Música

Arde Bogotá: cumplir sueños sin dejar el lugar que te vio crecer

La banda cartagenera vuelve a casa para actuar el viernes y el sábado ante más de 30.000 personas en la Cuesta del Batel

Antonio García, Dani Sánchez y Jota Mercader, este martes a bordo de un catamarán.  | IVÁN URQUIZAR

Antonio García, Dani Sánchez y Jota Mercader, este martes a bordo de un catamarán. | IVÁN URQUIZAR

Una ciudad. Un himno. Un grupo de chavales que soñaron a lo grande. Esa la historia de Arde Bogotá, cuatro jóvenes de Cartagena que han logrado hacer posible lo imposible: llevar la Alameda de San Antón hasta Santiago de Chile, la ría de Bilbao o México. Donde se propongan. Tras años conociendo el Madrid de Leiva o la Barcelona de Loquillo, Antonio, Jota, Pepe y Dani han mostrado al mundo la Cartagena de Arde Bogotá, con valor, amor y alguna que otra cicatriz.

Estos días se preparan para volver a hacer historia, para que más de 30.000 personas se dejen la voz cantando a pleno pulmón en la Cuesta del Batel. En su ciudad. En su casa. Con su familia. Miles de almas unidas en torno a un único escenario.

El grupo cartagenero ha actuado en lugares como Santiago de Chile o la ría de Bilbao

Tiene ganas Cartagena de volver a levitar junto a los suyos hasta llegar a 571-/9A. Ellos también lo notan, como explica el batería José Ángel Mercader, conocido como ‘Jota’: «Hace un par de años en el puerto vino muchísima gente, más de la que hubiéramos imaginado, y después de pasearnos por todos los rincones de España y haber ido al otro lado del océano a intentar pasearnos también, venir y que haya habido esta recepción no solo indica que hay ganas de la banda, sino que se nos quiere mucho». Además también por la presencia de muchos de sus familiares que habitualmente no pueden desplazarse a otros lugares a verlos, como es el caso de su abuela.

Porque no son dos conciertos multitudinarios, que también, son fuerza, coraje y la demostración de que se puede ser profeta en tu tierra y puedes llenar el Wizink Center de Madrid sin dejar el estudio del Polígono Cabezo Beaza. «Cuando era un adolescente, si hubiera habido una banda como la nuestra, me hubiera gustado más o menos, hubiera sido inspirador en cierta medida. Unos chavales de aquí han podido profesionalizarse, hacer cosas muy chulas y viajar por el mundo. Eso como adolescente me habría inspirado a decir, si yo quiero hacer teatro o quiero hacer atletismo, a lo mejor haber nacido en Cartagena no es tanto impedimento como a priori podría llegar a parecerme y eso es el gran valor de esto, de alguna manera», comenta el vocalista del grupo, Antonio García, durante un encuentro con medios de comunicación este martes al que faltó el bajista del grupo, Pepe Esteban, convaleciente de una operación de apendicitis la pasada semana. Tampoco obvian la responsabilidad que supone, tanto para ellos como para su equipo técnico, enfrentarse a un reto de semejantes características.

«Esta semana hay que cuidarse, no coger mucho frío, el aire acondicionado ponerlo bajito y en general hacer cosas que estén a la altura de lo que nosotros pensamos que el público merece, que es la mejor versión de nuestro avance», señala García. Aunque intentan lidiar con los nervios, la presión de jugar en casa también afecta a los familiares. «A mí me pone nervioso que mi madre esté mucho más nerviosa que yo; le contesto que no me diga eso, porque el que tiene que hacerlo bien soy yo, no ella», ríe el batería.

En esa época nadie pensaba que la última ciudad española que pisarían los Kiss sería Cartagena y que un grupo local podría agotar 30.000 localidades en horas. Pero ha sucedido. No es el sueño de una cálida noche de verano, es la realidad de un grupo que ha conseguido emocionar a Cartagena y reflejar en sus letras el sentimiento de 200.000 cartageneros. «Siento como si me casara, aunque no me he casado nunca, debe ser una sensación similar», bromea el vocalista sobre la importancia y los nervios que sienten por las dos actuaciones en las que las estrellas del firmamento no podrán hacerle sombra a las estrellas de rock locales.

Cada vez que van a un sitio los jóvenes comparan esos lugares con otros rincones conocidos de Cartagena

Todo hace pensar que los más de 300 kilos de pólvora que se detonaron en las fallas en ese mismo lugar no van a resonar ni la mitad de fuerte que las miles de personas que van a entregar durante el concierto su alma y su garganta para soltar a los perros que habitan dentro de cada uno de nosotros.

Adelantan que el show de este fin de semana «es una actualización del que hicimos en Madrid y en Barcelona, traído aquí y con la intención de hacer alguna cosa especial por estar en Cartagena. Lo que nos ha pasado en este tiempo, los amigos que hemos hecho en el camino y las cosas que hemos vivido nos permiten intentar traer a nuestros vecinos algo diferente o que les emocione al menos tanto como a nosotros».

