La definición de la palabra ‘asertiva’ alude a esas personas que tienen la habilidad de expresar de manera adecuada, sin hostilidad ni agresividad, sus emociones frente a los demás. Defienden sus derechos y saben cuál es su lugar en la vida, un espacio que no están dispuestos a dejarse usurpar, son libres y por lo tanto no tienen miedo a expresar su opinión, necesidades o deseos. Si lo pensamos, en realidad todos deberíamos ser asertivos, claros en nuestros pensamientos y actos, cuando tú sabes cuáles son las necesidades del otro todo se presenta más fácil, no hay espacio para las sorpresas inesperadas, pero la autoafirmación personal es algo que siempre ha traído problemas a sus seguidores.
Este escenario prometedor cambia cuando la asertividad se traslada al entorno femenino. La mujer asertiva es considerada tozuda y obstinada, extremadamente persistente, hasta algunos dirían que impertinente y de carácter difícil. Señoras raras, de comportamiento extraño y pensamiento nublado. En una ocasión, una mujer comentó con cierta lástima a la pintora americana Doris Lee que lo más maravilloso que una mujer podía crear era su familia y su hogar, añadiendo con cierto desdén, «y tú nunca conocerás ese sentimiento», puesto que la susodicha no tuvo hijos por decisión propia. Ella, que era una defensora de los derechos de las mujeres y la libertad femenina, le respondió algo enfurecida y muy asertiva: «Y tú nunca conocerás la sensación de ser artista».
Este patrón siempre se repite. La figura de la mujer artista, independiente, con una visión que va más allá de lo puramente doméstico y con un talante luchador no era comprendida ni siquiera por las propias voces de su género. Cuando era pequeña la llamaban ‘marimacho’, por desgracia esto también es otro patrón, sólo porque su espíritu era libre, disfrutaba en la granja de sus abuelos, pintando y saltándose las clases de piano. Esas muestras de rebeldía no eran propias de una niña bien, así que sus padres la enviaron a un internado para reformarla, pero al llegar se cortó el pelo como modo de protesta ya que le prohibieron aquello que más le apasionaba, que era pintar.
Tras licenciarse en Filosofía en 1927, se casó con Russell Lee, un ingeniero que más tarde terminaría siendo fotógrafo. Durante su luna de miel en Italia continuó estudiando pintura y en París dio clases con Andre L’Hote, un pintor de tendencia cubista. A su regreso a Estados Unidos continuó su formación con Arnold Blanch, artista realista a quien el matrimonio siguió estableciéndose en la colonia de Woodstock, hasta que una década después la pareja se separa y Doris Lee se va a vivir con el que era su maestro.
Fue en 1935 cuando su pintura Acción de Gracias consigue ganar el premio Logan, dotado con 500 dólares, convocado por el Instituto de Arte de Chicago, y los elogios de la crítica conducen su carrera hasta la cima del éxito con importantes encargos como los murales para la Oficina General de Correos de Washington. En un momento de crisis económica y social, Estados Unidos sufría la Gran Depresión, las pinturas de Lee fueron algo así como una canto a la alegría, sus colores, sus formas, ese recuerdo a las raíces del arte popular eran una alegoría sobre el ideal americano y una exaltación de su propia cultura. La escena de una serie de mujeres de diferentes edades trabajando en la cocina traspasó la conciencia colectiva y es que, como ella, sus protagonistas no eran mujeres de aspecto contenido, al contrario, se mostraban felices y alegres, fuertes, capaces de todo. Eran momentos del día a día, de la vida sencilla en el campo, de una América rural, dotadas de una mezcla de folclore, arte popular, ilustración y un cierto modernismo.
El camino hacia el éxito también tiene piedras, y ese estilo amable, incluso un tanto infantil, no gustó a todo el mundo y muchos criticaron que sus pinturas eran horribles, demasiado decorativas –este era un apelativo muy frecuente para referirse al arte hecho por mujeres–, pero poco le importaban estos comentarios, ya que en esa aparente amabilidad ella siempre incorporaba ciertos elementos que escondían una contundente crítica política y social. La famosa revista Time dijo que sus obras parecían caricaturas, a lo que ella respondió que algunas personas también lo parecen. Su sentido del humor era más que evidente. A pesar de todo, continuó dibujando su propio camino del mismo modo, con alegría y determinación, con ese carácter asertivo que siempre tuvo ante la vida.
Fue una activa defensora de las desigualdades sociales, y nunca tuvo miedo a decir su opinión. Defendía con pasión la idea de que era «estúpido» que a las mujeres jóvenes se les enseñara a encontrar maridos:«No podemos permitirnos el lujo de descuidar o desalentar cualquier talento debido a las barreras artificiales de raza, clase o sexo».
A finales de 1940, y durante una década, viajó al norte de África, Cuba y México como corresponsal de la revista Life, para la que hizo un buen número de ilustraciones. Con la llegada de la abstracción expresionista, su figura, como la de otros muchos artistas, se fue desdibujando y cayendo en el olvido, las modas son así, unos llegan y otros salen, y ella nunca dejó de ser fiel a su estilo pese a que muchos la animaban a hacer una «obra más seria» para poder subsistir. Desde su fallecimiento en 1983, han pasado cuarenta largos años de oscuridad, pero afortunadamente una reciente retrospectiva la ha sacado de las sombras para volver a situarla como aquella mujer que devolvió la identidad a un país, la principal defensora del estilo folclórico.