Galería Regional | Cuadros para una exposición

Chelete Monereo: fragmentos de la memoria

Obra de Chelete Monereo

Obra de Chelete Monereo

Pedro Manzano

Pedro Manzano

Es curioso como a pesar de la sobreabundancia de aparatos y aditamentos tecnológicos, radio, teléfono, televisión, ordenador… que nos abocan a una nueva forma de oralidad y de percepción visual, y nos conduce, sin apenas percibirlo, a la homogeneidad y a la pérdida de identidad, sobrevive, insiste en permanecer vivo, el sentido de lo íntimo como sustrato de una narrativa propia e individual. Una narrativa susceptible de ser compartida por los otros.

Chelete nos invita en sus piezas a indagar en los sucesos que tienen lugar en el cuadro, nos empuja a viajar por la escena y descubrir los acontecimientos íntimos, personales, que se reflejan en la obra. La pieza HERENCIA DE LAS CUATRO CASAS es una obra que forma parte de una serie a través de la cual Chelete Monereo nos propone reflexionar sobre la memoria y el pasado, recuperar aquellos fragmentos de tiempo, aquellos momentos, que resultaron imprescindibles para configurar nuestra vida presente.

Esta propuesta plástica de Chelete resulta un producto tan perfectamente elaborado, con tal carga emocional, que nos enfrenta desde su propia realidad existencial a nuestros propios sentimientos. Una obra que plantea entrelazar y recoger las huellas familiares. Con un resultado que supone la perfecta integración de la razón que la justifica (ese intento de fijar la experiencia y vivencia personal) con la adecuada utilización de los recursos plásticos y los materiales elegidos, un proceso encaminado a favorecer el acercamiento a una particular manera de entender el sentido del arte, de crear, por parte de la artista. Sí, nos encontramos ante una obra que deja aflorar indicios de que Chelete ha sabido basar sus múltiples registros en una sólida formación artística interdisciplinar (sobre todo en los procedimientos puestos en juego en el hacer y el ejecutar).

HERENCIA DE LAS CUATRO CASAS es una obra que conecta con la escultura, con la manipulación del objeto y, también, con lo instalativo, aunque no quiera desprenderse del todo de la idea de la apariencia (más al uso) de que nos hallamos ante un cuadro.

No, no estamos en un mundo de ensoñaciones inventadas, si no en el hecho de compartir una experiencia vivida. Incluso la elección de los materiales incorporados al tablero (que quizá podrían parecernos precarios y efímeros) aluden sin concesiones a la naturaleza de las pretensiones de la artista. Su levedad y transparencia, color y textura, su orden de colocación, refuerzan y favorecen su capacidad de referir recuerdos o emociones, su discurso narrativo, su posicionamiento sobre la inmaterialidad… y la huella que fija el paso del tiempo. Y, a pesar del carácter objetual del cuadro, como una escena al mismo tiempo bidimensional y tridimensional, donde se despliegan los sucesos que parecen irradiar de los objetos incluidos en la obra, la proximidad que se desprende de esos vestidos, de esas ropas, de esas telas… resulta tan cotidiana, que hace imposible distinguir lo común y lo extraordinario.

Aquí, el ámbito de lo privado ya no es tanto, como en otras creaciones anteriores, los objetos que lo componen o definen: la silla, los lápices usados para dibujar o escribir, los amados gatos, ni siquiera la actitud ante el espacio habitado. No, la materia de la obra, sus razones, son ahora cuestiones que atañen a lo íntimo, a esas sensaciones y percepciones vitales que son propias de cada individuo… aunque esta conversión de lo íntimo en producto, en materia artística, puedan hacerse sentir como experiencias, vitales y artísticas, compartidas.

Identidad. Y, desde luego, mutación y metamorfosis. Cambios operados en los sentimientos de la artista, una transformación de sí misma. Una propuesta artística que parece elegida y desarrollada para servir de anotaciones que actúen a modo de inventario.

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