Murcian@s de dinamita
Aurora Saura, la vida como tema poético

Aurora Saura / L. O.
Uno se imagina a Aurora Saura caminando por las calles de su primera juventud en Cartagena, o de su juventud plena en Alicante, o San Javier dibujando sus pasos firmes por la explanada, bebiéndose la vida, contemplándola con interés de una entomóloga urbana. Nada de lo que ocurre a su alrededor le es ajeno a esta poeta, que contempla la vida con ansias de apoderarse del alma de los detalles, de disfrutar de la naturaleza, de los árboles, de los pájaros y de sus costumbres, de los rostros con los que se cruza cada día.
Asegura Aurora que los poemas se le ocurren en la calle, por eso no entiende que la gente pasee mirando el móvil, con la cantidad de cosas que hay que ver. «Los poemas me salen porque me voy fijando mucho, es así como me surgen las ideas, que siempre constituyen los primeros versos, a partir de ahí desarrollo el poema».
Siempre ha sido la vida la que se ha erigido en protagonista de sus poemas. Sus composiciones son jirones de vida, diminutos detalles invisibles a otros ojos y espíritus menos sensibles, que la poeta pasa por el tamiz de una sensibilidad formada a lo largo de muchas lecturas, fundamentalmente poesía. Y a menudo en el idioma en el que fueron urdidos y escritos por su autor: catalán, francés, italiano… e incluso en inglés, aunque confiesa Aurora que ese idioma se le resiste. Todo ello, todas esas lecturas, son las que le han conferido una particular perspectiva del mundo. Porque Aurora es ella y su poesía, sentimientos que le han abierto las puertas a un universo único y diferente del resto. A su propio y letrado cosmos.
Si Aurora echa la vista atrás hasta una lejana infancia que percibe feliz, piensa en su padre, meteorólogo y profesor de Matemáticas, además de gran lector, como la persona que la introdujo en la poesía y los poetas que él consideraba más relevantes. Gracias a él Aurora comenzó a leer a Machado. O a Juan Ramón Jiménez. Y también a Rabindranath Tagore, aquel escritor y filósofo indio que tanto le gustó en su juventud, y de quien Aurora me informa, con sorna, que Ramiro de Maeztu llamó despojo de poeta.
Y como los caminos hacia la lectura son inescrutables y variados, se recuerda Aurora feliz y espoleada en sus ansias lectoras en aquel colegio de monjas al que acudió de niña, dotado de una magnífica biblioteca gracias a la donación de una monja lectora, que llevó allí unos libros que, de haberlos conocido, aquellas monjas habrían probablemente repudiado. Pero debían ser poco duchas en la buena literatura, así que Aurora pudo dar rienda suelta a sus ansias lectoras con libros entonces considerados escasamente recomendables, como Crimen y castigo. Por cierto, la monja acabó colgando los hábitos y volviendo –es un suponer– a sus lecturas censurables.
Aunque Aurora es una escritora temprana, no fue una publicadora temprana, y no fue hasta 1986, cuando publicó Las horas, su debut literario. Ahora, cuando casi se cumplen 40 años de aquella obra, se ha publicado su último libro hasta el momento, Diversas son las hablas, título procedente de un verso de uno de sus poetas más queridos: Salvador Espriu.
Profesora de instituto de Lengua y Literatura, habla de lo importante que es la lectura. Todavía recuerda cómo, allá por los comienzos de los 70, durante uno de los primeros días que dio clase, se le ocurrió leer el principio del poema Soledades de Góngora, y una chica exclamó al fondo: «¡Qué bonito!». Aún no lo ha olvidado.
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