Su puesta en escena, sus discos y sus canciones les permiten jugar, probar y arriesgar, divertirse ellos y hacer divertirse a los demás, como reconoce el guitarrista Dani Sánchez: «Hemos tenido la suerte de que en tan poco tiempo la gente ha respondido tan bien que es como que la gente nos deja hacer locuras y todo el rato sentimos como que estamos jugando. También tenemos un defecto, que es que nos aburrimos súper rápido de las cosas. El mismo show no puede durar más de un determinado tiempo y nos montamos otra cosa».

Ese juego, esa diversión y el vivir una experiencia que nunca imaginaron o solo soñaron hace que también sueñen los jóvenes de Cartagena con llegar a ser auténticas estrellas de rock que en sus letras no tengan que hablar de sexo y drogas, sino de un Seat 600 y el desierto de Carboneras.

"Siento en este concierto como que me voy a casar, aunque no lo he hecho debe ser una sensación similar"

La ilusión que transmiten empieza por ellos mismos. «Me mensajeé mucho con Bunbury en el proceso de hacer juntos La Salvación y es un señor con muchos y muy buenos stickers. A pesar de lo que parece Enrique tan serio y tal, tiene muy buenos stickers. Me pasó mucho al principio. Como él vive en Estados Unidos, me escribía sobre las doce y media de la noche. Me quedaba pensando que me había escrito Bunbury y me había mandado un sticker de un señor dando un beso. Ya no me podía dormir», recuerda Antonio con una sonrisa que ilumina más que un foco en el escenario.

No olvidan sin embargo que sus primeros acordes sonaron en el extinto Bar Coyote, junto al puerto frente a los dos faros que Jota lleva tatuados en el antebrazo, por eso agradecen hacer también giras por lugares donde el público ni se imagina que el estadio Cartagonova está al lado de una rambla que se llama Benipila, como en América, donde pueden actuar en salas más pequeñas y ante un público todavía por conquistar. «Aunque solo pedimos no volver a compartir habitación; todo lo demás, nos encanta, como volver a tirar nosotros los cables».

Han conseguido lo impensable, pero no se conforman. No les basta. Quieren más. Antonio García lo sabe y lo explica: «Nos ha pasado lo imposible, hacer una banda y que puedas vivir de ella, que de repente tenga público y que se pueda profesionalizar. Nuestro reto ahora es hacer lo siguiente a lo imposible: ser una banda que sea más que un grupo que tuvo dos discos que le gustaron a la gente, sino hacer una discografía que nos emocione, que nos haga sentir orgullosos y que ojalá también le guste al público».

Aunque son músicos también tienen en cuenta otros aspectos fundamentales en cualquier trabajo: «Hay un punto de darte cuenta de que evidentemente tiene muchas cosas súper únicas el oficio que hacemos, pero luego tiene otras que son absolutamente iguales que el que tiene una zapatería o una ferretería. Organizar gente, nóminas, impuestos y conciliación familiar...», mantiene Jota.

Frente al éxito también se ponen barreras para no perder la cabeza y que la fama les pierda tal y como les sucedió a tantos otros que les precedieron con su nombre en portadas de revista y miles de discos vendidos. «Hay que intentar ser normal y rodearte de gente que sea capaz de decirte que te estás equivocando, tío», sintetiza en nombre de todos los componentes Dani Sánchez.

«También es bueno el hecho de que todos tenemos una vida muy similar a la que teníamos cuando arrancamos. La única diferencia grande es nuestro oficio y la dimensión de la banda, pero vamos a los mismos bares, comemos las mismas cosas y nos relacionamos casi con la misma gente», añade García. Por este motivo resalta Jota la calidad de vida de Cartagena, y no sienten que les perjudique vivir en la trimilenaria frente a otros músicos que deciden hacerlo en grandes urbes como Madrid o Barcelona. Reflejo de su enamoramiento de la ciudad es que durante el paseo en catamarán que compartieron con los medios ellos mismos no paraban de hacer fotos y vídeos «para ver Cartagena desde esta perspectiva». Por no hablar de su peculiar manía que desvela Antonio García: «Cada vez que vamos a un lugar lo comparan con Cartagena, este parque parece Los Juncos o esta zona es como el Ensanche», bromea, «hasta la ría de Bilbao era como la rambla pero con agua», exclaman entre risas.

No solo comparan Cartagena con cualquier lugar donde van, la llevan por bandera. «Venimos de Cartagena», repiten en sus conciertos hasta que este viernes y sábado proclamen ante miles de personas «somos Arde Bogotá y venimos de aquí mismo», desatando la locura. Un éxtasis esperado y deseado por todo un municipio entregado a sus artistas más reconocidos, que pueden decir sin lugar a dudas que son profetas, y poetas, en su tierra, donde siempre encuentran ese rincón para perderse y reconectar. 

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