En su rincón
Pilar Juárez: Guisos de una mujer inquieta
Editora, escritora, empresaria hostelera y dinamizadora cultural, ha dedicado su vida a la promoción de la memoria y la tradición

Pilar Juárez en su casa. / Javier Lorente
Ayer se clausuró el V Congreso Nacional de Etnografía del Campo de Cartagena y uno de sus aciertos ha sido premiar a María Pilar Juárez Conesa, que ahora cumple unos increíbles y bien llevados 80 años dedicados a la cultura, los libros, la gastronomía tradicional y a multitud de iniciativas en diversas asociaciones de la zona rural y en la propia ciudad portuaria. Ha trabajado para las mejores editoriales españolas, ha sido presidenta de los hosteleros, vicepresidenta de los empresarios, fundadora de la Asociación de Memoria Histórica, fundadora y animadora de asociaciones culturales y de mujeres, cocinera afamada… y mil cosas más que vamos comentando en su casa, junto al restaurante que cerró tras su jubilación. Vive en lo que se conoce como la zona oeste del término de Cartagena, una zona rural que aún mantiene el paisaje, los caseríos, las fiestas y las costumbres que mucha gente está empeñada en que no desaparezcan y Pilar, sin duda, es una de las que más ha contribuido a ello.
El lugar: un grupo de casas con más de 200 años de historia, rodeadas de árboles frutales, parras, vistosos jardines, piscina y que linda con los cañaverales de una rambla. Todo cerca de la localidad de Los Puertos y de unas cercanas lomas que han librado a la zona de la sistemática agricultura extensiva. Se podría decir que Pilar ha vivido varias vidas: su niñez y juventud, sus años en Barcelona donde estudió periodismo y trabajó al más alto nivel en el mundo editorial y luego su vuelta a Cartagena y su dedicación a la hostelería y al mundo asociativo. Por supuesto que me enseña la gran cocina que sigue usando y la despensa anexa y sí, me obsequia con una selección de algunas viandas que degusto mientras tomo mis notas.
La familia de su madre tenía tierras. Su abuelo poseía dos molinos de viento harineros y, de pequeña, me cuenta, disfrutó de uno de los espectáculos más grandes del mundo, que es verlos girar. Su padre, Ramón, era de Granada, un militar de tradición familiar que casó con su madre Joaquina y vivieron en la ciudad de Cartagena. Su abuela tuvo dos tiendas de zapatos, una en la calle del Carmen y otra en Mazarrón. Me cuenta que de pequeña venía mucho por el campo, a la casa familiar: “Me gustaba recorrer las ramblas y los montes y hablar con los pastores. Yo era muy traviesa. Aun hoy día no paro”. Se ríe divertida porque yo la veo estupenda, y prosigue: “La cabeza me bullía; quise estudiar periodismo en Barcelona porque allí estaba la primera Universidad Autónoma de España y yo la veía más moderna y más europea. Mi padre quería que me colocase en la Marina, cosa que intenté, pero no duré un año y al final me fui. Quise ser independiente y me pagué la carrera trabajando en librerías y ayudando en la biblioteca de la Facultad. En aquellos años vivía en una especie de comuna hippy, compartiendo casa con un grupo de estudiantes y trabajadores. Fue un tiempo donde aprendí muchas cosas, incluso a entender el amor de los catalanes hacia su cultura y su idioma”.
Finalmente, empezó a trabajar con la escritora y empresaria editorial Rosa Regás: “Trabajé como editora, cada vez con mayores responsabilidades y creando varias importantes colecciones”. También trabajó en la editorial Bruguera, donde siguió gestando y dirigiendo nuevos proyectos y colecciones. Me detalla decenas de ellos y relata con entusiasmo una vida apasionante con los libros que no me cabe en estas líneas. Sigue: “Trabajé también en la editorial Grijalbo y en Crítica, donde dirigía libros de ensayo. Recuerdo especialmente la presentación y promoción del libro de Ian Gibson sobre García Lorca; paralizamos una obra de teatro sobre Federico y los actores participaron en una performance que fue un bombazo”. Pero Pilar Juárez no paraba y no se limitaba a su trabajo: “Yo soy una mujer inquieta, así que fundé la primera asociación de España de animación cultural en un cine que había cerrado, todo un paraíso para la música, el baile o la poesía que atrajo a los universitarios y a los jóvenes en general. También participé en la creación de una Asociación de Servicios para ayudar a barrios necesitados de infraestructuras básicas, una labor de gestión que también era altruista”. En aquel entonces Pilar tenía un escarabajo azul y venía casi todos los meses a Cartagena a visitar a la familia. “Yo no olvidaba mi tierra, estaba en la cumbre y cada año hacía un viaje a Canadá, Turquía, Egipto, la India… Al final me vine definitivamente cuando enfermó mi abuela, María Zapata, que para mí era como una madre. La cuidé y durante aquellos meses le grabé sus memorias, los dichos y canciones y también sus recetas de cocina. Cuando vi estos montes, se me vino toda mi infancia. Fue mi abuela quien me aconsejó, en sus últimos días, que yo tenía que montar un restaurante. Me puse a ello y aposté por quedarme aunque vinieron de Barcelona a buscarme para que volviese”.
La cocina siempre me había gustado; mi casa en Barcelona siempre estaba abierta a los amigos y los acogía con mis mejores platos, muchos de ellos tradicionales, recogidos cada vez que venía por aquí: guiso de trigo, potaje de pilongas, morcilla silvestre (que comían enseñado los segadores manchegos cuando bajaban por estas tierras). La gente pobre, del campo, tenía una creatividad enorme para cocinar exquisitos platos de supervivencia…”. Me sigue enumerando platos de los que luego tuvo en la carta durante los 33 años que mantuvo su restaurante abierto y también me cuenta lo que le costó abrir la primera Escuela de Hostelería de la Región: “No nos dejaban porque se la querían llevar a la ciudad de Murcia. Tuvimos que hacer una huelga a la japonesa con los empleados de hostelería”.
Como vicepresidenta de COEC, se volcó en defender el turismo cultural antes de que se descubriera el teatro romano de Cartagena y, defensora del patrimonio, hasta compró y restauró una casa modernista. No ha parado de meterse en mil fregaos; por la cultura, por su ciudad y por su querida zona rural, creó un museo etnográfico en su restaurante, sigue colaborando con colectivos de mujeres, creando grupos de animación a la lectura, dando talleres de escritura creativa, proyectando cine en los pueblos, dando cursos de cocina… Tiene cuerda para rato y mil proyectos por hacer. Admirable.
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