Entrevista

Manolo García: "El gran milagro es que millones de personas nos levantamos y tiramos adelante"

El popular músico tiene también una faceta como escritor que hoy descubre en el Teatro Victoria de Blanca, dentro del ciclo ‘Río de Letras’ y con su ‘Títere con cabeza’

Manolo García

Manolo García

Carlos H. Vázquez

Manolo García (Barcelona, 1955) ha terminado una entrevista y ahora le toca una nueva sesión de fotos. El tiempo apremia, pero él no tiene prisa; no se rige por las manecillas del reloj. El músico, también pintor y escritor, habla de los relatos de Títere con cabeza (Aguilar, 2024), el libro que hoy, a las 20.00 horas, presenta en el Teatro Victoria de Blanca, dentro del ciclo ‘Río de Letras’; él, quien fuera vocalista de El Último de la Fila, quien empezó este proyecto –a escribir estos cuentos– al borde de la carretera, mientras su coche ardía. Eulogio Pérez de Ledesma es uno de sus personajes, pero no es su autor (aunque sale de él). Estos son los recovecos de la creación de un tipo, Manolo García, que no adolece de ser vanidoso en un mundo gastado que ni él ni Eulogio comprenden. Por eso anhelan el campo, departir con los hortelanos, alejados (todos) de la vida moderna. Pero, de momento, a Manolo le quedan unas cuantas charlas urbanitas más antes de regresar a su morada.

¿Todos tenemos un relato propio, Manolo?

Sí, aunque no queramos. Es inherente al ser humano. Claro, el relato lo relatarán otros si tú no quieres relatarlo. Pero lo llevas puesto.

¿Y quién escribe la historia?

Lamentablemente, los vencedores. Porque a veces los perdedores son muy majos, son buenas personas, y a veces quizá por eso pierden.

¿En qué lado se encuentra?

En la cuerda floja, como todos.

¿Y qué es lo que quiere expresar?

Yo me atengo a esa idea básica de intentar hacer lo que me gusta. No estoy muy cómodo –siempre lo he confesado– en este mundo nuestro contaminado e industrializado, donde ya se habla y se vive bajo el auspicio de la inteligencia artificial. Esto ya hace tiempo que ha empezado y no me siento muy cómodo como ‘bicho’ que soy. El único modo que he encontrado desde jovencito, cuando empecé a darme cuenta de la nave en la que yo viajaba, como todos, ha sido hacer cosas que a mí me gusten y que me den territorio de libertad, donde mi cerebro navegue por aguas tranquilas.

¿Qué le ha aportado Títere con cabeza?

En este caso, escribir estos relatos [los de Títere con cabeza] me ha apaciguado, me ha arreglado la mañana del martes, me ha arreglado esta situación –digamos– enervante como, por ejemplo, que me hayan calzado una multa en tal sitio porque se han puesto allí a traición en vez de avisar de que había un peligro. Ponerme a escribir estos relatos me ha dado una posibilidad de volver a ser libre un ratito de abstraerme del mundo.

En esta abstracción, durante el proceso creativo, ¿qué surge antes: un miedo, una idea o una emoción?

Una emoción. Siempre. El miedo ya va puesto; el ser humano está con la antena puesta. Es inherente a nosotros y nos va la vida en ello. El miedo está ahí, hay que saber domesticarlo, gestionarlo, omitirlo cuando hace falta, sacarlo a toda velocidad... El golpe de emoción para mí es esa cosa que aparece inesperadamente en una butaca de cine, en una autopista, en un bar, en una mirada, en un abrazo, en una conversación, en las páginas de un libro... Eso es lo que retroalimenta; vida que da vida, que regala emoción, al menos en mi caso.

¿Sin emoción no hay creatividad?

Puede haber trabajo, puede una labor que tú desarrollas más mecánicamente, pero la emoción lo es todo. Eso que se ha llamado ‘inspiración’ (puedes ponerle el adjetivo que quieras), la emoción de vivir, esa constatación de que hay algo estupendo en nuestra presencia aquí, igual a la vez que sufrimos el que haya algo espantoso en nuestro comportamiento cotidiano.

Entonces, como decía Oliver Sacks, ¿entendemos algo solo cuando lo sentimos en los huesos?

Aquello de que el golpe es lo que te enseña en la caída y en el triunfo, que en la altura no hay enseñanzas, sino abajo en el barro, ¿no? Bueno, estamos chapoteando todos, hasta los que creen que nos sobrevuelan en sus naves y en sus quimeras y en sus negocios y en sus controles de macroeconomía. Pero todos estamos en el fango. Se trata de intentar levitar un poquito y quitarnos un poquito el barro, porque también se puede vivir sin barro. No es que vengamos aquí a vivir en el barro, no, para nada; luchamos denodadamente para vivir en un mundo mejor, en un mundo más justo. Tengo esa esperanza, eso sigue ahí, pero tampoco podemos ser derrotistas, pensar que está todo perdido y que no merece la pena seguir. Eso sería un punto y final. La esperanza es imprescindible, aunque a veces sea quimérica. Por suerte a veces hay resultados.

¿Cuál es el gran milagro?

El gran milagro es que muchísimos millones de personas en este mundo (más de 8.000 millones, camino de 10.000) cada día nos levantamos y tiramos adelante, mejor, peor, a trancas y barrancas y como podemos, pero tiramos y queremos seguir tirando. Eso es una esperanza. Se trata de organizarse y de buscar el recurso, buscar eso que en los setenta se llamaba ‘utopía’. Ya debería llegar el tiempo de la paz absoluta y emplear toda la energía en hacer la vida mejor para todos, no en matarnos, ni en odiarnos, ni en robarnos, ni en dar por hecho que el político puede llegar a ser corrupto, que ya no hay nada que hacer... Dar por hecho eso es terrible. Habrá alguien que pueda pensar que esto que estoy diciendo suena muy pueril, pero es que me da igual. Hay que luchar, y la primera forma de hacerlo es con la actitud personal. Que me perdonen y ‘ellos’ que hagan de su capa un sallo, pero yo hago lo que me dicta mi conciencia. Establecerse en un primer escalón en busca de un segundo, un tercero, un cuarto... es un mundo mejor para todos, no para unos pocos.

¿Aunque sea un mundo gastado?

Gastado ya lo tenemos, pero habría que regenerarlo un poquito. Aún estamos a tiempo. Durante aquella cosa del confinamiento por la covid, después de tres meses, en el puerto de Barcelona se vieron delfines, en la zona de no sé dónde había vuelto a haber aves... La naturaleza se regenera muy rápido, pero debemos ayudarla, porque ella nos ayuda a vivir a nosotros, nos da la vida.

¿La vida se abre camino?

Se abre camino y nosotros lo único que hacemos al final, en un dudoso beneficio nuestro, es ponerle palos a la rueda. Es así. Todo el tema de la forma de producir alimentos, con toda la química que se le echa a todo, va contra nosotros, va contra el planeta, va contra el futuro de las generaciones que ya están llegando, que ya están aquí. Va contra todos ellos. Hacer que todo el sector primario pase a un segundo plano, porque la comida ya la hacen unos pocos, es terrible.

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