En su rincón
Ismael Cerezo 'Flyppy': bestiario iluminado
El artista murciano fusiona vidrio, luz y hierro reciclado en esculturas fantásticas con un universo propio, colorido y onírico

Flyppy en su taller . | JAVIER LORENTE
Expone en La Innovadora, en Murcia, y he aprovechado para quedar en su taller. Ya hubiera querido Velázquez, para su fragua de Vulcano, haber visto este lugar donde trabaja Ismael Cerezo Ramírez, Flyppy para todos. Más de 700 metros cuadrados en el barrio del Progreso, donde reina este artista singular y excesivo, rodeado de toneladas de hierro reciclado, vidrios de mil colores y obras que irradian luz. Una sensación casi onírica y psicodélica al adentrarse en este mundo de fantasía, mitad submarino y mitad aéreo: peces, medusas, pájaros, caballitos de mar, pulpos… Un desparrame de imaginación, fantasía y sobre todo de trabajo brutal e incansable.
Me hubiera quedado en el taller horas, mientras suena la música de Radio 3, con las obras, los detalles, los mil colores, las herramientas, los materiales apilados. Nos vamos a un bar cercano y hablamos y hablamos, en torno a una cerveza, o tres. De niño ya empezó a dibujar sin parar, que eso ya sé yo que es un virus, que si no lo curas, al final te hace eso que llaman artista. Pronto empezó a recoger chatarra y a acumular en el bajo de su casa cosas a las que después dar usos creativos. Estudió Maestro Electricista, y se le nota porque todas sus piezas usan la luz eléctrica: «Mi primera exposición fue en La Nave, aquel reino de la cultura en Puente Tocinos. Expuse una obra titulada Marta y su perro salen de paseo por el monte; es una lámpara, claro. La luz me llevó a trabajar con el vidrio, me gusta el efecto de luces y sombras y de resaltar los colores llamativos y contrastados».
Pronto ganó algunos premios y fue becado en Barcelona, en un espacio creativo con varios artistas de todo el mundo: «Éramos como el chiste, un alemán, un americano, un español… Cuando yo llegué al frigorífico, cada uno tenía su leja y su apartado, pero yo llevé el compartir gracias a un fondo común y empecé a cocinar, cocina creativa que sigo ejerciendo. Aprendí mucho, incluso a hacer grabados. Tenía 21 años y aquello se lo debo al Murcia Joven: no me dieron el premio, pero me gané la beca. Cuando se me acabó la estancia, me reenganché como cocinero para aquellas veinte personas. No me quería ir porque venía un gran Maestro a dar un curso de vidrio. Pere Ignasi. El curso acabó y me fui con él a Mallorca. Estuve dos años aprendiendo y también diseñando piezas. Que vendíamos a tres mil euros en los hoteles».
Me cuenta que fue padre y se volvió a la Región de Murcia, donde montó taller. Me habla de sus tres hijos, sobre todo de Ismael, que es biólogo marino, que esculpe y que ahora está haciendo un máster de Ilustración Científica. Sin duda ha heredado la creatividad de su padre. Flyppy lleva casi 40 años con su taller y su clientela crece entre coleccionistas y obra pública por todo el mundo. También me habla de otros maestros que le han marcado en su trayectoria: Ramón Garza y Cacho, sobre todo, con los que compartió conversaciones, vinos, creatividad y fiesta: «Siempre serán dos referentes fundamentales en mi creación y en mi vida».
Me habla de sus dos colaboradores en el taller: José David y Luis: «Somos un equipo; sin ellos no podría hacer lo que hago, ni producir tantas piezas ni obras de envergadura», y me cuenta sus talleres pasados y los próximos: «Tengo pronto una visita de vidrieros de Santa Lucía, Cartagena, y vamos a colaborar juntos. También impartí cursos en la Granja de Segovia, luego expuse allí y ahora tengo un pequeño museo permanente donde se venden mis piezas». No me canso de preguntarle por ese mundo de fantasía y color, de esos seres imaginarios que esculpe, esos animales. «Ya de pequeño me enloquecían los bichos que recogía en un terrarium; también tenía acuarios, por supuesto, los peces de colores me hipnotizaban». Y añade: «Yo hago piezas de dos dimensiones y media; la otra, hasta la tercera, la pone el espectador. Pero ciertamente el color y la luz son un extra que enriquece las tres dimensiones de la escultura». Y me habla de los materiales que usa, de cómo recicla chatarra, de cómo se trae el vidrio por camiones: «Ahora lo estoy trayendo de Alemania y República Checa, a 3 euros el kg. En cargamentos de tres mil kilos. Eso no significa que no haya experimentado con ir a la base de sacar el vidrio de la propia arena». Ha investigado y estudiado mucho; me cuenta que en Murano descubrieron que, echándole una planta salada a la mezcla, la fundición se aceleraba.
Este miércoles próximo va a fundir; se tira toda la noche y el día siguiente trabajando con sus hornos, un espectáculo que en esta ocasión no me voy a perder, compartido con amigos e invitados varios. Y añade: «No te vayas a creer que todo esto solo es imaginación y fantasía; por supuesto que hay mucho de investigación, de técnica, de oficio. Hay quien me dice que soy un artesano; incluso me dieron el premio de artesanía de la Región… Yo soy yo y mi mundo creativo», se ríe. Lo que es cierto es que Flyppy es todo un referente mundial, que hace cosas que no hace nadie, con un dominio de la técnica y de la creatividad insuperables. Su manera de mezclar vidrio y hierro es única.
No para de trabajar y tiene mil proyectos en danza; lo mismo hace trofeos para eventos de toda España que piezas de encargo para coleccionistas, monumentos, etc. Para marzo, si no pasa nada, lo vamos a poder ver en el Casino de Murcia. Va a ser algo único; quiere exponer abajo y arriba, en la sala alta, que quiere desmantelar de cualquier elemento y dejar a oscuras para que nos sumerjamos en un mundo de ensueño iluminado por los mil colores de sus seres imaginarios. Ya me ha hecho la boca agua.
Terminamos hablando de corrientes artísticas: «A mí me tira el Modernismo, me apasiona la figura y la obra de Gaudí». Cuando tiene un rato de relax, se va a su casa de El Mojón y pasa las horas pescando, que es otra cosa que le gusta casi tanto como cocinar. Lee mucho, lo último: La maestra del vidrio y todo lo de Eduardo Mendoza. Único.
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