Crítica

'Lo que hay dentro': diferente en su forma y en su contenido

No es un filme perfecto, se desinfla hacia la mitad y la traca final es rebuscada, pero vale la pena al ser distinta

Imagen promocional de la película ‘Lo que hay dentro’, dirigida por Greg Jardin.

Imagen promocional de la película ‘Lo que hay dentro’, dirigida por Greg Jardin. / Netflix

Ramón Monedero

Ramón Monedero

Fue una pequeña sorpresa y provocó un pequeño tumulto en las redes. Lo que hay dentro, un cuasi desconocido largometraje del siempre temible catálogo de Netflix, resultó ser, contra todo pronóstico, toda una sorpresa. No en vano, ya había generado un sensible revulsivo emocional en el último Festival de Sundance, donde fue adquirida por Netflix en un acuerdo, por lo que cuentan, repleto de dígitos.

Se trata del primer largo de Greg Jardin, hasta la fecha un cortometrajista con aspecto de ‘nerd’ que se ha metido en el bolsillo a la crítica, al público y al que probablemente sea el certamen de cine independiente más importante del mundo. De modo que la pregunta es obvia: ¿es para tanto? Bueno, pues sí y no. O mejor: no y sí, que no es lo mismo.

Bromas aparte... En efecto, Lo que hay dentro es una película que descoloca casi desde el principio, proponiendo un punto de partida, como poco, terriblemente inquietante. Empieza como cualquier película de adolescentes descerebrados que se reúnen en un entorno cerrado. En esta ocasión, una mansión. Pero entonces aparece un último invitado, con el que casi nadie contaba: un excompañero de la universidad entre lo plomizo y lo entrañable. Pero esto, en realidad, es lo de menos. Lo decisivo es lo que lleva bajo el brazo: un maltrecho maletín de cuero marrón. Y ojo, porque a lo que se refiere el título de la película es, precisamente, a lo que hay en el interior de ese maletín, pues eso lo cambiará absolutamente todo.

Intrigados, ¿verdad? No es para menos. La cosa huele a revolución sensorial del espacio-tiempo con un aparatejo que parece la máquina Enigma de Arthur Scherbius con sus cablecillos, interruptores, lucecillas y ruiditos de viejo cachivache de la Segunda Guerra Mundial. Pero ojo, la cosa provoca un cambio radical y es evidente que nada va a salir como estaba previsto. De otro modo, seguramente no habría película.

Habrán advertido que conforme menos les cuente sobre la chicha en cuestión, mejor (créanme). Otra cosa es que, llegado cierto momento, las intrigas palaciegas de este grupo de amiguetes empiece a desmoronarse. Es aquí, de hecho, cuando Lo que hay dentro empieza a perder fuelle. Que se odiaran o amaran en secreto entre ellos resulta interesante hasta cierto punto, y es inevitable pensar que Jardin ha estirado su película sin demasiado fundamento.

Aun así, el final provoca otro impacto. Definitivamente, la cosa se ha ido de madre. Quizá un pelín rebuscado y volvemos al estereotipo de que nada es lo que parece y nadie quien dice ser. Así que nos encontramos ante un culebrón un tanto deslavazado que, en el propio planteamiento de la película, no ayuda a aclarar. Aunque bueno, de eso trataba el juego.

Pese a todo, vale la pena ver Lo que hay dentro. Desde luego no es más de lo mismo, y esto siempre es bueno. El filme está rodado con buen pulso, se nota que Tarantino, Nolan y Fincher han impregnado a toda una generación y sin duda Jardin es una buena muestra de ello. Con un ritmo imparable en donde continuamente están pasando cosas, consigue mantener al espectador atento hasta la siguiente revelación que volverá patas arriba el escenario.

Como decía al principio, ¿es para tanto? Sí, pero… No es una película perfecta, se desinfla hacia la mitad y la traca final es tan rebuscada que ya cada uno decida si la quiere asumir o no. En cualquier caso, vale la pena. Es diferente, en su forma y en su contenido, lo que es mucho en estos tiempos de fórmulas infalibles con tipos en pantalones de licra y acceso a multiversos. En Lo que hay dentro cada uno verá lo que entienda que ha visto, una cinta de terror, un ‘thiller’, un drama… Y que el público pueda elegir ante semejante abanico de géneros, y además de forma radical, también es una buena noticia.

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