En su rincón

Pedro Medina, arte que hace mundo

«El arte nos puede salvar la vida, pero no me interesa lo meramente decorativo ni el entretenimiento vacío»

Medina en la Facultad de Filosofía de la UMU.

Medina en la Facultad de Filosofía de la UMU. / Javier Lorente

Javier Lorente

Javier Lorente

He ido conociendo y admirando a Pedro Alberto Medina Reinón a través de algunas de las exposiciones que ha comisariado y de esos magníficos textos que hace para catálogos de artistas locales o internacionales. Vive en Italia, donde ejerce la docencia universitaria y dirige investigaciones y proyectos relacionados con el arte, la estética, la filosofía y el mundo contemporáneo. Estudió Filosofía en la UMU y luego se doctoró en Módena. Ha venido unos días a Murcia. La foto se la hago en la sede de la Facultad de Filosofía en el Campus de Espinardo. El entorno, casi bucólico, está lleno de árboles, una ardilla ha bajado de los árboles a comer los piñones del suelo. Pedro ha escrito bastante de perspectiva, una mirada que inicia la modernidad en el arte y el pensamiento, así que elegimos la foto en el interior, acorde, además, con su manera multidisciplinar de ver un mundo lleno de reflejos. Nos tomamos una cerveza en una cantina cercana y me siento un privilegiado al conversar con un cerebro privilegiado que, como el mismísimo Hermes, es capaz de traer a la tierra el mundo de los dioses.

Podría decir que he aprendido mucho con este encuentro, hemos hablado de gastronomía, de vinos, de música o de cine, me ha citado, como quien da una clase a sus alumnos, a un montón de pensadores, escritores, artistas y filósofos… Reconozco que me ha dejado repleto de preguntas y de ansias de emprender el camino de resolverlas. Me doy cuenta de que estoy ante un maestro de los que te despierta el ansia de aprender, de reflexionar, de embarcar en la nave del pensamiento crítico y navegar por las aguas de la contemporaneidad hacia un horizonte que ojalá sea mejor. Y sí, el tiempo es relativo y las tres horas se nos pasan en un suspiro cuando escuchas un discurso tan elevado y profundo como cercano y sugerente.

Medina, haciendo gala de ese término árabe, que significa ciudad, es un hombre de mundo, viajado, habla seis idiomas y ha vivido en varias ciudades de Europa. Su madre de Caravaca y su padre, murciano, que tenía una famosa tienda de Bellas Artes en la que recuerda ver a Ramón Gaya, Párraga y otros artistas de la época: «Puede que todo aquello fuese creando un poso en mí. Siempre me gustó el mundo del arte y no sabía qué estudiar, dudé entre Historia del Arte, Literatura o Filosofía. Al final me he ido decantando (como los vinos) por la Estética, la Filosofía de la Cultura o la Sociología».

Mi costumbre de tomar notas y no grabar estas conversaciones me hace ser consciente de que he perdido una gran oportunidad de tener una magnífica conferencia, llena de citas interesantísimas, que podría divulgar para disfrute compartido de las mentes inquietas y de los seguidores de esta mente privilegiada y a la vez, persona afable, sencilla y jovial.

Me interesa mucho su mirada desde fuera (otra vez la perspectiva): «Sin caer en lo de la patria chica, creo que puedo decir que vivimos un momento muy interesante en la cultura y el arte en nuestra Región. Hay artistas como Sonia Navarro que ya tiene un gran reconocimiento a nivel nacional e internacional, o Ángel Haro que está haciendo cosas muy interesantes en su estudio en Madrid y que ahora va a exponer una gran muestra en Chicago, hay galerías como T20, de cumpleaños ahora, que ha ido trabajando en ser una de las más potentes en ARCO y otras ferias internacionales… Hay un gran momento para el arte murciano por todo el mundo. Hay artistas de la Vega Baja que se sienten atraídos por este punto de atracción de nuestra Región, como Daniel García Andújar o la medio cartagenera Rossel Meseguer, a la que le he comisariado ‘Tierras Blancas’ en la Sala Verónicas. Se están haciendo cosas muy interesantes, proyectos que también gozan del apoyo de las instituciones. Hay mucho que mejorar en el apoyo al arte, pero cosas como las ayudas en la pandemia que hizo el ICA, en Italia, por ejemplo, han sido inexistentes». Y seguimos hablando de «otros grandes» como Fructuoso, Antonio Ballester, Manuel Belzunce o el mismísimo Valcárcel Medina.

Medina es una persona generosa, no habla de sí sino de los demás, tiene una capacidad desbordante de relacionarlo todo, su mirada y su cerebro son un punto de encuentro, un nudo de comunicación entre la historia, el presente y el futuro, entre la tradición y el universo digital en el que ya estamos inmersos. A cosas como estas le ha dedicado su último libro y me habla del siguiente que pronto estará en las librerías. Seguimos hablando y de vez en cuando cita a sus referentes: Paco Jarauta, su maestro y amigo, Emilio Lledó, Roberto Expósito… Disfruto de cómo va hilando a tantos autores, a la vez que me habla de sus charlas y cursos impartidos en mil lugares, como los de Alta Cultura en Santander o Lanzarote. Y me dice: «La gente se refugia en lo comunitario y se cierran a los otros. Nos volvemos acríticos ante lo nuestro y enemigos de lo distinto. La palabra, lamentablemente, cada día tiene menos poder, nos guían más las emociones. Hay cosas que nos recuerdan a momentos ya vividos en la historia. El enfrentamiento con los otros, la polarización, el odio, nunca ha llevado a nada bueno. La gran tarea hoy día es la de construir espacios comunes».

Y me confiesa: «No me cuesta estar solo. Hay que aprender a estar con uno mismo y con los demás. El arte nos puede salvar la vida, pero no me interesa lo meramente decorativo ni el entretenimiento vacío. He vivido en muchas ciudades, pero soy de donde viven las gentes que quiero».

«La contemporaneidad es una cita a la que estamos condenados a llegar tarde», me dice, y añade: «No soy pesimista, pero el momento actual pinta mal. La pandemia ha acelerado el cambio a un mundo distinto y distinto. Hay que levantar conciencias, conciencia crítica. Yo no soy de dar certezas sino de promover preguntas. Hay que posibilitar un futuro habitable. Pensar, ponerse manos a la obra».

Nos levantamos de la mesa y él recoge los botellines y los lleva a la barra: «Es lo que tiene ser hijo de un pequeño comerciante autónomo».

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