Cultura
Don Mario desde Murcia
Desde su investidura como honoris causa en 1995, Vargas Llosa inició una estrecha relación con la Universidad de Murcia y con la ciudad

El escritor peruano fue nombrado Honoris Causa por la UMU en 1995. / UMU
Francisco Javier Díez de Revenga
La muerte de nuestro sexto Premio Nobel de Literatura española Mario Vargas Llosa ha puesto punto final a una de las personalidades más seductoras del mundo literario hispánico, protagonista durante décadas de espacios intelectuales de la máxima categoría.
Porque Vargas Llosa, además de ser un gran novelista, era un intelectual original, sorprendente, un gran investigador y crítico de la literatura clásica, conocedor como nadie de los más recónditos secretos de la historia literaria de España, de América Latina y de las literaturas europeas más próximas. Y español como pocos, defensor de la lengua común y cultivador siempre del castellano más castizo enriquecido por la calidez de sus aportaciones americanas indígenas y ancestrales.

Presentación del premio Mario Vargas Llosa, con la presencia del escritor peruano. | P. M.
Para Murcia, Vargas Llosa era uno de los nuestros. Doctor Honoris Causa por la UMU, dio nombre aquí a un premio de novela que alcanzó un renombre y prestigio indiscutible en los medios literarios hispánicos. Tuve la fortuna de ser secretario de ese premio desde su fundación en 1995 hasta los primeros años del nuevo siglo, y las veces que coincidí con nuestro Premio Nobel quedé seducido por su extraordinaria personalidad, cercanía y aprecio. Cuando fue investido Doctor Honoris Causa, el acto coincidió con la apertura de curso académico 1994-1995 bajo la presidencia del rector Juan Monreal.
Pero aquel fue un evento demasiado oficial y muy poco literario, con todas las autoridades regionales habidas y por haber, poco íntimo y deslucido, a pesar de que Vargas Llosa pronunció un magnífico discurso, que aún se recuerda por su calidad y acierto. Evoco ahora con emoción cuando en otoño de 2010 tuve la suerte de acudir a su Universidad de San Marcos en Lima, para conmemorar el centenario de Miguel Hernández, y comprobar la solemnidad con la que su alma mater lucía los honores de contar entre sus alumnos con un Premio Nobel flamante y recién estrenado.
Naturalmente, en este momento histórico, prefiero recordar al gran escritor y renovar el entusiasmo que algunos de sus libros produjeron en tantos lectores y admiradores, desde los primeros a los últimos. Por eso, hoy, cuando su figura ya no está entre nosotros, quiero acordarme de sus dos últimas aportaciones que dan la medida exacta de la extraña simbiosis que representó su genuina personalidad de español y peruano.
Y para ello releo ahora La mirada quieta (de Pérez Galdós), ya que según cuenta don Mario, con motivo del confinamiento por la pandemia, decidió recluirse con las obras completas de Galdós y, aunque había leído algunas de sus novelas, incluso en la adolescencia fue lector de Fortunata y Jacinta, no había tenido ocasión de conocerlo en plenitud, y por ello abordó la lectura sistemática de todas sus narraciones, de sus obras de teatro y de los Episodios nacionales. En total, si no fallan los números, casi cien obras de diferente extensión porque en el libro quedan reseñadas 29 novelas, 24 obras de teatro y conjuntamente 46 Episodios nacionales.
Pero lo más interesante de la experiencia es el resultado: un excelente análisis total de la obra galdosiana pormenorizado en cada uno de los libros que publicó en su dilatada trayectoria don Benito, de manera que Vargas Llosa, dotado de una objetividad envidiable, y desde luego de un dominio absoluto del análisis de los textos literarios, reparte elogios, más bien pocos, y censuras, muchas y siempre justificadas.
Y, junto a esa visión, tan española de un Galdós revisitado, la experiencia de su Perú en vena, que representa la que aseguró que sería su última novela, Le dedico mi silencio, un relato aparecido a finales de 2023, para recuperar al más puro y genuino escritor y en este caso al más peruano y fiel a sus mejores universos novelescos.
Pero también constituyó una buena ocasión para descubrir una vez más al novelista que se complace en hablar de literatura y revelar los secretos más íntimos a la hora de escribir un libro, de crear unos personajes, de fingir un argumento, en definitiva, de coronar un tramado narrativo que atrape, como es habitual en el Premio Nobel de 2010, a sus lectores.
Hasta el título de la novela tiene también su historia y su secreto, porque al silencio al que se refiere el escritor es el que se produce tras la actuación de un músico, inmediatamente después de terminar, tan solo unos segundos. Parecido al silencio de una plaza de toros cuando el diestro ha coronado su faena, tras unos segundos de silencio absoluto. El silencio definitivo hoy de un genio universal.
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