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Música

La sombra infinita de Paco de Lucía

El espíritu del genio de Algeciras volvió a brillar en El Batel, donde su música, genio y libertad, unió a flamencos y jazzmen en una noche de emoción y memoria

Antonio Fernández Montoya, Farru, durante el homenaje a paco de Lucía en el Cartagena Jazz Festival.

Antonio Fernández Montoya, Farru, durante el homenaje a paco de Lucía en el Cartagena Jazz Festival. / Iván Urquízar

El nombre de Paco de Lucía siempre provoca expectación; esta vez se trataba de un homenaje que no solo se rindió al genio de Algeciras, sino también, aunque no figurase en el programa, a Chick Corea. El arte del encuentro. Bajo el nombre de Paco de Lucía Legacy, el Cartagena Jazz ofrecía una gran gala en El Batel a la memoria del autor de Entre dos aguas, reconocido como la leyenda de la guitarra que es, un creador único que trascendió los límites del flamenco para dejar un legado universal.

El espectáculo, más allá de un concierto, fue una declaración de amor y un juramento de continuidad al legado del maestro. Sobre el escenario se dio cita una pléyade de músicos que fueron discípulos, colaboradores o herederos directos de su inmenso universo musical. A través de composiciones emblemáticas, improvisaciones y nuevas creaciones inspiradas en su arte, la música de Paco de Lucía no solo revivió, sino que también transmitió su espíritu de libertad y su capacidad para trascender fronteras.

Josemi Carmona a la guitarra, Domínguez al piano, Duquende al cante, Farru al baile, Antonio Lizana al saxo, flauta y al cante, Joni Losada al bajo eléctrico, Israel Suarez ‘Piraña’ al cajón, Juan Habichuela Nieto a la guitarra y Antonio Sánchez a la guitarra fueron los elegidos para este homenaje al gran genio de la guitarra. Se echaron en falta algunos nombres, pero eso ya es otro cantar.

Cada uno hizo lo suyo; solo a veces se superponían. La belleza jonda fluía repartiendo duende. El flamenco basa su impacto en la sutileza y el drama, y estos músicos saben cómo yuxtaponerlos; todo es poco para honrar la memoria del genio de la guitarra. Lo cierto es que aquello pudo haber salido mejor. En algún momento dio la impresión de que estaba cogido con alfileres, un poco anárquico.

El recital se dividió en dos partes; en primer lugar, los flamencos, luego los jazzmen (Chano y Antonio Lizana, lo mejor de la noche), y finalmente la canónica reunión de todos; en una continua entrada y salida de los músicos, con los técnicos haciendo ajustes de última hora.

Las guitarras brillaron. Las que crecieron alrededor de Paco de Lucía, como la de su sobrino Antonio Sánchez, que abrió el recital, y emuló junto a Josemi y Habichuela el trío que conformaron Al Di Meola y John McLaughlin junto a Paco de Lucía. Antonio salió solo, pero su guitarra sonaba como una orquesta entera. Tiene un toque limpio, rítmico, pero no apresurado. Es un intérprete sensible y espectacular. Su presencia aseguraba que la destreza guitarrística se mantuviera en lo más alto, aportando falsetas vertiginosas y un toque contemporáneo con el sello inconfundible de su tío y maestro Paco de Lucía, pero de personalidad propia. Pa’ echarle de comer aparte. Mientras tanto, la sección rítmica marcaba el pulso universal de Paco: Piraña a la percusión, con su técnica magistral en el cajón, y Jordi Solana al bajo con una sensibilidad maravillosa, virtudes que lo han situado en lo más alto. Ya en sexteto, hicieron El Cafetal, una rumbita de Paco, a la que siguió un extenso zapateado de Farru que auguraba grandes expectativas. Es el duende el que manda, y salió cuando quiso.

Se crearon momentos de intensidad y emoción como la taranta Soy del Reino de Almería, cantada por Duquende, cantaor que conecta directamente con la estirpe de Camarón, y que fue una de las últimas voces que acompañó a Paco. Su cante, hondo y a la vez diáfano, llenó el espacio de una verdad flamenca ineludible; el desgarro auténtico que proyecta es de esos que no se olvidan. Un latigazo profundo en los sentidos.

A su lado, el baile de Farru —pura tradición y poderío—, jaleado ("¡aquí tienes familia!", le gritaron) por el compás y la percusión, recordaba que la raíz flamenca es la savia de todo.

Mandando donde hay que mandar

Farru es un bailaor más de pies que de brazos. Toda su fuerza está en sus tacones. Desde la punta del tacón a las pestañas le recorrió el duende. Fue uno de los momentos más aplaudidos de la noche. Puso su alma sin piel a merced de la gente. Mandando donde hay que mandar. De Utrera al cielo para rendir honores a Paco.

Tras el terremoto del Farru llegaba, algo más sensitivo (y breve), Juan Habichuela Nieto, el enésimo eslabón de una saga crucial para el flamenco. A solas, serio y concentrado, se pudo ver a un tocaor profundo y versátil, dueño de una intensidad administrada con inteligencia. Le relevó la guitarra melancólica de Josemi Carmona, ampliamente reconocido por su etapa en Ketama, con algunos problemas en la pedalera al principio. No se puede decir que sea un virtuoso, pero posee una gran musicalidad, una propuesta rica en matices que ofrece con fraseo pulcro, no le hace ascos a las fusiones ni a la tecnología y ¡adora el jazz! Josemi sabe cómo llegar al espectador.

Y por fin salió Chano Domínguez, que con su increíble mano izquierda logra que todo parezca fácil. Lo toca todo, y bien. Da igual si son sus composiciones —con ese caminar entre el flamenco, el jazz y algo que no se sabe bien qué es porque le pertenece solo a él— o las de Thelonious Monk. En estado de gracia, imprimiéndole al piano una variedad armónica y sonora enorme, improvisaba filigranas de colores en el aire entre ambientes de jazz y aromas latinos. Su Monasterio de sal del álbum 10 de Paco, grabado junto a Jorge Pardo (uno de los grandes ausentes en este homenaje), fue una introducción breve que encerraba por sí sola todo un concierto por el que ya hubiera valido la pena pagar. Siguió junto a Antonio Lizana, celebrando a Paco en un momento musical que expandió el compás del flamenco con Crystal Silence de Chick Corea, y La Tumbona, donde se unió El Piraña. Fue el punto culminante del recital: el saxofonista, flautista y cantaor Lizana subrayó cómo el flamenco puede convivir con la improvisación y el swing sin perder un ápice de su identidad. Su solo fue un puente entre Cádiz y Nueva York.

Volvieron a salir todos, y Farru dedicó unas palabras a Paco, como queriendo devolverle una ‘milesísima’ parte de todo lo que hizo por el flamenco. Emocionaba ver cómo a los músicos se les hacía un nudo en la garganta entregándose. La imagen que se me quedó grabada fue Lizana soplando rodilla en tierra, pero el delirio se desató cuando el bajo eléctrico introdujo las notas de Entre dos aguas, donde no participó Chano, y eso que sonó más emocionante que cohesionada. Cuando él reapareció, mientras los demás se marchaban despidiéndose, se sentó al piano y se puso a interpretar el Concierto de Aranjuez ante la mirada de sorpresa de los músicos, que no sabían qué hacer. Introdujo Spain de Corea, y de ahí partió un diálogo de fusión que no calló hasta el final. Se lo pasaron en grande, y el público con ellos. ¿Qué más se puede pedir? La sombra de Paco de Lucía es infinita.

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