Murcian@s de dinamita

María Teresa Cervantes: Entregada a la poesía

Lo que le queda de vida lo quiere dedicar a su otra pasión: leer

María Teresa Cervantes

María Teresa Cervantes / Rafael Hortal

Pascual Vera

Pascual Vera

Cuando el padre de María Teresa Cervantes regaló a su hija Las mil mejores poesías de la lengua castellana -próximamente cumplirá sus primeros cien años esta publicación, cuyas propiedades como focalizador y centro de atracción a la poesía para las nuevas generaciones no serán nunca suficientemente alabadas- el libro que todos hemos manejado desde pequeños, era desconocedor de que había abierto una espita en algún lugar de la sensibilidad lectora de su hija. La niña copiaba sus poemas favoritos en un cuaderno. Pero cuando su progenitor descubrió unos escritos que no le cuadraban, y ante la afirmación de aquella María Teresa niña de que ella era la autora de aquellos versos, el padre, preocupado por unas posibles fantasías de su hija ante unos escritos que juzgaba imposible pudieran venir de la imaginación de una niña de doce años, llevó el cuaderno al estudio del pintor Vicente Ros, dinamizador entonces de la vida cultural de la ciudad, en cuyo estudio se reunía en aquellos años 40 y 50 lo más florido de la intelectualidad y el arte de la época en Cartagena. El pintor lo tranquilizó: «Esto lo ha escrito tu hija». Será buena escritora, fue su tranquilizadora sentencia.

De aquello han pasado más de ochenta años. Los primitivos cuadernos fueron creciendo y transformándose en libros publicados por esta cartagenera que ha pasado en París y Bonn media vida, y que reside en su Cartagena natal desde los años 90, rodeada por escritos. Suyos y de otros, como siempre hizo. «Treinta y dos son los libros que he publicado, pero ahora, a mis 93 años, he decidido parar». Lo dice una mujer que ha vivido pegada permanentemente a un papel donde iba desgranando las ideas literarias que acudían en cualquier momento a su imaginación.

Confiesa María Teresa que lo que le queda de vida la piensa dedicar a desarrollar esa otra pasión con la que ha convivido toda su vida: leer, algo que cree que se ha dado de lado por la juventud en los últimos tiempos, y que constituye la primera actividad que debería presidir el cometido de cualquier aspirante a escritor: «No se puede escribir bien si no se lee bien antes».

Se queja María Teresa de que los muchos años que ha vivido han dado como resultado que sus amigos la hayan ido abandonando «los de mi generación me han dejado sola», y comenta que no le da miedo la muerte, «aunque no tengo prisa», reconoce con sorna.

Fueron las ansias de libertad y un deseo de vivir otro tipo de vida las que le impulsaron hace más de 60 años a abandonar las comodidades de su Cartagena natal e instalarse en una buhardilla de la orilla izquierda del Sena, en París. En la Sorbonne se diplomó en literatura francesa. A partir de los 70, y durante otros 20 años, vivió en Bonn (A orillas del Rhin, se llamó uno de los libros de poemas), donde dio clases a migrantes en Alemania.

En medio un matrimonio desgraciado con un odioso médico búlgaro, de quien decidió huir y olvidar, una unión felizmente superada en la que su esposo intentó cortarle esas alas con las que siempre quiso volar la escritora.

Desde entonces vive como siempre quiso: entregada a la literatura y a sus amigos, a sus libros y a sus escritos, sus poemas, que siempre han sido para ella la mejor manera en la que se ha sabido comunicar con los demás.

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