Fotografía
"No solo hay quien se niega a abandonar las zonas contaminadas por Chernóbil, es que siguen cultivando la tierra"
La internacional reportera calasparreña regresa a casa para exponer uno de sus proyectos más sonados: el que le llevó a Ucrania hace casi diez años para documentar cómo era la vida en las regiones próximas a la central nuclear tres décadas después del accidente

Quintina Valero en Calasparra junto a algunas de sus fotografías / Enrique Soler
El Museo de la Villa de Calasparra acoge estos días una exposición muy especial: Vida después de Chernóbil, de Quintina Valero. La internacional y premiada fotógrafa calasparreña, que ha trabajado con importantes medios europeos como The Guardian, la BBC y El País, muestra por primera vez en casa –tras veinte años viviendo en Londres– un proyecto documental desarrollado principalmente entre 2015 y 2016, cuando la autora realizó varios viajes a Ucrania, treinta años después de que allí tuviera lugar el mayor desastre nuclear de la historia.
Aun así, hoy día –y ya hay que retroceder casi cuatro décadas en el tiempo para encontrar el sonado accidente– la radiación continúa siendo un enemigo invisible para muchas familias ucranianas. El impacto que causó la explosión del reactor 4 queda refleja en los paisajes desolados y el declive de una de las regiones más fértiles de Ucrania; situación que pudo ser captada por Valero y que ofrece en esta exposición.
Sus imágenes dan visibilidad a las familias que todavía viven en la zona de exclusión de Chernóbil y a aquellas desplazadas a la región de Narodichi, a cincuenta kilómetros de la central nuclear, donde se sigue produciendo en tierras altamente contaminadas. El artista bilbaíno Julio Tomé, inspirado por las imágenes y grabaciones recogidas por Quintina, ha escrito varias composiciones musicales para este proyecto, mientras que la artista y poeta colombo-española Adriana Hoyos establece un diálogo entre estas y las fotografías de la calasparreña mediante diez poemas que acompañan la exposición.
De este modo, y desde sus respectivas disciplinas, estos tres artistas se nutren mutuamente y se retroalimentan creando un proyecto único y multisensorial donde fotografía, música y poesía se unen para tener un mayor impacto en la experiencia artística y social.
¿Cómo nace este proyecto y qué la anima a viajar a Chernóbil?
El proyecto comienza en 2015, cuando empiezo a interesarme por lo que estaba pasando en Ucrania a raíz de las revueltas de la Plaza de Maidán. Justo ese año conozco también la labor de una ONG italiana llamada Soleterre que trabaja allí con niños enfermos de cáncer. Y a eso hay que añadir que, al año siguiente, en 2016, se cumplía el trigésimo aniversario de la catástrofe de Chernóbil, así que pensé que era un buen momento para viajar allí y conocer de primera mano cuál era la situación de la población ucraniana y la situación medioambiental del país tres décadas después del accidente.
Uno de los objetivos era dar visibilidad a las familias que todavía viven en la zona de exclusión, en tierras que están altamente contaminadas.
Sí. Justo cuando comienzo a documentar allí una serie de casas de acogida para niños con cáncer –niños, por cierto, desplazados a causa de la guerra–, me invitan a viajar a la zona de exclusión. Se trata de un perímetro de unos treinta kilómetros alrededor de la central y es entonces, durante aquella visita, cuando me doy cuenta de que todavía hay gente viviendo allí, en unas tierras que se supone que fueron evacuadas y en las que, en principio, no está permitido residir. Sin embargo, actualmente hay unas doscientas personas viviendo en la zona de exclusión.
Y no solo allí...
Correcto. En los siguientes viajes conozco la zona de Narodichi, que se encuentra algo más lejos, a unos cincuenta kilómetros de la central nuclear, y que no estaba acordonada: en un principio no lo supieron, pero años después se descubre que allí también había mucha radiación. Pero la gente se niega a marcharse de su hogar: siguen viviendo en la región, y no solo eso, también continúan cultivando la tierra y alimentándose con productos de una zona altamente contaminada.

Una de las fotografías de Quintina Valero en Chernóbil. / Quintina Valero
undefined
¿Cómo es allí la vida, cómo es el día a día de esta gente?
