Las calores

Fantasmas

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Enrique Olcina

Enrique Olcina

Es lógico que, si me quieres enamorar, tu nivel de conversación tiene que ser, por lo menos, mejor que el mío. Así que, cuando le lancé ficha por una app y empezó a hablar de la manera que me gustaba, supongo que empecé a engancharme. Chicas, ya me entendéis: un tío con humor, encantador, la respuesta rápida y juguetona y, también, ¿por qué no decirlo? con todo bien puesto (nota para los machitoheteros: me va a interesar más cómo tienes el derrière que la pitón de la que sueles presumir). Como todos teníamos las vidas ocupadas, no acabábamos de quedar, pero mientras poníamos una fecha para ponernos las botas el uno con el otro, se iban dibujando los contornos de algo apetecible. Hasta que llegó el momento de la verdad, que la palabra se hiciera carne. No podía porque, patatas. Así que quedamos al otro día y le surgieron no patatas, sino brócoli, y luego el silencio de radio.

Tengo que confesar que no quedé exento de responsabilidad y que percibí que aquello que se dibujaba no era enteramente real. Hice un ejercicio de metaficción y le señalé que no me lo creía del todo: allí estaban las costuras de los detalles que no acababan de cuadrar. Aun así, y puesto que él hizo juras de verdad y me gustaba el cuento, dejé que me lo contara, esperando equivocarme en el final, que, confiaba, no fuera el silencio sino, si acaso, una explicación plausible. Y, chicas, ya lo sabéis, ¿verdad? A los fantasmas hay que hablarles exclusivamente por ouija.

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