¿Por qué se convirtió en médico?

Estudié Medicina porque sacaba buenas notas, pero no por ser más inteligente, sino porque le echaba muchas horas. Mis prioridades eran ser profesor de Educación Física, fisioterapeuta y por último médico. Al final, gracias a mis padres, que hablaron con una persona de la Universidad, me convencieron para hacer Medicina porque vi que podía estar en contacto con el deporte.

¿Usted siempre había hecho deporte?

Empecé a jugar al tenis con 10 años y competí hasta los 16, que fue cuando me centré en dar clases en el campo de golf de La Manga, donde casi todos los clientes son ingleses. El primer verano lo hice sin cobrar, y después estuve casi seis años. Me vino muy bien para aprender inglés porque en los veranos soñaba en inglés.

¿Era buen jugador de tenis?

Jugaba al tenis peor que hablaba inglés. Me pasé al pádel y ahora he vuelto al tenis junto a otras viejas glorias, como Jaime Saura, mi hermano Alberto y Franco Zamora. Todos ellos viven incluso del pádel.

Entonces, lo que le llamó la atención de la Medicina fue que podía seguir vinculado al deporte.

Pues sí, ya que podía ser médico y trabajar con deportistas. Fue un riesgo porque no tenía ninguna vocación, pero ahora estoy encantado con lo que hago.

También fue Míster Murcia. ¿Cuántas veces aún le recuerdan ese episodio de su vida?

La verdad es que es algo que me persigue. Han pasado catorce años desde aquello y me lo siguen recordando, pero es una cosa totalmente olvidada, cosas de juventud. No es nada de lo que me arrepienta, pero a mí no me gusta comentarlo por el tema de los prejuicios. Al principio sí que tuve que luchar contra esa etiqueta.

Y siguiendo con su vida polifacética, ahora publica Decidir a los 16, un libro que no tiene nada que ver con la medicina ni el deporte.

Igual que hace un año y medio, cuando tras dimitir como médico del Real Murcia por temas personales, publiqué un libro de traumatología deportiva que era una guía para cualquier médico de un equipo de fútbol, ahora me he lanzado a otro reto diferente. Sabiendo las dificultades que tuve con 16 años para tomar decisiones, he mirado hacia atrás para hacer un libro que a mí me hubiese gustado leer con esa edad. La sociedad, en muy pocos años, ha cambiado mucho, con infinidad de enemigos nuevos, y el sistema educativo pide a los jóvenes que decidan cuando están en la peor edad para ello.

Las nuevas generaciones lo tienen muy difícil.

Tienen dos cosas, que hay sobreinformación y que las personas que están para asesorarles pertenecen a otra generación distinta. En España no ir a la Universidad es un fracaso, pero hoy en día se ve que es totalmente lo contrario, que hay que cambiar el chip, que la Universidad está sobre saturada y estudiar una carrera es muchas veces sinónimo de tener un trabajo precario, si es que lo tienes. Los jóvenes tienen que saber que hay muchas más alternativas que no pasan por la universidad.

¿Y qué recomienda usted?

El adolescente debe ser consciente de que los 16 años es una edad muy importante, y ese es el objetivo de mi libro. Hay que estudiar, pero también hay que intentar ser el mejor. Si eres el número uno, no vas tener ningún problema, pero también puedes formarte para ser el mejor en una formación profesional o un oficio, incluso ser un emprendedor, porque hoy en día surgen muchas oportunidades que te permiten una calidad de vida que está muy por encima que la de un licenciado universitario. Tener un poquito de fuerza de voluntad a esta edad te puede asegurar un buen futuro.

Pero pedir a esa edad tener fuerza de voluntad es lo más complicado.

Claro, por eso en mi libro también asesoro a padres y adolescentes sobre eso, porque la fuerza de voluntad también se puede entrenar, por ejemplo, a través del deporte, donde se fomenta la superación.

A diario encuentro casos de padres que quitan a niños del deporte para que estudien. ¿Lo ve bien?

Un error, porque el deporte, al fin y al cabo, no trae nada malo. Hay que jugar con el tiempo, es decir, que si un niño suspende no es porque el deporte le quite tiempo, ya que te hace desconectar de los estudios y provoca que después rindas mucho más. Además, cuando te sientas a estudiar, lo haces de manera más concentrada porque tienes menos tiempo. Si tienes un exceso de tiempo, al final paseas los libros.

Usted ha jugado en la NBA de la medicina gracias a la beca de la fundación Gasol.

Y nunca mejor dicho de lo de NBA, porque como médico fue la mejor experiencia de mi vida. Tuve la suerte de ganar la beca de los hermanos Gasol. Estuve dos meses en Los Ángeles y durante la primera semana fui de la mano de Pau Gasol, con quien pude cenar y al que vi jugar en directo. Además, Pau no paraba de preguntarme cosas de mi profesión, cuando lo que a mí me apetecía era preguntarle a él cómo es Kobe Bryant, por ejemplo. Tiene una gran admiración por los traumatólogos infantiles, que es para lo que destina la beca.

¿Hay muchas diferencias entre la medicina deportiva española y la estadounidense?

Yo vi la medicina deportiva del adolescente, del deportista en crecimiento. En Estados Unidos están mucho más especializados y una mañana mala ves doce pacientes, cuando aquí tenemos que atender a sesenta. A nivel de conocimientos y técnicas quirúrgicas, estamos al mismo nivel que los americanos.

¿Volvería a ser médico de un equipo de fútbol?

Sí, me gusta esa sensación de llegar al estadio con el césped recién regado y ver que hay un partido importante. En el Real Murcia lo vivía como algo mío y el día del partido estaba nervioso como cualquier jugador. Convivir con un vestuario, el entrenador y los fisioterapeutas te da ese plus de adrenalina que aportar ganar o esa decepción que surge cuando pierdes, y la verdad es que es una parte de mí que no tengo cubierta, pero que ya veremos si se repite.