´El Real Murcia no es inmortal´. ´La derrota, en una temporada tan larga, llegará´. ´Nueva Condomina, antes o después, sufrirá una grieta´. Lo llevaba anunciado tantas semanas José Manuel Aira, que ayer finalmente sucedió. Dieciséis jornadas después, el líder hincaba la rodilla. Y lo hizo ante un Cádiz al que, desde fuera, se había infravalorado. Un equipo que llegaba muerto y que, pese a que los números dicen otra cosa, se marchó creyendo en lo imposible.

Nadie daba un euro por los gaditanos. Ahí quedan las cuotas de las casas de apuestas. Pero Claudio Barragán estaba dispuesto a hacerse rico.

O por lo menos a salvar su cabeza una semana más. Y para ello solo necesitó ´robar´ la libreta de José Manuel Aira. Imitar los movimientos murcianistas y copiar las jugadas que siempre hacen ganador al cuadro grana. Incluso, por si quedaban dudas, hasta los goles fueron llegando en un orden alterado. El Murcia se adelantaba y los visitantes remontaban. Lo único que no pudo cambiar el técnico valenciano fue el color de la equipación. El Cádiz jugaba de amarillo, pero, como ya sabemos que los gaditanos van sobrados de ingenio, todo era apariencia. Bajo la camiseta oficial lucían una de grana.

Fue un partido igualado, sin apenas ocasiones de gol, y en el que un empate no habría decepcionado a nadie. Pero, vistos los noventa minutos, la impresión es que el Cádiz llevó el encuentro donde quiso en cada momento. E incluso tuvo la suerte de encontrar la fortuna en la fase más importante del duelo. Ayer, los astros no se alinearon en favor del Real Murcia. Tampoco, para contradecir a mi madre, hubo ayuda desde el cielo. Es difícil echar un cable cuando la deslealtad abandona el escondite para volver a pasearse impasible por el palco.

Y eso que en el minuto 56, Chavero sacaba el cuchillo y apuntaba directamente a la yugular. Fue en un córner lanzado por Sergi Guilló y que el catalán, con otro remate de mago, sorprendió a un Alberto Cifuentes que posiblemente recordó a cámara rápida todo lo que ocurrió en la primera vuelta en el Ramón de Carranza.

Pero ni la alegría fue tal ni el Real Murcia fue el Real Murcia. Porque cuando el Cádiz parecía muerto, cuando daba al impresión que los granas solo necesitarían un pequeño esfuerzo para destrozar anímicamente a un ´gallito´ venido a menos, ocurrió como en las novelas de suspense, nada de lo que creíamos era real. Ni los buenos eran buenos, ni los malos eran malos.

La tranquilidad solo duró a los locales dos minutos. El tiempo que Salvi acabó el túnel que venía escavando durante todo el partido por la banda derecha. El interior sanluqueño, una pesadilla para Hostench, aprovechaba una falta para colgar un balón en el que David Sánchez fue el más listo de la clase. Pese a que en la primera parte el sevillano ya lo había intentado, ni la defensa, ni Simón, quien pagó con una mala salida su debut, fueron capaces de evitar un remate que silenció de golpe toda Nueva Condomina.

Lo peor no fue el gol. Lo más grave es que el Real Murcia no reaccionó. El empate le afectó como una losa. Los cambios realizados por José Manuel Aira tampoco solucionaron nada. Desde hace algunas jornadas, el banquillo, más que ayudar, entorpece. La marcha de Germán, justo cinco minutos después del tanto de David Sánchez, incluso agravó la situación. Los locales caían de golpe en una fuerte depresión. Y el jugador más chisposo hasta ese momento ya no estaba en el campo. Unas molestias en la rodilla, según explicaba Aira, lo impedían.

Sergi Guilló y Rafa de Vicente daban un paso atrás a la vez que el exmurcianista Abel Gómez se venía arriba. Hostench seguía arrastrándose para frenar sin éxito las arremetidas de Salvi, y Armando, al que Aira ya no ve como solución de urgencia, sino como un central auténtico, desentonaba cuando la pájara de los locales empezaba a hacerse evidente. Solo Tomás Ruso achicaba agua con una tranquilidad tremenda. Pero cada balón despejado volvía a las piernas del Cádiz, que ya era el gran dominador del choque.

El Real Murcia perdió hasta los chispazos. Apenas fue capaz de cruzar el medio campo. Menos, poner en aprietos a una defensa muy bien ajustada. La entrada de Isi y de Sergio García, dos jugadores que llevan semanas sin ofrecer el buen nivel que les llevaron a ser aplaudidos por la grada, tampoco sirvió para encontrar el camino.

Los de Aira estaban tan perdidos que en el minuto 74 concedieron una ventaja poco habitual en el esquema defensivo de los locales. Un balón perdido fue controlado y conducido por Lolo Plá, que, además de pillar a contrapié a la defensa murcianista, supo abrir a Abel Gómez un pasillo que más bien parecía una pista de aterrizaje. El centrocampista sevillano recibió el regalo con los brazos abiertos, se plantó ante un Simón que parecía un corderillo y asestó una puñalada que resultaría mortal. De nuevo, como ya ocurría en la última derrota murciana en esta temporada -Carrillo anotaba el gol del triunfo del Sevilla Atlético-, un exgrana era el encargado de tomarse una dulce venganza.

Faltaban un cuarto de hora por delante, pero el Real Murcia ya había claudicado. En esta ocasión no hubo ni reacción ni sorpresa. La expulsión de Mantecón en el minuto 85 tampoco consiguió espolear a los granas en un último intento. La derrota ya era una realidad.