Entrevista | Antoni Sanchiz Poeta
'Antoni Sanchiz, versos amorosos y subversivos', por Javier Lorente
Lleva vinculado a las artes desde muy joven, y ha probado casi todas sus disciplinas. Al final, se ha decantado por jugar con las palabras
Recomiendo encarecidamente la lectura de los poemas de Antonio Sánchez Paredes, Antoni Sanchiz para sus seguidores literarios, pero escucharlo en directo en sus recitales es otro nivel. Asiduo de ‘Los Lunes Literarios’ de Alberto Caride y nacido en la diputación cartagenera de Pozo Estrecho, Sanchiz tiene una larga e interesante trayectoria, siempre navegando en las tempestades o en los desiertos, en las soledades o en los encuentros, en el dolor o en la ternura, pero siempre en comunión o en lucha con el arte y la creatividad. Mi encuentro con él es en una cafetería y pastelería a pocos metros del campus universitario de La Merced y casi al lado de su casa, en la que le hago la foto que acompaña a este artículo, rodeado de libros, con una de sus autopublicaciones artesanales, puro arte, lo mires como lo leas.
Su hermana Paca fue mi maestra de lengua y literatura y él es de mi edad. Nunca perdí su pista porque siempre destacó allá donde iba, nunca ha gustado del rebaño ni del asentimiento irreflexivo. Su pensamiento crítico y ácrata lo ha armado en defensa de las causas perdidas, como un Quijote enarbolando versos, tan vulnerable como soñador. Puede que su don para la cosa artística le contagie un poder especial para la resistencia, pero ha pasado momentos tan duros como la pérdida de su amada, a la que acompañó durante meses en la enfermedad (ya sabéis de lo que hablo) y a la que aún se mantiene unido. De su pérdida nos queda un maravilloso poemario: Lobos que miran desde los pies de la cama, y él, en su homenaje, se pinta las uñas de una mano con los botecitos que ella ya no volverá a usar más.
«Puede parecer que me permito escribir versos porque tengo un trabajo estable como administrador de sistemas en una empresa que se dedica a los entornos web, pero he tenido épocas, estando en paro, en las que me he tenido que buscar la vida creando y vendiendo bisutería por los mercados: mi mujer no paraba de pintar y yo seguía escribiendo», me cuenta para ponerme al tanto de los años en los que no nos hemos visto: «Viví en Torre Pacheco y luego me vine al centro de Murcia. A mí me gusta el campo, el campo o el centro de la ciudad, lo prefiero a los barrios. Lo que no me gusta es tener que coger el coche para acercarme a las exposiciones, los museos, los centros culturales, las librerías y los bares, que son mis sitios preferidos del mundo. Pero, eso sí, necesito salir al campo de vez en cuando».
«Siempre me ha gustado jugar con las palabras, desde adolescente. Ya con diez años escribí una oda a Antonete Gálvez, ahí es nada». Y me confiesa: «Tengo en la memoria aquel pueblo de mi infancia, siempre con iniciativas culturales y aquel Tele Club del salón parroquial donde había un armario lleno de libros de teatro y yo pasaba las horas». De sus temas y preocupaciones me dice: «El amor siempre está en el fondo de las cosas que te mueven, pero mis motivaciones para escribir siempre han sido otras cosas: temas sociales o creaciones surrealistas. El arte me ha interesado desde muy pronto. Tuve mucha relación y aprendí de la escultora Maite Defruc, del pintor Ramón Alonso Luzzy o de mi amigo Antonio García Jiménez, desde que estudiaba Bellas Artes. Siempre he estado rodeado de artistas plásticos. Intenté ser pintor y después fotógrafo, aprendiendo con Paco Salinas. Yo creo en la poética como una idea que se expande y atraviesas todas las artes, por eso admiro la arquitectura que las conjuga. Creo que los arquitectos hacen poesía, aunque algunos también caen en los versos malos. Me interesan mucho los distintos lenguajes, sean escritos, orales, visuales o plásticos».
Me habla de la multitud de cosas que le interesan, que siempre ha sido aprendiz de todo: «He hecho hasta ‘lomosía’, una suerte de poesía con cámaras Lomo. Todas las artes se relacionan, pero la poesía tiene la ventaja de que es menos pudorosa y es más pura. Lo que sí puedo decir es que no me interesa la pared entera, sino detenerme en una luz, una sombra o una mancha de humedad que parece una obra abstrata». Coincido con estas rarezas que también practico y me cuenta sobre «ese placer de entrar en una casa vieja, abandonada, llena de un tiempo perdido, con unos zapatos de mujer, una revista antigua, un ovillo de lana…». «Creo que lo que nos define es la mirada de cada uno. Hay quien sale a una plaza o a un jardín y splo ve los pajaritos y las flores pero no la soledad de la gente, el pobre o un yonqui», dice.
Me cuenta que tuvo que cerrar su tienda de informática cuando la crisis: «Quería pegarle fuego a todo, estaba cabreado con el mundo. Entonces vino lo peor. La enfermedad y la pérdida de mi mujer me han cambiado para siempre…». Disfrutamos una conversación que se va extendiendo por diversas ramas, sin perder nunca la hondura de lo central y profundo de su tronco vital. Me habla de la utopía, de algunas experiencias libertarias que demuestran que otro mundo es posible: comunas de los kurdos que han funcionado incluso en condiciones de guerra, etc. «Siempre he intentado ser lo más libre posible en mi vida, aunque siempre cuidándome de no ir a la cárcel», me dice divertido, pero en serio, y añade: «Me va eso de ir por el margen. Hay algunos círculos anarquistas en las ciudades, siempre somos una minoría, pero en las ciudades pequeñas, como Murcia, el número es más pequeño. Somos pocos pero somos irreductibles, como aquellos galos. Es verdad que antes era más la gente alternativa y contestataria, hoy, por el contrario, tenemos a unos falsos antisistema, que son otra cosa. Lo peor es que nos han ido metiendo en el redil de que cada uno estemos encerrados en casa, viendo fútbol o Netflix. El capitalismo siempre ha sido muy listo y ha convertido a los proletarios en consumidores adormecidos por la cultura del entretenimiento».
Aún recuerda su primer libro de poesía: «Me lo compró mi hermana en aquella histórica librería de Espartaco, nada menos que versos de Nietzsche. Fue el primer libro que me marcó. Los libros te cambian. Nos sobran objetos y ropas pero nos faltan libros». Buena receta para ser feliz.
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