'Venga chicos, que ya no queda nada'. Así trataban de animar los voluntarios y los militares que han trabajado en la octava edición de la Ruta de las Fortalezas a los participantes de la que probablemente ha sido una de las pruebas más duras de los últimos años. Pero ni con esas. Ya lo advirtieron en la presentación, que la subida a la última fortaleza no iba a ser nada fácil y que a muchos se les podría atragantar. ¡Y bien que tenían razón! Los encargados de planificar el recorrido de 53 kilómetros en esta octava edición no se lo han puesto fácil a nadie. Ni a los expertos en largas distancias ni al resto de los mortales que se habían enfundado su pantalón corto para sacar pecho en la línea de meta. La batería de Sierra Gorda, tal y como todos podían esperar, se hizo compleja no tanto por la subida, que en su tramo final se convertía en una pendiente sin fin, sino más en la bajada, con kilómetros de pista con mucha piedra suelta y peligrosa por momentos.

Pero vayamos por partes. Hay que explicar que si bien los organizadores de la carrera, la Armada, suelen tener la mayoría de los detalles controlados al dedillo para que nada o casi nada se les escape, sí que debo puntualizar que el tramo de subida desde Cala Cortina hasta el Castillo de San Julián se produjo un atranque sin precedentes. Solo se llevaban unos pocos kilómetros recorridos, por lo que la mayoría de los 3.800 corredores se mantenían en unos márgenes relativamente cortos. La subida a San Julián se efectúa, en una parte, por un sendero en el que cabe una sola persona. Meter a miles por el mismo sitio ha provocado que cientos de personas permanecieran paradas durante 15 o 20 minutos esperando que se desatascara ese colapso en media montaña. La imagen, dicho sea de paso, no dejaba de sorprender, porque cientos de personas apretujadas en plena subida era un mal arranque. Eso, creo, deberían volver a mirárselo los organizadores.

Superado ese obstáculo, el resto de la carrera, al menos la que he vivido yo, ha transcurrido con normalidad absoluta, con la que la misma Ruta nos tiene acostumbrados. El Calvario empezaba a estirar el pelotón y la subida a Sierra Gorda, nueva esta edición, ha tenido sus pros sus contras, tal y como antes he señalado. Cierto es, por otro lado, que en la batería el escenario impresionaba, al poder contemplar de un golpe de vista todo el Mar Menor y la Manga. En un día soleado como el de ayer, el paisaje era único y espectacular.

El barranco Orfeo es otro de los paisajes que merece la pena ser visitados y un acierto en este caso por los promotores. Superado este nuevo trazado, llegó el momento de llegar a Cartagena ciudad, donde el ambiente en las calles invitaba, con estos cuerpos cansados y doloridos, a parar y tomar una cerveza con tapa por alguno de los bares que salpican el centro. Pero no había tiempo, quedaban aún 25 kilómetros y mucho calor.

La Atalaya fue un reguero de lesiones musculares en cuerpos que llegaban al límite, pero nadie se quiere perder esa llegada al EIMGAF, por lo que todos hicimos un sobreesfuerzo para acabar en la línea de meta y que Gaspar Zamora, quien hace su particular Ruta cada año, nos mencionase aunque fuera unos segundos.

Espero que para los próximos años se mantenga ya de forma definitiva el recorrido para que los que repiten tengan aproximadamente una idea de los que les espera y poder planificar mejor los entrenamientos. Es verdad, por otro lado, que gracias a la aportación de Ramón Barberá muchos hemos conocido antes de llegar qué pasos eran más sinuosos y dónde se podría apretar, pero es que sobre el papel todo queda perfecto. Cuando uno está en casa sentado tranquilamente tomándose una cerveza y ve el perfil no le parece tan difícil ¿a que no? Pues eso, que era más fiera aún el lobo que incluso como lo habían pintado.

Lo que sí puedo decir es que la respuesta de los corredores y caminantes ha vuelto a ser de sobresaliente. Es una prueba única y durísima que debería desanimar mucho más que animar a repetirla y, sin embargo, las solicitudes año a año son mayores y las expectativas son enormes. Gracias a pruebas como ésta, que finalmente tuvo que ampliar media hora el cierre por la dureza, se puede disfrutar de vistas únicas que no podríamos contemplar si no es así, por lo que además de una labor deportiva, también ayudan a hacer más grande a la Cartagena y su inmenso entorno.

Mis amigos Ginés y Alfonso dicen que se cortan la coleta, pero sé que el año que viene repetiremos. Bea ha tenido mala suerte, pero el año que viene llegará con la ilusión intacta a pesar de no haber podido terminarla. Yo disfruto antes, durante y espero que después, recordando esta octava edición de una prueba que cada año engancha más.

Ahora bien, he acabado tocado, pero no puede ser de otra manera. Menos estos superhombres y supermujeres que a la hora del aperitivo ya han terminado, el pueblo llano entrábamos como podíamos a la línea de meta.