su hambre de gol.

Todo volvía dónde quería el Real Murcia. Y de ahí ya no se movió. Porque solo once minutos después, el Sanluqueño se empeñó en convertirse en la mejor terapia para el estrés de los murcianistas. Mientras que Sana se quedaba parado al pensar que el árbitro había señalado una plancha de Guardiola, el atacante murciano, después de frenarse y mirar al colegiado, fue más listo y más rápido que su marcador. Al ver que nadie había señalado nada y que tenía vía libre, se adentró al área hasta servir a Rayco el tanto que confirmaba la victoria.

Pudo complicarse el Murcia si el árbitro, ayer más amigo que enemigo, no le hubiese anulado un gol en fuera de juego a los locales, pero los 'y si...' no suman en el fútbol y los goles sí. Y así quedó reflejado en una clasificación en la que los murcianistas no solo siguen agarrados al cuarto puesto sino que además se rodean de sensaciones positivas con vistas a las dos últimas jornadas ligueras.