¿Cuándo le dio por la escalada?

Empecé en la montaña a raíz de un accidente de tráfico. Era futbolista, no a nivel profesional, pero mi pasión era el fútbol y me lo tuve que dejar porque me caí de un quad el día de Año Nuevo en Cuenca. Me partí la mandíbula y a los cinco meses me tuve que operar también de la espalda. Lo pasé bastante mal, porque en ese momento me dejó la novia y tenía bastante agobio en el trabajo, toqué fondo y un día un amigo, cuando ya estaba bastante recuperado, me invitó a hacer senderismo.

¿Es que tuvo dudas de poder volver a andar?

Sí, de hecho el médico me dijo que me pusiera a andar y de ahí pasé a subir montañas. Encontré una vía de escape a todo lo que me estaba pasando y me enganché. Posteriormente me surgió la posibilidad de ir al Mont Blanc y allí conocí a dos vascos que me ayudaron porque iba yo solo y no estaba preparado.

Menudos son los vascos para la montaña.

Los vascos me miraban con cara de pena, preguntándose qué hacía yo allí, porque no sabía dónde me había metido. Acabé con los pies ensangrentados pese a que llevaba un buen equipo, pero es que no tenía experiencia. Gracias a ellos subí y bajé, pero iba estorbando.

¿Y le quedaron ganas de seguir?

No, dije que se había acabado, que ya había hecho algo grande, que había sufrido mucho.

Pero no fue así, ya que incluso ha subido el Everest.

Sí, pero antes me surgió la posibilidad de ir a Ecuador y allí ya cogí un poco de confianza con la alta montaña porque subí cinco volcanes, uno de ellos de 6.000 metros, el Cotopaxi. Entonces salté al Aconcagua para hacer un 7.000, me salió muy bien y me fui a Alaska, a subir el Delani (antes McKinley), pero esa montaña me echó para atrás por el mal tiempo. Me tiré la última semana cuatro noches y cinco días seguidos a 5.300 metros esperando a que saliera el sol y no apareció; estábamos a 20 grados bajo cero dentro de la tienda de campaña. Me vine sin hacer cumbre, pero estando aquí surgió la posibilidad de volver y entonces sí que lo conseguí.

¿No le dieron ganas de dejarlo todo?

Bueno, eso sí que me pasó en el Everest, que es supervivencia pura, pero en el McKinley me encontraba muy bien físicamente. Es una montaña que te exige ser muy fuerte, prácticamente un burrico, porque tienes que llevar muchos kilos encima, ya que no hay sherpas ni porteadores. Bajando me encontré con un chico que había subido el Everest y me convenció de que podía hacerlo si entrenaba fuerte. Fue cuando empecé a ilusionarme y me he tirado cuatro años preparándome para ello.

¿Cómo se prepara para un reto de estos?

No tenía ni idea porque nunca había estado en un ochomil, pero sabía que cuanto más fuerte estuviera físicamente, más seguridad tendría. No he tenido ni entrenador ni nada y me he dedicado a correr ultratrail y hacer triatlones de larga distancia, que aparte de forma física, me han dado confianza. Todo ello me ha valido para saber dosificarme y reservarme para llegar a la cima.

Por lo que dice no ha sido de lo más duro que ha hecho en su vida.

Pues no porque desde que subí el Mont Blanc y di el petardazo tan grande, me he preocupado de ir bastante preparado y de tener mucha información.

En los últimos días llegaron noticias de gente fallecida en el Everest. ¿No pasó miedo?

Hombre, cincuenta mil veces, pero en ningún momento he sentido peligro. Me he tomado todo al pie de la letra y yo elegí la zona más segura, aunque sea la más larga y más dura para el físico. El peligro lo tienes ahí, pero intentas evadir esa sensación. En esos momentos iba muy pendiente de la cuerda y de mis pasos, pero hay momentos en los que tienes dos kilómetros de caída por un sitio y tres por el otro y vas cogido a una cuerda. Está claro que hay peligro, pero vas muy pendiente de tus pasos y no piensas en nada más. Subí por una escalera que ahora pienso cómo lo hice.

¿Pero no hay mucho turista rico en el Everest?

Tienes razón. He encontrado mucha gente imprudente, pero por la zona que yo he subido, en China, solo han permitido este año 280 personas. Allí ponen muchísimos problemas, sobre todo a los extranjeros. He tenido mucha suerte porque allí el tiempo es muy inestable y tener una ventana de buen tiempo como me he encontrado yo, que a la primera he llegado a la cima, es muy difícil.

¿Y cuánto cuesta una expedición así?

He tenido que desembolsar 27.000 euros y es barato, porque hay gente que se gasta 60.000 euros, pero es que les ponen de todo, hasta una discoteca a la semana para que se relajen. Como dices, algunos van de turismo, pero la gente que muere es sobre todo inexperta.

¿Qué se siente en la cima?

No se puede describir, no sientes nada, ya que es supervivencia pura y dura, no hay oxígeno y en ese momento te pones a echar fotos sin saber lo que fotografías. Estuve diez minutos en la cumbre y fui de los que más tiempo pudo estar allí. Cuando bajas y descansas es cuando te das cuenta que has estado arriba.

¿Y después de esto hay más retos?

Mira, el Everest es una montaña peculiar, es un 50% escalada y otro 50% de burocracia porque he tenido muchos problemas. Por ejemplo, me obligaron a hacer un vuelo de tres horas y recorrer 600 kilómetros por carretera para hacer un trayecto que en línea recta era de solo 150 kilómetros. Hemos tenido que ir a la otra punta de China para entrar al Everest. Me he encontrado una serie de problemas que en otras montañas no existen. En Nepal son mucho más permisivos, pero hay mucha más desorganización. Elegí el Everest porque se me metió en la cabeza, pero puedes estar toda la vida subiendo montañas y todas son diferentes.