En su rincón
Curro Piñana, la excelencia flamenca
"Subir y bajar semitonos es como dibujar, como hundirse y elevarse, como resucitar, dialogar, jugar, preguntas y respuestas"

Curro Piñana, en su casa. / Javier Lorente
Nieto, hijo, hermano y tío de grandes figuras del flamenco, Francisco Javier ‘Curro’ Piñana Conesa es una de las grandes figuras del flamenco mundial, un cantaor extraordinario que atesora infinidad de premios y reconocimientos y que está llevando su arte por incontables países de casi todos los continentes como Doctor y Director de la Cátedra de Flamenco del Conservatorio Superior de Música de Murcia. Curro es muy buena gente, tiene una cultura desbordante y es un fruto exquisito de una gran saga, ya eterna, de guitarristas y cantaores. Aprendió de las grandes figuras de la tradición flamenca y, desde los 7 años, de las enseñanzas de su abuelo, Antonio Piñana Segado: «Mi abuelo era muy exigente, creía en aquello de que ‘la letra, con sangre entra’ y me hacía dedicarle muchas horas diarias al cante. Estuve siete años, hasta los 14, aprendiendo de él, hasta que murió. De él aprendí que el flamenco se disfruta y también se sufre, que para coger una rosa hay que aceptar pincharse con las espinas».
Mientras hablamos se escucha de fondo una mágica melodía de música andalusí y Curro me va dando toda una clase magistral de flamenco y de poesía, una clase llena de citas y de estrofas que me va cantando. Me emociona, ciertamente. «Me he dedicado al cante, pero aprendí a tocar la guitarra y la uso para acompañar a mis alumnos», me dice. Aparte de Doctor en Música por la UMU, Curro también es licenciado en Psicología; además de la Lámpara Minera de La Unión y algunos otros premios, entre sus libros veo el tomo de su tesis doctoral: Veinte tarantas del Siglo XX.
Ganó el premio Melón de Oro en el Festival de Lo Ferro en 1992, con apenas 18 años, y desde entonces he seguido su carrera, en ascenso constante, sus premios en el Cante de las Minas y algunos de sus conciertos por nuestra Región. De entre sus grabaciones, destaco como extraordinarios sus discos dedicados a las tres grandes culturas: cristiana, musulmana y judía, que han forjado nuestra cultura mediterránea. Admiro esa manera hermosa de transmitir con su voz la hondura del flamenco, sus raíces andalusíes y su manera única de cantar los versos propios o los de los más grandes poetas de las tres culturas. No conozco a nadie que no sienta el pellizco en la piel y un nudo en la garganta cuando lo escucha cantar las saetas en Semana Santa. Pero lo que es impagable, he de confesarlo, ha sido este encuentro en su casa, aprender de sus palabras y disfrutar de su cante a un metro de mí en esta hermosa habitación donde trabaja, oye música, ensaya y estudia, rodeado de fotografías y dibujos de los más grandes del flamenco, incluidos su padre y su abuelo.
«Me siento un privilegiado por haber nacido en esta familia que me ha enseñado y transmitido tanto, y deudor ante un público que siempre me ha apoyado y hecho volar. También agradezco a mis alumnos su pasión por el flamenco y sus ganas de seguir aprendiendo y de obtener un título oficial en esta profesión que antes no tenía el reconocimiento de ser una disciplina con carácter universitario», me dice, y yo le pregunto, extrañado, que no me ha parecido verlo en los actos del 1.200 aniversario de esta ciudad en la que trabaja y vive desde hace años: «Yo siempre he llevado por el mundo los cantes de Cartagena y La Unión, nací en Cartagena, me casé con una murciana y me vine a trabajar y vivir a esta ciudad que me gusta y a la que también he declarado mi amor en numerosas ocasiones. Llevo a mi tierra en el corazón y la llevo siempre en mis actuaciones por todo el mundo, sin que nadie me lo pida. La cultura hay que tomársela muy en serio, no es solo un entretenimiento. Falta respeto a la cultura».
Me reconoce: «Como cualquier artista, soy una persona sensible, me afectan las cosas del entorno, del mundo y las relaciones humanas. Me interesa la disyuntiva amor/desamor y realmente estoy totalmente insatisfecho con mi obra. Cuando escucho mis grabaciones pienso que cambiaría muchas cosas, un acento, una respiración o un silencio. El silencio es fundamental, sin él no hay música», y me vuelve a citar a Paco de Lucía: «La insatisfacción, que es amarga, se podría evitar si estuviéramos toda la vida grabando un solo disco». «He viajado mucho, pero la mitad de mis 50 años los he pasado encerrado, ante el ordenador, escuchando con los cascos. Uno necesita mirar atrás, además de soñar con el horizonte, como decía Antonio Gala, si no se avanza recordando, se tropieza». Termina hablando de su amor por Ibn Arabí, el poeta de la tolerancia «que también fue perseguido por los fundamentalistas», al que ha cantado por todo el mundo. «Al final todo es melisma, desde la antigua Grecia, esas subidas y bajadas con la misma sílaba es lo que nos une al flamenco, a los árabes y a tantas músicas mediterráneas. Subir y bajar semitonos es como dibujar, como hundirse y elevarse, como resucitar, como dialogar, como jugar con preguntas y respuestas».
Tiene que hacer la comida: cocinar es otra de sus pasiones. No me puedo quedar, aunque me invita. «Otro día tienes que venirte al restaurante de El Calcetín, aquí al lado. Allí me reúno con Pepito, mi amigo Claudio y, en ocasiones, con mi admirado Antonio Parra, nos ponemos un disco de Marchena o de Caracol, hablamos, nos tomamos un vino y me lanzo a cantar. El flamenco es una música de emociones que se tienen que compartir, el que canta tiene que tener quien le escuche, como dice la soleá: ‘Déjame solo esta tarde / que tengo que hablar conmigo / y tiene Dios que escucharme’».
Con Antonio Parra ha impartido conferencias hasta en la Universidad de Oxford. Y ahora, escuchándolo, me siento un privilegiado, agradecido a este maestro que va regalando tanta bonhomía, sabiduría y poesía con esa sencillez que solo tienen los más grandes.
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