Es bastante dura... Me impresionó mucho, cuando llegue allí, ver cómo vivían. Es una zona desolada, abandonada, con un aspecto muy similar al de la ciudad de Prípiat, donde ya no se puede vivir y la naturaleza le ha ganado la partida al cemento. Es impactante:visitas pueblos que se supone que están inhabitados y, de pronto, ves una chimenea de la que sale humo. Te das cuenta de que allí hay gente viviendo, mayores y niños en condiciones muy precarias, sumidos en la pobreza; pobreza también derivada, obviamente, del accidente. Porque, antes de la catástrofe, era una provincia especialmente fértil, que exportaba muchos productos, como setas a Japón y tomates a toda Europa. Pero, desde la explosión en la Central, lo poco que se cultiva es, obviamente, para los que viven allí, y queda algo de ganadería, pero es también de subsistencia. Y no hay nada de trabajo, la gente que se marcha a la ciudad a estudiar termina por no volver.
¿Y la radiación se hace notar en la salud de quienes viven allí?
Los pocos niños que quedan tienen muchos problemas, por ejemplo: casi un 60% de ellos tiene problemas cardiovasculares o, directamente, de nutrición, debido a la extrema pobreza (que no deja de ser consecuencia de la radiación). Cuando entrevisté a Natalia, profesora de la escuela de Narodichi, me explicó también que muchos niños se duermen en clase y que tienen grandes problemas de déficits de atención. Y lo peor es que cuentan con muy pocas ayudas, y muchas menos desde que empezó la guerra: parece ser que antes sí que recibían algo de apoyo internacional, pero cuando yo llegué no quedaba ya nada de aquello.
Volviendo a su proyecto, que expone ahora en su tierra, este ha tenido una gran repercusión; de hecho, motivó incluso a un compositor a escribir una pieza al respecto...
Conocí a Julio Tomé en 2021, en Barcelona, donde iba a presentar esta exposición. Él había visto mis fotografías y también había escuchado algunas entrevistas que me habían hecho durante mis viajes a la zona. Le pareció muy interesante lo que contaba e hizo una composición musical que me mostró una semana antes de la inauguración. Me gustó mucho, claro, y me pidió permiso para escribir más melodías para las imágenes. De hecho, en la exposición de Calasparra se puede ver una proyección de unos treinta minutos en la que se mezclan mis fotografías con la música creada por Julio para esta muestra.
"Da igual que sea en el Mediterráneo o en la frontera con EE UU: la gente emigra por miedo, y no siempre se les da voz"
Pero estas composiciones no son las únicas creaciones derivadas de su trabajo. La muestra está acompañada también por poemas de Adriana Hoyos.
A Adriana, que es escritora, pero también cineasta y gestora cultural, la conocí en Madrid. Me ponen en contacto con ella porque, me dicen, sus poemas casaban perfectamente con mis fotografías y la música de Julio. Nuestro primer encuentro fue justo antes de comenzar la guerra en Ucrania, y recuerdo que charlamos sobre la delicada situación del país. Ella me mostró un par de poemas que aún no había publicado y lo cierto es que parecía que estaban hechos específicamente para mis imágenes. Al final me hizo diez textos para la muestra, y es maravilloso, porque se crea un diálogo muy interesante entre sus escritos, las fotografías y, por supuesto, la música de Julio. Por eso siempre digo que este es un proyecto con el que nos retroalimentamos los unos de los otros. De hecho, fíjate: escuchando las piezas de Julio se me venían a la mente imágenes que aún no había incorporado a la muestra.
Esta voluntad multidisciplinar se ha hecho muy evidente en Calasparra, donde han realizado algunas actividades paralelas.
Sí. Hemos hecho un recital de poesía y un set en vivo de música electrónica para el que Julio invitó a Darris Hopper (era la primera vez que tocaban juntos).
La exposición, por cierto, se abre paso entre las tradiciones de su tierra natal, ya que se ha instalado en el Museo de la Villa.
