Tiene 99 años y la vitalidad de una joven de 20. Su vida está colmada de vivencias deportivas marcadas por el desafío. Por ello, una productora catalana, Ochichornia, que dirige Raquel Barrera, ha elaborado un documental sobre la vida de Encarnación Hernández Ruiz (Lorca, 23 de enero de 1917), que rompió barreras en el mundo del deporte en los años 30 y estuvo en activo hasta 1953. Fue una de las pioneras del baloncesto español y la primera mujer que se convirtió en entrenadora, además de ser una de las primeras féminas de Barcelona que se sacó el carné de conducir. Y todo ello lo hizo en la dura etapa de la España franquista.

Nació en 1917, el año de la Revolución Rusa, como a ella le gusta recordar, en Lorca, en el seno de una familia numerosa. Su padre tenía un hotel en Los Alcázares y un casino en Lorca. Pero una cruel sequía convirtió Murcia en una Región casi desértica. El hijo mayor de la familia decidió irse a Barcelona a buscar trabajo. Al poco tiempo, en 1929, coincidiendo con la Exposición Mundial -«estuvimos en la inauguración y estrenamos una casa que costó 100 pesetas», recuerda-, toda la familia le acompañó. Encarnación era una niña de 12 años, alegre y jovial, como sigue siendo hoy en día, cuando está a punto de llegar a los cien. En plena adolescencia y ya asentada la familia en el barrio barcelonés de Les Corts, Encarnita, que entonces tenía 13 años, descubrió a unos chicos que los fines de semana botaban un balón sobre una pista de tierra y jugaban metiéndolo en un cesto. Una tarde decidió sumarse a ese juego que le llamaba tanto la atención y sin saberlo se convertía en una de las pioneras del baloncesto español. Su padre, muy liberal, no veía con malos ojos que su pequeña Encarnita jugara al baloncesto. «Los niños de aquella época jugábamos en la calle y los domingos salía la gente al balcón a vernos jugar», recuerda una mujer a la que bautizó un entrenador como La niña del gancho, que es el título del documental sobre su vida que se estrenará dentro de un mes, por ser ese tipo de lanzamiento su especialidad. Allí, en una pista muy primitiva que construyó el hermano mayor de quien años después se convirtió en su marido, Jesús Planelles, empezó una carrera deportiva prolífica. «Yo era muy traviesa y mi padre muy moderno», dice. En 1931 se enroló en el recién nacido Atlas Club y después estuvo en la Peña García de Hospitalet, donde se convirtió en la primera entrenadora del país. Cuando acabó la Guerra Civil creó la sección femenina del sindicato franquista Educación y Descanso, y en 1944 pasó a jugar en el nuevo equipo femenino del FC Barcelona, donde estuvo hasta 1953, cuando con 36 años decidió ser madre. Entre medias llegó incluso a tener una oferta de un equipo italiano, el SEU.

Durante toda su vida Encarnación Hernández ha hecho gala de su murcianía. «Yo siempre digo que soy de Murcia, de Lorca y de Cataluña. Renegar de tu tierra es como renegar de su madre. ¡Viva la huerta murciana!», dice una mujer que no quiere oír hablar de movimientos independentistas. En la Ciudad del Sol aún tiene mucha familia: «Tengo bastantes primos, como Isidro Hernández López, que tenía una tienda. Y como en cualquier familia numerosa había de todo, un cura, una monja, un misionero, un revolucionario... La casa donde yo nací se hundió», recuerda.

Desde que su historia salió a la luz hace tres años -la Federación Española le hizo un homenaje junto a otras pioneras del baloncesto femenino-, su casa se ha convertido en lugar de peregrinación para muchas de las jugadoras actuales de la selección española. Mujeres que han hecho historia como Amaya Valdemoro y Laia Palau, que es del mismo barrio de Barcelona donde reside la lorquina, se han acercado hasta su domicilio para conocer a una mujer que tiene en su piso un pequeño museo donde tiene expuestos todos sus recuerdos. Lee todos los días La Vanguardia, guarda todos los artículos de baloncesto femenino que lee y pide que un día vaya a conocerla la murciana Laura Gil: «Me gustaría mucho que viniera a casa, que me la presenten. Cada vez que la veo jugar estoy muy orgullosa de la murcianica», dice.

«La historia de Encarna ha enganchado a mucha gente. Ella nos ha transmitido durante el rodaje toda la energía e ilusión que desprende. Cada frase suya es una lección de vida», explica Raquel Barrera, la directora de un documental que «podría durar nueve horas» y que se ha rodado durante tres años en Barcelona, Madrid y Praga.