Como la insistencia puede convertirse en pesadez, lo mejor será asumir de una vez por todas que el Real Murcia es lo que es con sus defectos y con sus virtudes. No se extrañen, esto pasa en la vida misma. Cuando somos adolescentes soñamos con encontrar al hombre o la mujer ideal: alto, guapo, con los ojos azules y, si es posible, con un Porsche o un Ferrari en la puerta de su inmensa casa; pero luego llega la madurez y los sueños se deshacen como el algodón de azúcar en la boca. La evolución es simple, los ideales se convierten en realidad. Qué mejor que el interior, piensas.

Pues algo parecido pasa en Nueva Condomina. El Real Murcia gana, que es lo importante, suma puntos, se acerca a los cincuenta, esa cifra que Julio Velázquez se empeña en grabarnos a sangre y fuego como si por aquí nadie hubiese pasado por la universidad, y alegra a su afición, pero lo hace como obligación no como diversión. Porque este equipo, se pongan como se pongan, no divierte a nadie. A veces, los ojos abandonan el césped y simplemente miran al marcador, con la intención de que con cada parpadeo los segundos pasen como minutos.

Cuando te sientas en una de las butacas de Nueva Condomina y ves que el colegiado pita, ya nadie espera que Dorca abra el juego, ni que Albiol encuentre huecos, ni que Kike sorprenda con su disparo, ni que Saúl o Iván Moreno ofrezcan detalles, lo único que aumenta las pulsaciones a los aficionados son las jugadas a balón parado, que, mientras funcionen, serán el único recurso potable del Real Murcia.

Ayer, no me olvido, los granas ganaron al Numancia. Sumaron su segundo triunfo consecutivo en casa, algo extraño por estas tierras, y alargaron a seis las jornadas sin perder. Pero lo hicieron como siempre. En una primera mitad de la que escribir más de dos líneas sería una temeridad, aunque de alguna forma habrá que llenar las páginas para que el periódico pese, el único que salvó los muebles fue Mauro. El argentino, que ayer cambió los pitos por los aplausos, es lo que tiene un deporte tan cambiante como el fútbol, aprovechaba un córner sacado por Saúl para elevarse entre los defensas y mandar un mensaje a sus críticos. La pelotita se coló en la red con pena, posiblemente con tristeza por el 'maltrato' que sufre durante cada partido, y el árbitro mandó a todos al vestuario. No hay mejor forma ni más rentable de cerrar un trabajo basado en la lucha, las ayudas y la solidez.

Un método tan válido de ganar como cualquier otro, de ahí que sea difícil entender la manía de algunos por taparla.

El Numancia no había hecho más. Tuvo la posesión durante gran parte del encuentro, pero paremos de contar. Su centro del campo se encontró con Acciari y Dorca, las continuas interrupciones hacían imposible jugar, el balón no rodaba, volaba, y los atacantes más que delanteros se convirtieron en apasionados del lanzamiento al plato. El esférico podía caer en cualquier momento y era importante tener el arma cargada, pero ni así. Un córner en corto cocinado por Saúl e Iván Moreno no encontraba rematador, al igual que otro saque de esquina al que no llegaba Dorca. Previamente, un gran centro de Molinero se le escapó a Kike, quien pidió penalti por empujón de Juanma. Para ver el primer disparo entre los tres palos de ambos equipos hubo que esperar hasta el minuto 34. Fue Kike desde el borde del área y Ribas el que dio señales de vida al detenerlo.

La gente empezaba a suspirar cuando Mauro se empeñó en gritar que, enamorado o desenamorado, es un central válido para Segunda División.

Si el final fue lo mejor de la primera parte, el comienzo del segundo periodo se convirtió en lo más potable de esos últimos 45 minutos. Kike salió con ganas y estuvo cerca de sorprender al Numancia en uno de esos despejes hacia atrás que complican al portero, aunque Ribas, atento, llegó a tiempo para evitar males mayores. Sería a continuación, en una buena jugada entre Molinero, Iván Moreno y Albiol, cuando el colegiado señalase penalti por una mano dentro del área. Saúl no escuchó las suplicas de Kike, cogió el balón, lo colocó en el punto de penalti y lo puso en una zona inalcanzable. Era tal la ventaja en el marcador que ni los más optimistas se lo creían. Pero el Murcia no es de esos equipos que se animan cuando se ven arriba, será por la manía de que su realidad está en otro sitio no hay lugar ni para sueños ni para goleadas. A veces recuerdan a los Inmaculados que acompañan a Daenerys en Juego de Tronos, sólo están para acatar órdenes. El primero que demostró confiar poco en su sitio fue Julio Velázquez. La afición del Murcia merece tan poco que el entrenador decidió sacar a Toribio para evitar cualquier susto. El Murcia cedió campo y regaló la pelota, sólo lo intentó a la contra. Con un Numancia empecinado en ir arriba, aunque sin recursos y sin peligro, Kike encontró un balón en el centro del campo y echó a correr. Cuando pisó el área no miró a puerta, tiró de generosidad y cedió a Malonga que venía de frente, con toda la ventaja del mundo, pero su disparo se estrelló en el cuerpo del meta Ribas.

No es que el Numancia sacase de sus casillas a nadie, pero en un acercamiento al área Juanma acortó distancias. Algunos resoplaron, Julio

Velázquez puso en el tablero a Truyols, cuando el noventa ya se veía en el marcador. Pero no hubo tiempo para más sustos. El árbitro colocó el cartel de 'este cuento se acabó' y la grada se despidió de un marcador al que volverá a mirar con insistencia dentro de quince días.