A falta de siete jornadas para el final de la liga regular, el Real Murcia se empeña en ensuciar el traje de líder que tan bien ha lucido durante gran parte del campeonato. Esta tarde, frente al Mérida, los granas volvieron a tropezar en una fase decisiva, y lo hicieron en un encuentro para olvidar y en el que el empate final es más un premio que un castigo. Sobre todo porque el único equipo que ha merecido llevarse algo positivo de Nueva Condomina ha sido el Mérida, que desde el minuto 1 no solo miró a los ojos del líder sino que además se atrevió a bailarle durante muchas fases del encuentro. Liderados por Chino, Matas y Aitor, los visitantes destrozaron el centro del campo murcianista, donde la ausencia por decisión técnica de Rafa de Vicente acabó costando más de la cuenta al Real Murcia.

Y es que la torrija grana fue monumental. Después de unos primeros instantes en los que no costó pisar el área de Raúl Moreno, el Real Murcia, que en el minuto 10 veía como Hostench tenía que ser sustituido por Pumar por un problema muscular, perdió la concentración. Ni las piernas ni el cerebro funcionaban, y los pitos de los casi cuatro mil aficionados que acudieron a la grada no tardaron en aparecer. Aitor, por la banda derecha, era el que más desequilibraba. Álvaro Marín, titular en el lateral grana, sufría más de la cuenta. Las ayudas no eran suficientes, y Sergi Guilló no vivía su mejor tarde. De ahí que Germán se sintiese en la necesidad de acudir al rescate de un Chavero que no solo se veía impotente para saltar la barrera creada por el Mérida, sino que además tenía que luchar contra sus propias botas, que le hacían resbalar una y otra vez, y en los momentos más importantes.

El paso al frente dado por el Mérida, que durante muchos minutos sorprendió con un fútbol combinativo y paciente, características que el Real Murcia nunca supo encontrar, se confirmó cuando en el minuto 21 Aitor, tras una jugada personal, batía a Fernando con un disparo potente que fue a la derecha del meta murciano. El golpe no despertó a los granas, que siguieron deambulando por el terreno de juego y mostrándose como una sombra de sí mismos. Los centros de Javi López, de nuevo en el once, eran el único respiro de los locales, aunque en ningún momento llegaron a poner en aprietos a Raúl Moreno.

El enfado de los aficionados iba a más. Una pérdida de Sergi Guilló en el centro del campo y que dejaba en superioridad a los atacantes del Mérida volvió a despertar la ira de la grada, que no podían creer lo que estaban viendo. Tras la reanudación, el peligro seguía llegando en el lado de los visitantes. Joaqui, Pedro Conde y Zamora se empeñaban en hacer sangre en la herida grana.

José Manuel Aira no tardó en intentar corregir los defectos. Con ningún punto en el bolsillo, el técnico murcianista tiró la casa por la ventana. Alvaro Marín, primero, y Satústregui, después, dejaban la retaguardia para dar el testigo a dos compañeros de ataque -Rafa de Vicente y Sergio García-. El mensaje del entrenador era recogido por sus futbolistas, pero una cosa es lo que quieres y otra lo que puedes hacer, y hoy no era el día del Real Murcia. Por mucho que intentaban dar un paso al frente, las piernas no respondían, dar dos pasos seguidos era imposible y las llegadas al área iban acompañadas de numerosas imprecisiones que desesperaban a unos y a otros, especialmente a un Carlos Álvarez que ayer no la pudo oler.

Cuando en el minuto 74, un centro de Sergio García era rematado en propia puerta por Morgado, la afición del Real Murcia soñó con vivir una de esas reacciones que los murcianistas ya han regalado en otras ocasiones. Pero volvemos a lo mismo. Los murcianistas bastante tenían con aguantar. Fernando, dos minutos después, lo confirmaba. Con una parada fantástica, el meta murciano borraba la sonrisa de la boca a un Pedro Conde que ya pensaba en cómo celebrar el gol.

Las agujas del reloj corrían demasiado rápidas, y el Real Murcia vio como el tiempo se le escurría de las manos sin poder hacer más de lo que ya había hecho. O mejor, que se había encontrado.