Arde Bogotá en Cartagena
Y pusieron la Alameda más cerca del mar
Los "vecinos y amigos" de la trimilenaria lo dejaron claro, "nacer en Cartagena no impide cumplir sueños"

El primero de los conciertos de Arde Bogotá en Cartagena, en imágenes / Iván J. Urquízar
Con la perspectiva de un nuevo reto, dos noches seguidas en su ciudad, por fin había llegado el día. La última vez que los de Arde Bogotá tocaron en Cartagena congregaron a diez mil personas en La Mar de Músicas, pero esta vez doblaban la convocatoria y las fechas.
En aquella ocasión, no estaba del todo claro si era un final de ciclo o un nuevo comienzo (su gira española arrancaba aquí); un concierto de celebración en todo caso, al que se sumaron Julia Cry y Luvra en un escenario más pequeño, y Hoonine, que abrió el escenario principal haciendo bailar al personal con su set electrónico.
Pero anoche fue una noche de gloria, una noche elegíaca; con un grandioso concierto en la cuesta del Batel, unos días después del Rock Imperium. De alguna manera, en un entorno tan impersonal Arde Bogotá ofreció un set que parecía íntimo, un concierto especial que a todos pareció encantar. Un atracón de canciones, de confesiones y de catarsis. El no va más. La gente salió en cohete.
Sí, Arde Bogotá arrasó; quizás habría sido más descriptivo 'Cartagena's burning', parafraseado a los Clash. Se lo hicieron a muerte, literalmente masacraron al personal con el poder desnudo de sus guitarras apoyadas en una sección rítmica hiperdinámica, y dejaron el recinto reducido a cenizas. Apoteósico.
Rugieron los motores con imágenes de una road movie postapocaliptica. ¡Arde Bogotá salió quemando rueda! La noche no podría estar más marcada, ya que abrieron con el ritmo acelerado de Veneno. Veneno y fanta de limón, fast and furious, y el público comienza a convulsionar.
"Somos Arde Bogotá, vuestros amigos y vecinos, y hemos venido a bailar", advirtió Antonio García, el cantante, mientras observaba a la inmensa multitud reunida ante él. En el escenario, la unión y la química de la banda parecían tan fuertes como siempre, o más. A pesar del calor y la humedad, el líder, empapado en sudor (con fiebre, parece ser), lo dió todo, mientras que a la derecha del escenario, el guitarrista Dani Sánchez todavía sonreía de oreja a oreja como si tuviera el mejor trabajo del mundo.
El repertorio de 23 canciones trajo éxitos y sorpresas inesperadas; nos llevaron Abajo con sus guitarras afiladas, siguieron con el art-rock sofisticado, elegante y sexy de Quiero casarme contigo, para arrancarnos el corazón a golpes de funk con Nuestros Pecados. "¿Quién quiere bailar?", preguntaba Antonio mientras brazos y cabezas emergían como un mar embravecido. "Somos los Arde Bogotá y estamos cumpliendo un sueño": así llegaría Qué vida tan dura, uno de los highlights indiscutibles del grupo, mientras Antonio recorría como Mick Jagger una pasarela que se metía entre el público.
Y llegó La Noche con una carretera nocturna de atmósfera lynchiana a lo "Twin Peaks" en las pantallas. Momento karaoke: prácticamente Antonio tenía que arrebatarle las voces al público, con cuyos cánticos en ocasiones él movía los labios al unísono, como en playback. Plena felicidad entre el público, las pantallas localizan a una pareja besándose. Siguió el arrebato reivindicativo de Tijeras ("nuestra vida laboral es un timo; reventaremos la puerta"), para seguir con Sinvergüenza, e invitar a su backliner, Arturo del Castillo, guitarrista de Calare, a acompañarles en Flores de venganza (¿antítesis de las de Scott McKenzie y el sueño hippie de San Francisco?): del material más reciente, es de lo que más impresiona. Se intuye la rabia punk de unos Pistols.
Llegado el momento, Antonio cuenta la génesis de Exoplaneta, y de ese número 571-/9A que muchos enarbolan, y cobra más sentido ahora "esta noche la cantáis vosotros". Dani y él se acercan al público para dirigir a un inmenso coro poseído por el entusiasmo.
Los de Arde Bogotá se negaron a ir por lo seguro. O al menos, todo lo seguro que podían; consiguieron victorias fáciles y fiables ante un público ansioso por cantar sus himnos. Sin embargo, fue la forma en que este set se convirtió en una colección de curiosidades lo que lo elevó, como fue el homenaje a la Cartagena minera, con Antonio Muñoz, guitarrista oficial del Cante de las Minas, y el cantaor David “Carduely” sembrando flamenco en la multitud.
Tras esto, llegó vibrante La Torre Picasso, entre llamaradas, en el otro extremo del espectro, con Dani luciendo su guitarra de doble mástil. Si bien todos estaban en un estado de forma excepcional, muy felices, hay que mencionar especialmente a Dani por no intentar imponerse demasiado ni esconderse. Por su parte, Antonio fue un semidiós del rock, balanceándose con su larga melena como un Elvis moderno. El bajo omnipresente e hipnótico, la guitarra capaz de cortar sutilmente el hielo o de envolvernos en llamas, y la batería en ignición redondearon esa bola de fuego que lo dejó todo calcinado.
Fuegos artifciales
Antonio propuso un viaje al pasado (¡tan reciente aun!) con Cowboys de la A-3 -la carrera del grupo se puede dividir en los períodos anterior y posterior a esa canción, sonoro after-hours que les catapultó un éxito sin precedentes-. Su timbre vocal ya tenía un cansancio más mundano, pero su voz es imponente en vivo. "Jamás imaginamos lo de esta noche. Gracias por formar parte de los Cowboys-A3". Le sale fácil conectar con su público. Un solo de bajo muy a lo Clash introdujo Escorpio y Sagitario antes de que en la pantalla apareciera una foto de los comienzos de la banda, en 2017.
"Nacer en Cartagena no impide cumplir sueños", afirmó Antonio, y se lanzaron con Virtud y castigo acompañados de la orquesta de cuerda dirigida por Álvaro Pintado, que continúa sola con un interludio romántico mientras el grupo abandonaba el escenario para volver, guitarra acústica y voz , con Copilotos otro momento karaoke que aprovechan para las presentaciones, entre las que incluyen a Pedro Quesada, plenamente integrado a la guitarra.
El concierto encaraba ya la recta final con La Salvación, pasada por un filtro The Edge, cuando de repente Antonio mandó parar porque vio a una persona que necesitaba ayuda; un bajonazo momentáneo, pero el gesto les hizo aún más grandes. Recomenzaron la canción con un estallido de aplausos por su actitud; fue como ese instante en el que parece normal fundar Cartagena en otro sistema solar.
El bis llegó con el riff incendiario de guitarra, batería y bajo acorazados a lo Black Sabbath, soltando a Los Perros en medio de un escenario iluminado en rojo, en llamas. Después su primera detonación, Antiaéreo, y Cariño, una lúbrica "canción de mierda", con un bajo dinámico, que puso a todo el mundo a bailar (Antonio también, mezclado entre el público).
Un triunfo homérico, que anunció la verdadera llegada del verano, celebrado bailando en el escenario con Let's get loud de Jennifer López y con el estallido de unos fuegos artificiales que pusieron la rúbrica final mientras se proyectan los créditos tarantinescos de la producción. Arde Bogotá dejó a todos con la boca abierta, ya han entrado en la leyenda. Y pusieron la Alameda mucho más cerca del mar.
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