Cuando me lo ofrecieron, me pareció muy interesante exponer allí, porque también está el Museo Etnográfico, que cuenta con dos salas, pero sentí que iba a encajar mejor aquí. No sé, lo que vi allí me recordó mucho a mi viaje a Prípiat, donde en las casas veías cantidad de objetos abandonados, muchos de ellos similares a los que se muestran en Calasparra. También expongo en otra sala en la que se recrea una cocina, que también me recordaba al tiempo que estuve viviendo con familias ucranianas, ya que capté muchas imágenes de la hora de la comida, del momento de estar todos juntos en el comedor y del de antes, el de su preparación. Me pareció interesante ver cómo se entremezclaban estas dos culturas en un mismo espacio.
¿Cómo descubre el mundo de la fotografía? Porque usted estudia Economía, pero en el año 2003 su vida da un giro de 360 grados.
Sí. Yo en el 2001 me marchó a Londres y en 2003, efectivamente, realizo un viaje a la India. Era mi primer viaje sola, y llevaba una cámara (aunque tampoco sabía mucho de fotografía). Allí empiezo a tomar fotos y enseguida me doy cuenta de que la gente, al verme, me abría las puertas y me invitaba a sus casas, me contaban sus historias. Cuando regresé a Londres, hablé con un amigo fotógrafo y me invitó a estudiar Fotografía. Entonces yo ya estaba pensando en volverme a España, pero, al día siguiente de aquella charla, consigo la última plaza libre de un curso que comenzaba poco después, y ese fue el inicio. Comencé en blanco y negro, luego estudié Fotoperiodismo y ya seguí por esta vía. Estuve, durante un tiempo, compaginando mi trabajo de economista con la fotografía, hasta que en 2007 dejo definitivamente aquello y me centro en el periodismo, aún trabajando allí en Londres.
Ha dedicado varios trabajos a dar visibilidad a cuestiones como el tráfico de personas o el proyecto conocido como ‘caravana de madres’ en México, un grupo de mujeres que van en busca de sus hijos desaparecidos.
Desde el principio me interesó mucho el tema de los desplazamientos de la gente, ya sea por decisión propia o forzados; quizá porque soy hija de emigrantes (nací en Alemania, aunque me he criado en Calasparra y me siento calasparreña). Así que el tema de la migración lo he vivido en mis propias carnes siendo muy pequeña, pero también durante mis viajes. Me atrae el qué conlleva, el qué se deja atrás, etc. Así que cuando empecé con la cámara, casi sin darme cuenta, empecé a documentar desplazamientos. He trabajado con gitanos, con la población del Sáhara... En 2014 empecé a estudiar la inmigración en Lampedusa, en Italia, y de allí me fui a México para realizar este proyecto de las ‘caravanas de madres’. Me he dado cuenta de que, al final, da igual que sea en el Mediterráneo o en la frontera con Estados Unidos: la gente emigra por miedo, y siento que no siempre se le da a quienes lo sufren la voz que merecen.
¿Y en qué está trabajando ahora? Seguro que tiene algo entre manos...
Pues he estado trabajando en Valencia con el tema de la dana. Ya publiqué algo en el Financial Times, pero es un proyecto que me sigue interesando, así que seguiré yendo por allí para seguir documentando a algunas familias con las que ya he tenido varios encuentros. Por otro lado, tengo un proyecto muy interesante que es de emprendimiento en la Sierra de Segura, de donde viene la familia de mi padre. En la aldea de El Cañar, en Socovos (Albacete), quiero montar una residencia de arte y talleres de fotografía, sobre todo para que la gente de estas zonas remotas, aisladas y despobladas, puedan tener también acceso a propuestas formativas y culturales de este tipo. Es un proyecto muy especial para mí y que me ayuda a continuar mi camino en mi tierra de origen después de veinte años viviendo en Londres. n
- El 'chino' más famoso de Murcia abre un nuevo negocio y nadie da crédito a lo que vende: 'en el centro de Murcia
- En directo: Real Murcia-Sevilla Atlético
- Solo lleva 6 meses viviendo en Murcia y pide ayuda tras lo ocurrido: 'Alguien que explique por favor qué está pasando
- Así es La Pastora, la empresa murciana que exporta perlas de pimentón a 30 países
- Ponen en Idealista un chalet en Murcia a la venta por menos de 23.000 euros
- ¿Es Murcia una región fallida? | Conclusión ineludible
- El parque hinchable más grande del mundo aterrizará en Murcia en marzo
- Crecen los equipos españoles en la liga de campeones industriales de la defensa europea