José Antonio Reyes (Utrera, 1-09-1983) fue expulsado por segunda vez esta temporada en Mallorca, en un encuentro infame del Atlético, que da síntomas de haber perdido gas en una fase crucial de la temporada, la que va a marcar el camino a seguir en los próximos meses y hacia donde deben dirigirse los objetivos.

Reyes se ganó a pulso su exclusión del terreno de juego. Incluso dio la sensación que la buscó. El delantero, que gozó de la titularidad en liga por novena ocasión, recibió una primera tarjeta amarilla por protestar de forma airada una falta sin peligro, y la segunda, en el minuto 86, por soltar una patada a destiempo y sin sentido. Antes había sido merecedor en dos ocasiones del castigo final.

Fueron actitudes que culminaron un partido horroroso del joven extremo, empeñado en sumar argumentos a los muchos que saludaron su fichaje por el Atlético con recelo.

En su descargo está precisamente esa circunstancia. Reyes fue recibido el mismo día de su presentación como nuevo jugador rojiblanco con pitos, con desaprobación, y no debe ser fácil para nadie saber que entras en un colectivo con desventaja sobre los demás, con la difícil misión de voltear los ánimos del aficionado.

El ex sevillista ha hecho todo lo contrario y ha mezclado el mal fútbol con actuaciones incomprensibles. La expulsión de Mallorca se repitió sólo mes y medio después de otra acción infantil ante el Getafe en el Vicente Calderón. Ese día, Reyes atizó otro puntapié alevoso a un rival en una jugada sin peligro en el centro del terreno de juego y vio la roja directa.

En el encuentro ante el Granada 74 de la Copa del Rey, disputado las pasadas navidades, Reyes fue silbado desde la grada del Calderón por acudir andando a lanzar un córner cuando el marcador señalaba empate a cero; y en el derbi ante el Real Madrid fue también increpado por una hinchada que le recrimina una total apatía.

Su desencuentro con el público del Calderón viene de lejos. A principios de 2006, el delantero manifestó públicamente que no quería continuar en Londres con el Arsenal y apalabró un compromiso con el Atlético, pero meses después prefirió irse cedido al Real Madrid, que a cambio prestó al brasileño Julio César Baptista a los londinenses.

Un año después, Reyes se comprometió con el Atlético, que lo fichó por 12 millones de euros. Cuando llegó al conjunto que dirige Javier Aguirre manifestó que había cumplido el sueño de su vida, pero ni con esas consiguió ganarse el beneplácito del respetable.

Es, sin duda, un buen jugador, con grandes cualidades técnicas, pero su falta de autocontrol, sus ideas viscerales, las mismas que le llevaron a renunciar a un club como el Arsenal después de ser el primer español en ganar la Premier, no hacen más que acentuar su aureola de atolondrado. La de Mallorca fue una más, que le debe hacer reflexionar.